viernes, 26 de diciembre de 2014

Propósitos (2)

Ya estamos aquí otra vez, a punto de llegar a esa hoja del calendario que establecemos como final de un tiempo e inicio de otro. De todos los periodos en que dividimos la vida es el de los años el único al que aprecio suficiente entidad como para pensar detenidamente en él (bueno, ese y los minutos y segundos de duración de las noticias).

Es un periodo lo bastante amplio como para requerir cierta planificación y merecer un balance. Por cierto, el DRAE debería repasar las acepciones que reconoce a esta palabra; echo en falta la que más utilizo, que en el María Moliner se recoge así: "Resultado o valoración general de un proceso, una acción, una situación, etc."

Pues bien, primero voy a evaluar el grado de cumplimiento de los propósitos que me hice para este año que termina y luego formularé otros nuevos para el que está por comenzar.

- Poner tildes en mis whatsapps: lo calificaré de logro casi absoluto. Rara vez me dejo una, y muy apresurada debo andar para hacerlo.

- No corregir a los amigos: aprobadillo justo. En realidad, he dejado de hacerlo en la mayoría de las ocasiones, pero hay momentos, circunstancias, personas o errores determinados que acaban con mi buena voluntad.

- Usar más el lenguaje oral: no ha sido el mejor año para eso. Al contrario, diría que he estado en modo ostra, abandonándolo más para monólogos (blog, Facebook, Twitter...) que para diálogos. Podría justificarme pero eso no me ayudaría a mejorar el año que viene.

- Leer más libros: éxito mayor del esperado. Quizá se haya debido a una buena selección de lecturas, muchas de las cuales me han enganchado. Renuevo el propósito para 2015.

Y ahora voy a enumerar los próximos:

- Aprender palabras nuevas. No solo averiguar el significado de las que me encuentro por primera vez sino incorporar a mi vocabulario muchas de ellas; no digo todas porque hay cada palabreja (por ejemplo, en el Damero Maldito de El País de los domingos)... Pero me vendrá bien diversificar mi lenguaje. Soy demasiado fiel a algunos términos.

- Hablar menos de mí misma en mis escritos. Escribir es en muchos casos un acto egoísta. Creo que solo cuando lo hago por trabajo, cuando cuento noticias, no lo es. En los demás casos, sí. Este blog es más una necesidad personal que una contribución al conocimiento. Intentaré aligerarlo de narcisismo y autobombo. En FB y TW, donde más se nota esa carga, me será más difícil reducirla.

- Admitir que quien me concede el regalo de su palabra puede decidir retirármelo. Que puede incluso hacerlo sin explicaciones. Los seres humanos somos complejos, a menudo egoístas, a veces despreciativos y crueles... a veces simplemente inconsecuentes. En realidad, debería ampliar el propósito con la reflexión sobre si yo he hecho tal cosa conscientemente y por qué. De momento creo que solo tengo fuerzas para la primera parte.

Aquí lo dejo. Tres aspiraciones nuevas y dos reeditadas: dialogar más y dejar de chinchar con mi perfeccionismo a los que me importan. Ah, y seguir leyendo libros.

Feliz año. Nos seguiremos viendo por aquí.



domingo, 21 de diciembre de 2014

Con solo escuchar un rato

Hace unos días entrevisté a una abogada de cierta edad. Hablando con ella me gustó su dicción cuidada y lo claramente que exponía sus ideas. Luego, cuando transcribí la entrevista (mi forma habitual de trabajar) y la traduje (era en inglés, la mujer es estadounidense) me fascinó con qué corrección estaban estructuradas sus frases, cómo se preocupaba de no repetir palabras, la concordancia perfecta de todo aquello que debía concordar... Casi no parecía lenguaje oral. Pero lo era.

Hay personas acostumbradas a cuidar su discurso cuando hablan tanto como cuando escriben. Probablemente su prestigio como abogada deba mucho a una exquisita exposición de argumentos ante los jueces y jurados. Ha dado numerosas conferencias y ha concedido entrevistas a medios de todo el mundo que, sin duda, han quedado tan satisfechos como yo. Porque a los periodistas no nos gusta ni presentar a nuestro público un discurso incomprensible, mal hilado o lleno de tópicos, ni tener que cortarlo o apañarlo para darle mejor aspecto.

Ahora estaba transcribiendo otra entrevista, también en inglés, hecha a un ilusionista. Su educación fue, o eso deduzco de lo que contaba él mismo, bastante deficiente. Es muy cordial, entusiasta, cuenta las cosas representándolas, cargándolas de emoción. Pero su lenguaje es pobre y lleno de muletillas. Cuando transcribes te das cuenta de la cantidad de "you know", "I mean", "kind of", "it's like", y de esas palabras comodín tipo "interesting", "beautiful" o "wonderful". Cualquiera de sus frases se podría dejar en la mitad quitándole todo lo innecesario y lo vacío.

En español ocurre lo mismo, claro. Hay entrevistas plagadas de "o sea", de "bueno", "entonces", "por tanto", "en realidad" y toda una ristra de expresiones de las que muchos no saben prescindir. En TVE subtitulamos casi todo, lo cual nos obliga a los periodistas a transcribir las declaraciones (incluso los "canutazos" a gente por la calle). Así me acostumbré yo a hacerlo. Y así descubrí lo penosos que podemos ser al hablar sin guion, sin preparación, improvisando.

Hace unos años, dando clases a adolescentes de instituto como parte de la preparación para obtener mi Certificado de Aptitud Pedagógica, les propuse a los alumnos grabar una conversación y luego transcribirla como forma de practicar los signos de puntuación. Si uno quiere que lo transcrito se entienda en todos sus matices y tonos debe usar muchos, por no decir todos: punto, coma, punto y coma, paréntesis o rayas, signos de interrogación y exclamación, puntos suspensivos...

Podéis probar si queréis. Pero a vosotros voy a poneros otros deberes. Grabad un rato de vuestro discurso: una conversación, una explicación, lo que sea. Dejadlo salir como siempre, no hagáis trampas. Y examinad el resultado. Lo normal es que haya faltas de concordancia, frases que se quedan sin terminar, palabras que repetís demasiado... Sí, eso es lo normal. Poca gente tiene hablando la misma corrección que escribiendo. De hecho, cuando alguien interviene por la radio, por ejemplo llamando por teléfono, y antes se ha escrito lo que iba a decir, nos suena tan poco natural como si se metiera en la cama con traje y corbata.

La cuestión es eliminar nuestras muletillas, ampliar nuestro vocabulario, cuidar nuestro discurso sin quitarle espontaneidad. Si algún día os entrevistan, veréis la sonrisa del periodista al escucharos.

martes, 25 de noviembre de 2014

Indefiniciones (1)

La idea que tenemos de algunas palabras no siempre se ajusta a la definición que da el diccionario. De hecho, hay definiciones que se alejan considerablemente del significado con que usamos esos términos. Veamos algunos:

- Respuesta. Tiene media docena de acepciones en el DRAE. La primera es: "Satisfacción a una pregunta, duda o dificultad". Sin embargo, los periodistas estamos acostumbrados a que un amplio número de personas, buena parte de ellas políticos, no tengan esa definición en mente cuando se les hace una pregunta. "No me ha respondido" es réplica habitual del periodista. No, quien se sometía a las preguntas no ha satisfecho la duda o interés; lo que ha hecho es hablar, marear la perdiz, salir por peteneras, irse por los cerros de Úbeda, ser ambiguo, cambiar de tema...

- Lejos. Según el DRAE, significa "A gran distancia, en lugar distante o remoto". Pero la distancia pocas veces la aprecian igual personas distintas o en diferentes momentos. Es más grande cuanto más pequeña quisiéramos que fuera. Hoy en día se asocia a la comunicación. La expresión "ya no hay distancias" se ha escrito y pronunciado infinidad de veces desde que la telefonía alcanza cualquier rincón y existe internet, y, sin embargo, la habitación de al lado puede ser un lugar remoto. Ahora si estamos lejos es porque queremos, lo cual es una opción absolutamente respetable.

- Felicidad. Aquí no recurriré a diccionarios porque, por muchos esfuerzos que hayan hecho los filósofos, sociólogos, psicólogos, etc. por definir la felicidad, cada uno de nosotros dudaría a la hora de explicar cómo se siente cuando cree sentirse feliz, qué lo coloca en tal estado y qué lo saca de él. De hecho, la felicidad se ve mejor en perspectiva y es más fácil recordarla que reconocerla.

- Amistad. Poco tiene que ver la definición del DRAE con la que se deduciría del uso actual de la palabra. "Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato", dice la Academia. Los amigos que comparten café, trabajo o aficiones con nosotros rara vez se ajustan a eso. Los de las redes sociales, tampoco. Más de una crisis de amistad ha surgido cuando ha llegado la hora de comprobar si esa persona de verdad siente afecto por nosotros, si es desinteresado y si es fuerte.

- Entender. Nada más falso a veces que ese "ya te entiendo" o "sí, lo he entendido". El entendimiento y la comprensión pueden ser esquivos, difíciles, trabajosos. Usamos la palabra más como fórmula que otra cosa.

Seguiré otro día.

sábado, 6 de septiembre de 2014

Seducir

Uno de los privilegios de usar palabras para comunicarse es la posibilidad de plasmar en ellas la pasión y el deseo, la promesa de placer y su recuerdo, la expectativa y la consumación, para compartirlos a través de la distancia y conservarlos a lo largo del tiempo.

Las palabras que se pronuncian para enamorar suelen ser engañosas en cuanto a lo que dicen pero muy reveladoras de la capacidad de su emisor para seducir. Al principio se camina por ese filo de navaja que es no saber si la otra persona está igualmente interesada en los mismos fines. El lenguaje se vuelve poético e insinuante sin dejar de ser cauto, sutil, ambiguo. Cuando nos atrevemos a materializar una expresión que permite pocas dudas, aguardamos expectantes la reacción del cerebro destinatario, su rechazo o su aceptación.

Si el caso es lo segundo, se nos abre la puerta a otras palabras ya inequívocas. Sin embargo, escogemos entre estas las más elegantes, las menos descarnadas. El vocabulario sensual y sexual es rico y amplio. Podemos permitirnos el lujo de envolver nuestro deseo en términos que para un observador ajeno resultarían cursis o ñoños pero para nosotros son exquisitamente dulces.

La intimidad sexual requiere ya palabras claras. Los cuerpos, los actos, las sensaciones exigen ser llamados por su nombre. No satisfacemos el deseo sin liberarnos a la vez de las reservas del lenguaje. Eso no ha ocurrido ni ocurrirá jamás. Verbalizar después esa satisfacción ya nos devolverá las palabras tiernas y delicadas.

He tenido la fortuna o la desgracia de mantener bastantes relaciones a distancia, con personas que tenía a mi lado de forma intermitente. En cualquier caso, escribirme y hablarme con ellas ha sido... mágico.

domingo, 17 de agosto de 2014

¿Enseñar?

Si estáis escuchando los informativos en la radio o la tele o leyendo la prensa este verano, quizá hayáis notado, un año más, la intervención de los becarios. Me refiero concretamente a los recién licenciados o recién salidos de un posgrado de Periodismo. En mi trabajo los veo llegar cada junio o julio, deseosos de aprender trabajando. Algunos son brillantes: tienen claro el concepto de noticia, la forma más atractiva de narrarla y la de ilustrarla con imágenes y sonidos. Otros vienen imbuidos de esa idea lamentable sobre el periodismo que sitúa al informador como protagonista y al medio como vía de lucimiento personal. A éstos se los cala en seguida; suscitan bastante antipatía entre sus compañeros y menosprecio entre los veteranos.

Pero, como este es un blog sobre lenguaje, de lo que quiero hablar es de lo que supuestamente han aprendido estos becarios durante su etapa estudiantil en ese aspecto y de lo que supuestamente debemos enseñarles los profesionales para dejarlos, digamos, niquelados. Y lamento decir que ni su aprendizaje previo ni las enseñanzas de su becariado prestan mucha atención a la corrección lingüística. Porque a un becario se lo distingue fácilmente por su bisoñez, especialmente ante el micrófono, pero yo los detecto por sus errores semánticos y gramaticales, arrastrados sin duda desde la enseñanza primaria; por su querencia a los tópicos; por su preocupante tendencia a seguir las peores modas en su afán por adoptar una "jerga periodística" que no debería existir.

Bueno, la jerga periodístico-deportiva no tiene vuelta atrás, me temo: son demasiados años de diferenciación y demasiados colegas cultivándola como para pretender siquiera suavizarla. Pero hay numerosas incorrecciones que están conformando una especie de jerga informativa y eso sí creo que estamos a tiempo de pararlo. O estaríamos, si los veteranos no llevaran ya tiempo enfangados en el error y retozando felices en él.

Me refiero, por ejemplo, a esa absurda moda de sustituir el pretérito indefinido (lo aprendí con este nombre, sí) por el pretérito imperfecto del subjuntivo. ¿Por qué les parece a estos pipiolos que se debe decir, pongo por caso, "La policía investiga tal empresa por un presunto fraude y detiene a quien fuera su presidente" y no "a quien fue su presidente"?

O también a faltas de concordancia sencillísimas de corregir... si alguien se lo dijera. Dos ejemplos de un mismo Telediario de hace unos días:
- "Las miles de personas que..." El artículo debe concordar con el nombre al que acompaña y por eso debería ser "los miles", pues ese "los" va con "miles", no con "personas".
- "Una de las que trabajaba con el misionero ha muerto..." El verbo concuerda con el sujeto y en esta frase "una" es sujeto de "ha muerto" pero no de "trabajaba"; este último verbo pertenece a una subordinada cuyo sujeto no aparece, y que sería "(varias personas) trabajaban con el misionero". Quizá se entienda mejor así: "Ha muerto una persona de las varias que trabajaban con el misionero".

A veces la falta de concordancia es resultado del desconocimiento. Quienes piensan que un sustantivo es masculino por el mero hecho de llevar como artículo "el" en vez de "la", cometen errores como el que he oído esta mañana por la radio: "...ha tenido que comprarse su propio arma". "Arma" es sustantivo de género femenino, se dice "el arma" para evitar la cacofonía, pero eso no lo convierte en masculino.

Hay incorrecciones tan extendidas que no sé si se podrán erradicar. En el mismo Telediario al que me refería antes se dijo también: "El cincuenta y un por ciento...". Lo correcto es "cincuenta y uno por ciento". El numeral "uno" se apocopa (o sea, se le quita la o final) solo cuando precede a un sustantivo masculino. No es el caso.

Dos batallas me parecen importantes: la de los acentos y la de los signos de puntuación. Los acentos, me temo, mucha gente los considera opcionales. Pues bien, que os quede claro: NO LO SON. Acabo de leer una entrada en un blog que, aun reconociendo que en las búsquedas de Google no suelen utilizarse, si luego la página a la que accedemos tiene faltas de ortografía la valoramos peor. Por mi parte es absolutamente cierto.

De los signos de puntuación, en particular de las comas, hablaré ampliamente en otro momento, cuando tenga más tiempo, porque hay mucho que decir sobre ello. Hoy me limitaré a enunciar unas pocas normas: los vocativos van entre comas ("Hola, Pepe, ¿cómo estás?"); el sujeto y el predicado NO van separados por coma ("Los padres, quieren que se hagan más controles") salvo que se suprima el verbo, en cuyo caso la coma es necesaria ("Los padres, partidarios de más controles").

Todos estos fallos los cometen los becarios en mayor medida que los periodistas veteranos. Pero la proporción tiende a igualarse porque esos becarios se incorporan a la plantilla de los medios año tras año y, si nadie los ha sacado de sus errores cuando se suponía que estaban formándose, nadie lo hará después.

domingo, 3 de agosto de 2014

Sobre el tiempo

Los seres humanos medimos el tiempo desde siempre, y no solo por la necesidad de predecir las horas de sol y oscuridad, los meses fríos y cálidos, las cosechas o las mareas. Pensamos en términos temporales. Sabemos que el transcurso del tiempo es lo que nos separa de quienes fuimos y de quienes seremos, de los que ya no están y de los que vendrán, de lo que tendremos y lo que perderemos. Sabemos cómo nos cambia el tiempo.Sabemos que o lo usamos o lo perdemos. Y que nunca vuelve atrás.

Tenemos innumerables palabras para designar periodos de distintas longitudes, algunos de duración exacta y otros subjetivos. A menudo son términos de significado variable, porque nuestra percepción del tiempo también lo es.

Decir "espera un momento" es como decir solo "espera"; lo de "momento" viene condicionado por la circunstancia y la persona. Todos conocemos a alguien capaz de tenernos esperando largo tiempo con esa fórmula. O con la de "ahora mismo". Sería más honrado decir "espera un rato" o dentro de un rato" porque, siendo igual de indefinido, se aleja más de "instante".

En el lado opuesto tenemos "eternidad". Es, por ejemplo, lo que se demora aquello que más ansiamos. O lo que se prolonga algo que nos resulta insoportable. Hay visitas al dentista que se hacen eternas, vísperas de vacaciones que se eternizan, aviones que se retrasan una eternidad. Con todo, es una palabra que rara vez suele usarse o entenderse en su sentido literal.

Vayamos con los tiempos medidos. Todos sabemos lo que es "un segundo", salvo que lo empleemos como sinónimo de "un momento". Si alguna vez alguien se lo tomara literalmente cuando le respondemos así, nos sorprendería. Parecido es el caso de "un minuto", parecido pero no igual porque con frecuencia quien nos pide un minuto no tiene intención de que le concedamos o le esperemos mucho más.

"Años" tiene también la vertiente de exageración y la estrictamente real, las dos ampliamente utilizadas. Es un plazo de tiempo que a partir de cierta edad transcurre demasiado deprisa. Al echar la vista atrás encontramos acumulado un buen número de años y muchas de nuestras referencias abarcan más de uno.

El premio a la subjetividad se lo lleva otro plural: "siglos". Fuera de un contexto histórico, "siglos" es absolutamente ambiguo. Expresiones como "hace siglos que no nos vemos" no pueden entenderse de forma literal pero reflejan a la perfección el sentimiento de añoranza y el deseo de reencontrarse.

Estos días mi tiempo se relaja. Dejo el reloj en un cajón y me dejo guiar por el mejor ritmo: el de lo que me apetece. Feliz verano.

lunes, 28 de julio de 2014

Perderse

En esta época del año somos muchos los que estamos deseando perdernos, en esa acepción de alejarnos de los lugares que frecuentamos habitualmente e ir a parar a otros quizá muy lejanos, quizá solo distintos.

Es una acepción, por cierto, que no aparece en la actual entrada del DRAE del verbo perder y su pronominal perderse. Un verbo con 27 definiciones y media docena de locuciones verbales.

Sí está una muy habitual, la que se refiere a perder el hilo o encontrar dificultad para seguir una explicación (borrarse el tema o ilación de un discurso) pero en el puesto 18, por detrás de algunas actualmente mucho menos usadas como la 17: entregarse ciegamente a los vicios, o la 16: conturbarse o arrebatarse sumamente por un accidente, sobresalto o pasión de modo que no pueda darse razón de sí.

Esto me ha traído a la memoria lecturas de mi infancia y de mi adolescencia. Por un lado, recuerdo personajes de tebeo enfurecidos a los que sus cónyuges o amigos intentaban impedir una reacción violenta diciéndoles: ¡quieto, que te pierdes!

Por otro, unos versos de un querido poeta portuense, José Luis Tejada, capaz de mezclar deliciosamente las expresiones populares y las cultas, y de plasmar en la escritura el acento de su tierra. Decían así:

No digas que nos perdemos,
estamos ya tan perdíos
que ni perdernos podemos.

Siempre imaginé que se los decía un novio de la posguerra a su amada para vencer sus últimas resistencias. Que ella le rogaba: no, por favor, Paco, que nos perdemos, y él replicaba aquello. Todo muy nacionalcatólico, muy antiguo visto desde este siglo XXI.

Ahora no decimos que fulanita es una perdida (jamás he oído ni leído esta expresión en masculino). Sí, en cambio, algo tan despectivo como que menganito está muy perdido, es decir, no se entera de nada y no tiene los conocimientos necesarios. Otra acepción que echo en falta en el DRAE. Porque hay gente muy perdida, y lo peor es cuando ocupa puestos de responsabilidad y tiene que tomar decisiones. Yo lo estoy sufriendo a diario. Por eso tengo tantas ganas de perderme...

Un añadido, una anécdota derivada de este lenguaje tecnológico de nuestros días: un día le dije a un amigo que, cuando viniera a buscarme, me hiciera una llamada perdida al móvil para bajar. En realidad le dije: hazme una perdida. Y respondió: ya me gustaría...




martes, 15 de julio de 2014

Novedades

Esta mañana he leído una noticia sobre las novedades que presentará el próximo 21 de octubre el DRAE. La he leído porque la ha enlazado una persona que me sigue y a quien sigo en Twitter. Las últimas once palabras son una definición para la que no hay un vocablo. No puedo decir un amigo porque mi concepto de la amistad se refiere a algo mucho más profundo que el simple contacto ocasional por una red. No puedo decir un conocido puesto que solo sé de él lo que dice de sí mismo en su perfil de TW (dos palabras y tres siglas) y lo que me atrevo a deducir de sus tuits. ¿Cómo defino esa relación?

Puede ser suficiente con combinar un sustantivo con un adjetivo u otro sustantivo que lo complementen. Amigos virtuales, conocidos por internet, contactos de Linkedin, de Facebook, de Twitter... Para los usuarios de las redes sociales eso basta. Otras relaciones son más sencillas de etiquetar, como la de seguidor. Y otras circunstancias, más difíciles, como la resultante de dar o recibir un "me gusta" o un "+1" o un "favorito" a algo. O como la de bloquear a un contacto (¿qué sería, un repudiado virtual?).

Pero a menudo hacen falta palabras nuevas para representar realidades nuevas. Estamos viviendo tiempos en que quien crea una realidad crea también la palabra y no hay alternativas (y esto lo dice alguien que en general considera pereza mental o falta de iniciativa adoptar vocablos ingleses en lugar de buscarles traducción). Al menos en España parece inconcebible traducir tweet, hablar de piar o de trinar. Por eso entran en el DRAE, castellanizados, tuit y tuitear (imagino que, en coherencia, también retuitear). Y no sé si lo harán wasap y wasapear, que la Fundéu ya admitió hace tiempo como "adaptaciones adecuadas al español". Mensajear, por cierto, no está.

Términos como motero y autobusero han tardado demasiado en entrar en el Diccionario. Otros seguirán esperando, mientras palabros de los que reniego es mejor que ni hubieran entrado. Algunos quizá salgan cuando la Academia sea consciente de que fueron modas demasiado efímeras.

En cuanto a lo de eliminar acepciones ofensivas, tengo mis dudas. Preferiría que quedaran ahí al final, que quedara constancia de cómo definimos en un momento dado una palabra, guardando memoria de nuestro racismo, nuestro machismo, nuestro clasismo. Eso sí, con el desus y/o el despect bien visibles.

La RAE dice buscar, con las novedades de la próxima edición, tres objetivos: enriquecer el diccionario, modernizarlo y hacerlo más coherente. Ardua tarea. Con todo, la más ardua se me antoja contentar a todos.

domingo, 6 de julio de 2014

A solas

Estaba leyendo esta noticia de hace unos días en la que se menciona un experimento. No se dan demasiados detalles. El periodista hace hincapié en que a muchos de los sujetos que participaron la perspectiva de estar un rato sin distracciones exteriores les resultaba insoportable. Cualquier cosa menos quedarse a solas con sus pensamientos.

"Aquellos de nosotros que anhelamos tener un poco de tiempo para no hacer nada más que pensar, seguramente encontramos estos resultados sorprendentes", dice el investigador que ha diseñado el experimento. Lo comparto. Soy una persona bastante sociable, creedme, pero necesito con frecuencia momentos de soledad y paz que me permitan internarme en mi cerebro, organizar lo que anda por allí, recuperar lo que se está deteriorando, descartar lo innecesario o dañino y, sobre todo, construirles un esqueleto de palabras a mis ideas.

No concibo cómo serían mis pensamientos sin lenguaje. Serían sonidos, gestos, expresiones faciales... pero nada tan complejo y preciso como los que se apoyan en la lengua. Cuando estoy intentando organizar lo que pienso, nada me irrita más que no dar con la palabra exacta para materializar de nuevo una realidad pasada o imaginar una futura.

Y necesito tiempo también para volver sobre las imágenes, los sonidos, sobre todas las sensaciones. Y sobre los sentimientos. Necesito fijarlos, hacerlos míos, darles mi impronta.

Porque puedo recordar a la perfección un beso, una cara de felicidad, la cálida caricia del sol... pero solo después de haberlos mirado de frente dentro de mi cabeza.

viernes, 4 de julio de 2014

Titulares

Siempre se ha empezado en el ejercicio del periodismo haciendo informaciones breves y poco trascendentes para pasar luego a otras de mayor enjundia. La responsabilidad de redactar titulares y sumarios nunca se dejaba en manos de gente poco experimentada. En televisión ocurría igual: los titulares eran cosa de los equipos de edición. Porque se trata de resumir en pocas palabras y con la mayor claridad lo más importante del contenido, o bien de apuntar una idea que llame la atención o despierte curiosidad; o mejor aún, las dos cosas a la vez. Como dije hace poco en twitter, si titulas bien, la gente tendrá ganas de leer el texto; si titulas muy bien, creerá haberlo leído.

Las cosas han cambiado. En los medios escritos digitales (y las ediciones digitales de los periódicos) ahora existe la misma prisa que en los audiovisuales porque las noticias tienen que salir cuanto antes y muchas veces es el mismo periodista que redacta la noticia quien le pone el titular. En los informativos de televisión muchas noticias llevan rótulos, que vienen a ser como un pequeño sumario y suele escribir el propio redactor. Los canales de información continua exigen a los editores titular los directos sobre la marcha y en el mejor de los casos, cada media hora en los boletines.

Ya sea por inexperiencia o por premura, cada vez se ven más titulares mal escritos o, peor, mal pensados. Unos no se entienden, otros resultan ambiguos, bastantes son incoherentes, otros incorrectos... ¡pero si hay hasta faltas de ortografía, caray!

Una, que ya tiene una edad, ha escrito montañas de titulares y sumarios y rótulos en general. A veces la frase perfecta no cabe en el espacio disponible. Eso te obliga a buscar otra forma de expresarla. En España, al contrario que en muchos otros países, no se utiliza el estilo telegráfico para esas cosas: no omitimos artículos o preposiciones. Debemos conjugar la brevedad, la corrección y la claridad. Y además, captar la atención del espectador para que se quede, al menos, hasta ver esa noticia, o la del lector para que se detenga a leerla entera.

He hablado antes de twitter y con eso quiero terminar. No hace mucho que tengo cuenta en esa red pero ya me resulta imprescindible. En ella leo los titulares de distintos medios españoles y extranjeros. Y en ella practico mi habilidad para redactarlos. A menudo enlazo un reportaje o una entrada de blog que me parecen interesantes; como quiero que mis seguidores los lean, intento darles una idea del contenido del modo más atractivo posible. No suelo limitarme a dejar el enlace con su título original. Si eres periodista tienes que contar lo que hay.

Inconscientemente juzgo los tuits de los demás con el mismo criterio. ¿Dicen todo lo necesario?, ¿lo dicen con la mayor concisión posible?, ¿animan o desaniman la lectura del texto adjunto?, ¿o son un texto completo en sí mismos?

Es fácil impresionarme por cómo se dice lo que se dice. Ya os habréis dado cuenta si sois lectores habituales de este blog.

lunes, 30 de junio de 2014

Agradecimientos

No se puede estar dando caña siempre. Ayer tocó crítica; hoy, agradecimientos:

- A los que separáis el vocativo con una coma, gracias, queridos.

- A los que, al revés que tantos, ponéis coma también después y no solo antes de un inciso.

- A los que usáis los signos de apertura de interrogación y exclamación. ¿A que no es tan difícil?

- A los que sabéis qué es el punto y coma, ese gran desconocido; qué lo diferencia de la coma, esa gran explotada; lo utilizáis cuando conviene y hasta hacéis pedagogía sobre ello.

- A los que sabéis con qué debe concordar el verbo, una de las habilidades que parecen fuera del alcance de muchos.

- A los que utilizáis con desparpajo vocablos poco manidos.

- Y a los que, aun sabiendo más que yo sobre lenguaje, me leéis.

¡Gracias!

domingo, 29 de junio de 2014

Cosas raras

Tenemos la suficiente práctica hablando como para hacerlo sin esfuerzo y sin necesidad de pensar mucho lo que decimos. Me refiero, claro, a conversaciones normales sobre temas que conocemos. Podemos hablar mientras andamos, mientras conducimos o pintamos o cosemos... No es algo que monopolice nuestra atención. Es habitual que en el lenguaje oral se cometan incoherencias, se dejen las frases sin terminar y el discurso esté salpicado de pequeñas incorrecciones.

Lo malo es cuando esos fallos se trasladan al lenguaje escrito sin que nos parezcan tales. Más de una vez sucede porque no somos conscientes de que algo es un error. Pondré un par de ejemplos.

El autor de un interesantísimo blog que sigo anunciaba el otro día su última entrada con esta frase: "El post que nunca me hubiese gustado escribir."

Quizá no os suene raro. Habréis entendido lo sin duda pretendía decir: "el post que me hubiese gustado no escribir nunca" o "el post que hubiese preferido no escribir". Pero analizad la frase. Lo que en realidad dice es que escribirlo es algo que no le hubiese gustado hacer, o sea, está afirmando que no lo escribió. La negación debería ir junto al verbo escribir, no junto a gustar.

Otra expresión extraña: "La asistencia es voluntaria: se puede ir o no se puede ir". Construcciones así se oyen y se leen a menudo. Sin embargo la negación no debería aplicarse al verbo poder sino a ir, que es lo voluntario. Debería decirse "se puede ir o no ir".

Este otro error se comete a menudo: "Lo he visto un par o tres de veces". Dejemos aparte el hecho de que en nuestro idioma "un par" puede entenderse no como "dos" exactamente sino como un número indeterminado y escaso. El error que quiero señalar es ese "de" que, colocado donde está, da a la frase el significado de "un par o tres pares de veces". Si, en cambio, decimos "un par de veces o tres" tendremos lo que queríamos decir: "dos o tres veces".

La inmensa mayoría de la gente, imagino, no nota nada raro en ninguna de esas construcciones. Yo, por desgracia, sí. Y digo por desgracia porque la incoherencia me da un aldabonazo en el cerebro y me distrae momentáneamente de la conversación. Lo único que me consuela es no ser la única. Con el tiempo he ido conociendo a otras personas en las que la educación escolar y universitaria imprimió la misma maldición: el amor por la perfección lingüística.

domingo, 22 de junio de 2014

Hablarse

Ayer una mujer se subió al autobús donde iba yo. Venía hablando por el móvil y no dejó de hacerlo en diez minutos de trayecto. Repito: no dejó de hacerlo. No sé con quién iría hablando pero en ese tiempo la única que dijo algo fue ella, salvo mínimas pausas en las que su interlocutor, imagino, asentiría. No fue un diálogo sino un monólogo.

Conozco gente así, capaz de alargar el hilo de su conversación sin dejar resquicio para interrupciones, reflexiones o comentarios ajenos. Alguna vez he sido yo la verborreica insensible; y muchas más, la oyente enmudecida. También he sido, soy, la interlocutora despreciada, aquella con quien alguien decidió que no merece la pena hablar. Y la que abandonó, cansada, las conversaciones no recíprocas.

Cuando no hablas con alguien es que ya lo has olvidado. Y, a la vez, cuando alguien no te habla, termina siendo como si no existiera para ti.  Hablarse es la forma de reconocerse y valorarse. Y la manera de vivir un poco en el otro. Hay personas que me han dejado morir, otras a las que dejé yo.

Estoy reflexionando mucho estos días sobre las circunstancias que me llevaron a perder el contacto verbal o escrito con personas que alguna vez significaron algo para mí. Planteándome por qué me quedé callada, unas veces repentina y otras paulatinamente. Preguntándome por qué el otro decidió volverse mudo para mí.

Porque si importa qué se dice, cómo y cuándo, importa más aún el hecho de decirlo.

domingo, 15 de junio de 2014

Registros

Hace poco, hablando con un sobrino mío de ocho años, incluí en una frase la palabra "mierda". Se me quedó mirando como si acabara de pillar a su profesor en un fallo y exclamó "¡Hala, has dicho una palabrota!".

No era cuestión de darle la excusa para repetir esa palabra o cualquier otra que sus padres no quieran oír de su boca infantil, pero tampoco de disculparme por utilizarla yo. Así que le expliqué lo que son los registros. Concretamente, la acepción número 23 de "registro" en el DRAE.

23. m. Ling. Modo de expresarse que se adopta en función de las circunstancias.

Me ha parecido un buen tema para una entrada en este blog sobre lenguaje. Hablar bien exige no solo dominar un vocabulario amplio sino conocer cuándo, dónde y con quién utilizar cada término, un conocimiento que cuesta años adquirir. Cuando lo tienes, puedes pasar de un registro a otro sin dudas, pero hasta entonces pisas terreno resbaladizo.

Yo no fui una niña malhablada. En mi casa no oí decir nada malsonante hasta mi adolescencia, cuando mis padres no sé si se relajaron o se animaron; quiero decir que ignoro si reprimían ciertas expresiones ante sus hijos o simplemente no las empleaban habitualmente. En mis dos colegios, ambos privados y con mayoría de niños de familia bien, se oían moderadamente y solían provocar broncas de los profesores. Recuerdo que a los doce o trece años una compañera de clase me pidió en tono burlón que dijera una palabrota para saber si yo era capaz de tal cosa. Lo hice sin sentir nada extraordinario. En aquel entonces no formaban parte de mi lenguaje habitual, no las encontraba útiles ni necesarias, pero por supuesto las conocía. Mi trato con ellas se multiplicó en la universidad y pronto llegaron a ser un recurso más en mi léxico.

Hasta cierta edad no habla una con muchas personas distintas. No suele tener trato con jefes, con clientes, con cargos públicos... Cuando llega el momento, ese trato lo abordas con precauciones y pecando más por exceso que por defecto de corrección política. En poco tiempo aciertas con el nivel de procacidad o de exquisitez más adecuados. En mi empresa, por ejemplo, no recuerdo haber oído a nadie llamar de usted ni siquiera a los jefes más jefes, aunque (norma periodística) siempre se empieza dando ese tratamiento de cortesía a los entrevistados... y se continúa, salvo indicación en contra.

No me he esforzado jamás tanto como el día en que entrevisté al secretario de la Real Academia Española. Me habría dolido muchísimo ser consciente de alguna incorrección o descuido por mi parte. No los hubo, creo. Al menos él no pestañeó ni me miró mal en ningún momento.

No sabría decir si me resulta más fácil o más difícil preguntar y entrevistar en otros idiomas. Una conoce peor las connotaciones de las palabras y las normas de cortesía lingüística, pero es cierto que las palabras malsonantes no se aprenden por las vías académicas y quien te las enseña suele dejar claro su significado.

Ah, hablando de idiomas extranjeros, he comprobado que somos muchos los que tenemos palabrotas favoritas en alguna lengua que no es la nuestra. Yo mascullo de vez en cuando un insulto en italiano que me encanta dirigir a ciertos tipos. Y, aunque el principio de esta entrada os pueda hacer pensar lo contrario, cuando utilizo "mierda" como exabrupto y no como sustantivo, la alterno en español, inglés y francés, incluso a veces en alemán. El idioma depende del que se esté manejando a mi alrededor o de lo que haya causado la exclamación.

Reíos si queréis. El que no haya dicho what the fuck alguna vez, que tire la primera piedra.

domingo, 6 de abril de 2014

Diccionarios

Hace unos días supe de la existencia de un Diccionario de Ingeniería. Un trabajo colectivo que ha durado diez años y que, como contaba su director en esta entrevista, requirió el esfuerzo de investigar, cotejar, traducir, sintetizar...

Los diccionarios son imprescindibles para aprender un idioma, para utilizarlo con propiedad y, en este caso, también para permitir que evolucione adaptándose a los tiempos. Crearlos se me antoja una de las tareas más complejas y a la vez más gratificantes.

Cuando se trabaja con información en otros idiomas, y más si está referida a ámbitos en desarrollo, a campos que innovan o al mundo de la poesía o de la fantasía, un problema frecuente es encontrar -o crear- la palabra en el propio idioma que corresponde a un objeto o concepto.

Hace veinte años asistí a un curso sobre Terminología que impartía el Centro de Información y Documentación Científica del CSIC. Me explicaron cómo se elige un nombre nuevo para una nueva realidad atendiendo a las reglas de la etimología, la semántica, etc. En ciencia eso supone a menudo decidir si se puede españolizar un término preexistente en inglés, que en ocasiones es ya de uso habitual en la disciplina de que se trata. En aquella época las palabras recién acuñadas tardaban mucho en conocerse fuera de los ámbitos especializados, no como ahora, cuando internet las pone rápidamente al alcance de todo el mundo. El trabajo de los expertos en terminología ya no puede realizarse con calma.

El de los traductores, por lo general, tampoco. Siempre lo he valorado como se merece, quizá porque es una de mis aficiones. Las obras literarias que crean un universo requieren un esfuerzo de comprensión y empatía por parte del traductor, le exigen que se sumerja en ese universo y lo vea en su propio idioma. He leído obras de Tolkien y de J.K.Rowling en su versión original y me habría costado mucho decidir qué palabras inventadas se debían mantener tal cual y qué otras españolizar (y cómo). Un ejemplo: la traducción de "Death Eaters" por "mortífagos" me parece francamente perfecta.

Quizá la próxima vez que veáis en un periódico un nuevo vocablo en castellano relacionado, por ejemplo, con la ingeniería biomédica, el periodista lo haya tomado de ese Diccionario de Ingeniería que hace dos semanas se presentó en sociedad y desde este lunes estará disponible en la web de la Real Academia de Ingeniería.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Palabras de ida y vuelta (2)

Hablaba anteayer, sin nombrarlos directamente, de los psiquiatras y psicólogos a quienes mucha gente recurre para verbalizar y afrontar sus traumas o sus miedos. Hoy me referiré a otro tipo de personas que están ahí cuando una pérdida o una situación grave bloquea lo que debería ser el avance normal de nuestra vida. Personas que sí son interlocutores y no meramente escuchantes y consejeros. Y también a otras que no lo son aunque lo pretendan.

Merecen todo mi respeto los voluntarios. Los de la Asociación Española Contra el Cáncer, por ejemplo. Ellos ya han sufrido la enfermedad y saben lo que pasa por la cabeza del paciente que empieza a enfrentarse a ella. Éste se encuentra con un desconocido que tiene palabras para concretar sus miedos y otras para plasmar lo que le espera. Escucha y habla con conocimiento de causa.

Hay voluntarios de Cruz Roja o de otras organizaciones que dedican parte de su tiempo a personas mayores. Las ayudan con tareas que la edad vuelve complicadas y les hacen compañía. Para alguien que se ha quedado solo por el distanciamiento o la muerte de sus seres más cercanos, algo tan sencillo como tener una persona con quien hablar beneficia a su estado de ánimo y su salud mental. En estos casos el voluntario sobre todo escucha, pero también abre una puerta a su vida personal en la medida en que su solitario amigo lo necesita.

Por el contrario, unos personajes que me suscitan poco aprecio son lo que desde hace años se han ido llamando gurús, asesores personales y ahora coaches. Son individuos con una formación más que discutible. A ellos acuden, por lo poco que he visto en mi entorno, hombres y mujeres sugestionables, de esos que creen que con voluntad y esfuerzo se logra cualquier cosa. Porque eso es lo que les va a decir el asesor. Les propondrá cambios de actitud, cambios en su modo de vida, cambios en sus objetivos. Y eso es lo que necesitan: palabras mágicas que les definan el fracaso como oportunidad, el miedo como acicate, el cambio como éxito.

Menos aprecio aún siento por los sacerdotes católicos, esos que bajo la fórmula de la confesión obligan a sus fieles a buscar culpabilidades en su interior y relatarlas a quien hará como que comprende la debilidad pero la criticará y castigará antes de perdonarla. Para los más convencidos debe de tener su morbo eso de recibir el perdón para cualquier cosa. Pero a mí no se me ocurre una figura más siniestra que la del humano que se erige en intermediario forzoso entre sus semejantes y la perfección.

lunes, 24 de marzo de 2014

Palabras de ida y vuelta

Las carencias han generado tantas páginas como las tenencias. Son dos circunstancias que nos impelen a comunicarlas, a compartirlas.

Perder a un ser querido, quedarse sin trabajo, ser abandonado por la persona a quien se ama, dejar el hogar, perder la salud... Son cosas de las que no se habla con cualquiera pero se habla. No conozco a nadie que se enfrente a un vacío vital sin expresarlo a alguien a quien considere capaz de una mínima empatía. Necesitamos saber que otro entiende que sufrimos y contiene el dolor que nos desborda.

Si nos faltan las palabras, todo ese sistema de desahogo se desmorona. Y lo mismo ocurre si algo nos impide pronunciarlas. El lenguaje no verbal no es suficiente. Llorar calma, gritar reduce tensiones, romper algo puede resultar un alivio para algunos. Sin embargo, verbalizar los sentimientos es imprescindible para esa especie de exorcismo que nos permite enfrentarnos a la pena y superarla.

Hay profesionales de la escucha, destinatarios a sueldo de nuestras expresiones de confusión, carencia y dolor. Supongo que son necesarios. Supongo que incluso pueden llegar a ser, en su objetividad y su cuidada distancia, más útiles que un oído amigo. Consiguen extraer las palabras que quizá no son más que una nebulosa en unas mentes afligidas.

Pero no dan nada suyo a cambio. No cuentan sus penas, no comparten sus miedos. Preguntan y no responden. Ante seres así, se está siempre en desventaja. Tú eres todo debilidad; ellos, todo fortaleza. Están dispuestos a escucharte hablar de ti sin decir nada de sí mismos.

Las confidencias tienen que ser de ida y vuelta. Si no, no merecen la pena.

viernes, 7 de marzo de 2014

Puntuación

No sé si es desidia, pereza o algo peor: incultura. Prescindir de los signos de puntuación y acentuación tiene ya carácter de epidemia. Y no lo entiendo. ¿Puede alguien pensar que da lo mismo ponerlos que pasar de ellos? Me permito copiaros unas frases de una amistad de FB:

Que verguenza asi jamas se levantara esta empresa.
Habeis probado el cocido que preparan en el restaurante xxx.Es magnifico lo recomiendo.
Magnifico video chicas.Verlo es muy bueno.

Ni tildes ni diéresis ni, por supuesto, comas. Ni un triste signo de exclamación o de interrogación. ¿Se entiende? Supongo que sí. ¿Basta con que se entienda? Para mí, rotundamente no.

Son ejemplos de alguien que escribe para sus amigos: un grupo reducido de destinatarios, un tono coloquial... Pero no me vale la excusa. Porque esas mismas incorrecciones están en los medios de comunicación y en la publicidad.

Anuncios del tipo "No dejes pasar esta oportunidad!" o "No te gustaría?" consagran esa idea de que basta con el signo de cierre de interrogación y exclamación. Demasiados conocidos míos se han apuntado a esa corriente.

Titulares en prensa y televisión como este: "La Bolsa atenta a varios frentes económicos". Sin la imprescindible coma entre "Bolsa" y "atenta", esta última palabra deja de ser adjetivo y se convierte en verbo. Y no creo que quien escribió la frase quisiera decir que la Bolsa estaba atentando contra nada.

O como este: "Mañana en Fukushima". Pero no se pretendía informar de que alguien (Rajoy en este caso) estuviera pasando la mañana en ese lugar, sino de que estaría allí al día siguiente. Otra coma cuya ausencia cambia el significado de la frase.

No hay coma entre sujeto y predicado (con algunas excepciones como que se suprima el verbo, como en el caso que he apuntado más arriba). Los vocativos van entre comas, al igual que los incisos. Las enumeraciones cuyos componentes sean sintagmas que incluyen comas se separan con punto y coma. En las sílabas gue y gui la u es muda y para que no lo sea debe llevar diéresis. Son reglas que aprendí en el colegio, estas y muchas más. Quizá fui la única.

En teoría todos terminamos la educación obligatoria sabiendo leer y escribir, conociendo las normas ortográficas y gramaticales. En la práctica, cada vez se cumplen menos esas normas. Cada vez se escribe peor. Y muchas de las incorrecciones que veo dificultan la comunicación.

Y aunque no lo hicieran, ofenden a la vista. Ver frases como las que escribió en una red social cierto militante de las juventudes de cierto partido me indignan por su contenido y ¡me horrorizan por su forma! ¿Se pueden cometer más faltas en 140 caracteres? Le han llovido críticas por la mentalidad machista y retrógrada de lo que decía, pero se merecería copiar mil veces cada palabra mal escrita y cada regla infringida.

Me estoy poniendo de mala uva, mal plan para un viernes. Aquí lo dejo.

sábado, 1 de marzo de 2014

Mentiras

Hace una semana un programa de televisión contó una versión nueva de unos hechos relativamente conocidos. Era una versión inventada, pero eso no se dijo hasta el final. Mientras tanto, los espectadores más observadores encontraron incoherencias y los más escépticos pusieron en cuarentena el relato. Entre los que lo creyeron, por lo que he leído en las redes, la mayoría se sintieron engañados por alguien en quien confiaban, ofendidos porque les tomaran el pelo o ridiculizados por haber aceptado el relato de buena fe, o todo a la vez.

Para alguien que se dedica a la información o, más específicamente, a la denuncia, es un riesgo pasarse a la ficción sin previo aviso. Sin duda habrá perdido credibilidad entre una parte considerable de su audiencia habitual. Y no sé si le compensa el haberse revelado como un guionista imaginativo.

El lenguaje sirve tanto para narrar los hechos como para inventarlos, para contar verdades como para urdir engaños, para ser sincero como para mentir. Pero como las cosas no son blancas o negras, lo cierto y lo falso no son algo absoluto, tienen matices, interpretaciones, zonas grises. Igual que uno se puede sentir insultado al considerar que le han mentido, el teórico mentiroso puede no tenerse por tal. Puede ofrecer explicaciones, justificar su discurso, aclarar su punto de vista... no siempre con éxito.

Siempre que alguien me ha mentido me he sentido ofendida, lo cual es irrelevante porque tengo una facilidad excesiva para olvidar las ofensas. Pero también me he sentido traicionada, y eso tiene más trascendencia. Es un sentimiento que socava la confianza. Cada mentira que me han dicho en mi vida ha ido arrinconando mi capacidad de confiar, actualmente casi desaparecida.

Y, como creo haber dicho ya alguna vez, me ha hecho odiar ciertas palabras. No es culpa de las palabras sino de quienes las prostituyen.

lunes, 24 de febrero de 2014

Miedos

La vida está llena de miedos. Y a menudo lo que más nos asusta es lo que desconocemos. Identificar, nombrar y describir las cosas nos las hace menos temibles. Si existe una palabra para definir algo es porque otras personas lo han conocido o experimentado antes. El término puede aportar una explicación -intuitiva o científica- o ser solo una constatación del fenómeno, pero aun en este último caso es algo más sólido que el vacío.

Mucha gente siente alivio cuando le diagnostican una enfermedad. El hecho de que su malestar tenga un nombre implica una descripción, otras personas enfermas de lo mismo, cierta idea de qué les espera... Sí, hay quien prefiere no saber ("si es malo no me lo diga, doctor"). Por contra, son millones las personas que aprovechan la accesibilidad de la información en internet para averiguar lo más posible, a veces sin tener una cultura básica con la cual filtrar y valorar.

Me parece absurdo mantener ciertos pensamientos en estado de nebulosa, sin plasmarlos en palabras, por temor. No comparto esa huida de la realidad que es refugiarse en la ignorancia, ese no querer saber si tu patología es grave, si tu pareja te engaña, si tu hijo se droga... como si cerrando los ojos a la verdad se pudiera sufrir menos.

El lenguaje nos ha ayudado a conocer, comprender y actuar. La información es poder, y no solo sobre los demás, como parecen entender algunos leyendo esta máxima. Es poder sobre uno mismo, su futuro y el proceso intermedio. No evitemos hacer preguntas: no es menos doloroso intuir que saber positivamente.

domingo, 16 de febrero de 2014

Mis palabras (3)

Este domingo semisoleado me parece un buen día para haceros partícipes de otras cuantas de mis palabras favoritas. Como sabéis, pueden serlo por su sonido, por su grafía, por su significado, por su etimología o por cualquier otra razón. Empecemos con una bien larga:

- Incertidumbre: El DRAE la define a través del antónimo "certeza", que es la "firme adhesión de la mente a algo conocible, sin temor de errar". La incertidumbre es, por tanto, contraria a esa postura ciega e inamovible y, en cambio, compañera del escepticismo. Este último término me acompaña desde hace tiempo y, curiosamente, hace que me sienta más segura en este universo entrópico (también me encanta la palabra entropía).

- Secreto: Me resulta un arma de doble filo. Tenerlos es un placer; temer que se descubran, una preocupación. Cuando la leo mentalmente siempre suena como un susurro. Va de la mano del silencio y de la penumbra, dos conceptos que me invaden con frecuencia.

- Mirada: Sugiere intención, interés, curiosidad. Ver es algo tan frío como procesar las imágenes en el cerebro y ser consciente de ellas. En el acto de mirar se recogen la subjetividad, el aspecto emocional, la poesía.

- Reflejo, unida por forma y fondo a espejo: Me aleja de la idea de lo absoluto y me introduce en un mundo paralelo, teóricamente secundario, dependiente. A menudo me identifico más con el reflejo que con la realidad. Al fin y al cabo, lo que somos solo se entiende en relación con lo que nos rodea.

- Epatar: un galicismo admitido por la Academia. Algunos de sus sinónimos españoles me fascinan igualmente, como pasmar. Utilizarlos en una época en la que todo es flipar o alucinar te despega de las modas. Adjetivos como pasmado y su hermano pazguato tienen un encanto que no todo el mundo aprecia.

- Descerebrado: es de esas palabras que saboreo cuando las pronuncio, me entretengo al decirlas y termino lanzándolas como quien da un latigazo. De todas formas, la voy sustituyendo cada vez más por anencefálico, que es de uso menos habitual y me proporciona el placer añadido de epatar al destinatario.

Que tengáis un feliz domingo lleno de palabras.

domingo, 2 de febrero de 2014

Ofensas

Leía ayer en Facebook un debate entre miembros de un grupo (del que no formo parte) a raíz de la expulsión de uno de ellos por insultar a otro. En la discusión unos defendían que el debate debe admitir cierto grado (bastante amplio, parecía) de agresividad verbal entre los participantes pues lo contrario sería descafeinarlo o incluso censurarlo. En aras de la libertad de expresión, consideraban un deber de los participantes soportar esa agresividad.

Los argumentos me sonaban: eran los mismos que he leído en otro foro en el que sí intervengo. Los partidarios de los intercambios sin reglas contra los que exigen unas mínimas normas de respeto y cortesía. Los primeros califican de mojigatos de piel demasiado fina a los segundos, quienes a su vez reniegan de la falta de educación de los primeros y de cómo vuelven innecesariamente hostil el ambiente en ese espacio común.

Los, llamémosles, "ofensivos" y los, digamos, "respetuosos" se han atribuido mutuamente la intención de descalificar los argumentos contrarios por las formas y no por el contenido. Unos y otros se han agrupado, hasta el punto de formar dos bandos con poca voluntad de conciliación, por lo que parece.

¿Quién puede decidir cuándo debe o no darse por ofendida una persona por lo que digamos? Esto me trae a la memoria varios debates. Uno: el de los términos con que calificar a determinados grupos de personas. Yo viví, en concreto, las primeras reclamaciones de discapacitados que exigían ser llamados "personas con capacidades diferentes", una aspiración que a otros resultaba ridícula. Dos: el del uso del masculino para englobar a los dos géneros o, más concretamente, a los dos sexos (no he oído a nadie quejarse ante frases como "los postres y las bebidas están excluidos del precio del menú").

Y llego al motivo de esta entrada: ¿hay palabras objetivamente ofensivas o la ofensa depende de cuestiones subjetivas como la intención de quien habla y la percepción de quien escucha? Probablemente las dos cosas.

Me niego a decir "¿estamos todos y todas?" por el hecho de que a una mujer del grupo le parezca excluyente y discriminatorio el "todos". Me niego a decir que una compañera de trabajo sorda tiene "capacidades distintas". Pero me niego también a que algún prepotente atribuya mi exigencia de respeto formal a ñoñería o a incapacidad de aceptar las críticas. Demasiado matón, fanfarrón y tirano ha tenido una que soportar como para admitirlos también en la vida privada.

Quizá mi educación me ha hecho despreciar a los que tienen facilidad para insultar, a los que aúnan el ingenio necesario para soltar pullas con la insensibilidad y la falta de empatía. Quizá mi profesión me ha hecho sobrevalorar la amabilidad y el respeto en las relaciones humanas. Quizá simplemente me da pereza responder a los que manejan un vocabulario con más palabras ofensivas que elogiosas.

Pero, claro, una nunca sabe qué amarguras, qué vacíos vitales esconden en el fondo quienes prefieren ser conocidos por su lengua venenosa.

sábado, 25 de enero de 2014

Hablar sin saber (3)

Hace un par de días una de mis nuevas compañeras de trabajo me arrancó una carcajada al responder a un comentario mío con la siguiente frase: "Como decía Lola Flores: no lo podemos evitar, lo llevamos en los gérmenes".

Yo tengo una lista de expresiones y palabras mal empleadas que despiertan la hilaridad. Ya mencioné algunas en anteriores entradas. Al hablar de ello el otro día, los compañeros empezaron a proveerme de muchas que no conocía. Y no solo eso: me informaban del responsable del error. "Una amiga de mi madre decía: os voy a contar una cosa aquí, en Pekín comité"; o "El otro día encontré anisakis en la lenguadina que nos pusieron en el comedor, lo comenté y se enteró todo el mundo; luego oí decir a una compañera que el pescado tenía tiquismiquis".

La mejor, para mi gusto, fue esta: "¿Qué me dices?, me dejas putrefacta". La descomposición mental de la estupefacción hasta degenerar en podredumbre, pensé entre risas. Aunque no se queda atrás esta otra: "Tengo que cambiar los pómulos de las puertas".

A cambio les regalé algunas de las mías. Enderezar la ensalada, sufrir un cólico frenético, tomarse una aspirina fluorescente, rascarse las vestiduras, llevar una vida sedimentaria, tener un cuchillo de acero inexorable, llover más que cuando el Danubio universal o esperar a que el médico de Orense firme la defunción y la Guardia Civil levante apestado del accidente. También me gustan las frases que implican no ya confundir una palabra sino liar varias: "no lo sé, ni falta que me importa", "yo sin en cambio preferiría otra cosa"...

Tengo mis dudas de si las burradas que voy recopilando son genuinas o están inventadas por personas ingeniosas. En cualquier caso, todas estas y muchas más hicieron pasar un buen rato a los alumnos del primer curso de lenguaje para periodistas que impartí hace años, muchos años, cuando apenas había programas de televisión dedicados a que se insultaran entre sí unos cuantos indocumentados.

No estaría mal volver a dar ese curso...