Tenemos la suficiente práctica hablando como para hacerlo sin esfuerzo y sin necesidad de pensar mucho lo que decimos. Me refiero, claro, a conversaciones normales sobre temas que conocemos. Podemos hablar mientras andamos, mientras conducimos o pintamos o cosemos... No es algo que monopolice nuestra atención. Es habitual que en el lenguaje oral se cometan incoherencias, se dejen las frases sin terminar y el discurso esté salpicado de pequeñas incorrecciones.
Lo malo es cuando esos fallos se trasladan al lenguaje escrito sin que nos parezcan tales. Más de una vez sucede porque no somos conscientes de que algo es un error. Pondré un par de ejemplos.
El autor de un interesantísimo blog que sigo anunciaba el otro día su última entrada con esta frase: "El post que nunca me hubiese gustado escribir."
Quizá no os suene raro. Habréis entendido lo sin duda pretendía decir: "el post que me hubiese gustado no escribir nunca" o "el post que hubiese preferido no escribir". Pero analizad la frase. Lo que en realidad dice es que escribirlo es algo que no le hubiese gustado hacer, o sea, está afirmando que no lo escribió. La negación debería ir junto al verbo escribir, no junto a gustar.
Otra expresión extraña: "La asistencia es voluntaria: se puede ir o no se puede ir". Construcciones así se oyen y se leen a menudo. Sin embargo la negación no debería aplicarse al verbo poder sino a ir, que es lo voluntario. Debería decirse "se puede ir o no ir".
Este otro error se comete a menudo: "Lo he visto un par o tres de veces". Dejemos aparte el hecho de que en nuestro idioma "un par" puede entenderse no como "dos" exactamente sino como un número indeterminado y escaso. El error que quiero señalar es ese "de" que, colocado donde está, da a la frase el significado de "un par o tres pares de veces". Si, en cambio, decimos "un par de veces o tres" tendremos lo que queríamos decir: "dos o tres veces".
La inmensa mayoría de la gente, imagino, no nota nada raro en ninguna de esas construcciones. Yo, por desgracia, sí. Y digo por desgracia porque la incoherencia me da un aldabonazo en el cerebro y me distrae momentáneamente de la conversación. Lo único que me consuela es no ser la única. Con el tiempo he ido conociendo a otras personas en las que la educación escolar y universitaria imprimió la misma maldición: el amor por la perfección lingüística.
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