domingo, 15 de junio de 2014

Registros

Hace poco, hablando con un sobrino mío de ocho años, incluí en una frase la palabra "mierda". Se me quedó mirando como si acabara de pillar a su profesor en un fallo y exclamó "¡Hala, has dicho una palabrota!".

No era cuestión de darle la excusa para repetir esa palabra o cualquier otra que sus padres no quieran oír de su boca infantil, pero tampoco de disculparme por utilizarla yo. Así que le expliqué lo que son los registros. Concretamente, la acepción número 23 de "registro" en el DRAE.

23. m. Ling. Modo de expresarse que se adopta en función de las circunstancias.

Me ha parecido un buen tema para una entrada en este blog sobre lenguaje. Hablar bien exige no solo dominar un vocabulario amplio sino conocer cuándo, dónde y con quién utilizar cada término, un conocimiento que cuesta años adquirir. Cuando lo tienes, puedes pasar de un registro a otro sin dudas, pero hasta entonces pisas terreno resbaladizo.

Yo no fui una niña malhablada. En mi casa no oí decir nada malsonante hasta mi adolescencia, cuando mis padres no sé si se relajaron o se animaron; quiero decir que ignoro si reprimían ciertas expresiones ante sus hijos o simplemente no las empleaban habitualmente. En mis dos colegios, ambos privados y con mayoría de niños de familia bien, se oían moderadamente y solían provocar broncas de los profesores. Recuerdo que a los doce o trece años una compañera de clase me pidió en tono burlón que dijera una palabrota para saber si yo era capaz de tal cosa. Lo hice sin sentir nada extraordinario. En aquel entonces no formaban parte de mi lenguaje habitual, no las encontraba útiles ni necesarias, pero por supuesto las conocía. Mi trato con ellas se multiplicó en la universidad y pronto llegaron a ser un recurso más en mi léxico.

Hasta cierta edad no habla una con muchas personas distintas. No suele tener trato con jefes, con clientes, con cargos públicos... Cuando llega el momento, ese trato lo abordas con precauciones y pecando más por exceso que por defecto de corrección política. En poco tiempo aciertas con el nivel de procacidad o de exquisitez más adecuados. En mi empresa, por ejemplo, no recuerdo haber oído a nadie llamar de usted ni siquiera a los jefes más jefes, aunque (norma periodística) siempre se empieza dando ese tratamiento de cortesía a los entrevistados... y se continúa, salvo indicación en contra.

No me he esforzado jamás tanto como el día en que entrevisté al secretario de la Real Academia Española. Me habría dolido muchísimo ser consciente de alguna incorrección o descuido por mi parte. No los hubo, creo. Al menos él no pestañeó ni me miró mal en ningún momento.

No sabría decir si me resulta más fácil o más difícil preguntar y entrevistar en otros idiomas. Una conoce peor las connotaciones de las palabras y las normas de cortesía lingüística, pero es cierto que las palabras malsonantes no se aprenden por las vías académicas y quien te las enseña suele dejar claro su significado.

Ah, hablando de idiomas extranjeros, he comprobado que somos muchos los que tenemos palabrotas favoritas en alguna lengua que no es la nuestra. Yo mascullo de vez en cuando un insulto en italiano que me encanta dirigir a ciertos tipos. Y, aunque el principio de esta entrada os pueda hacer pensar lo contrario, cuando utilizo "mierda" como exabrupto y no como sustantivo, la alterno en español, inglés y francés, incluso a veces en alemán. El idioma depende del que se esté manejando a mi alrededor o de lo que haya causado la exclamación.

Reíos si queréis. El que no haya dicho what the fuck alguna vez, que tire la primera piedra.

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