lunes, 3 de octubre de 2016

Nostalgia

Lo que llegamos a guardar en una palabra...

La primera vez que telefoneé a la radio para entrar en directo, el técnico de sonido me llamó por un diminutivo cariñoso para calmarme un poco los nervios. Era el mismo nombre por el que solo me llamaba mi hermano mayor. Yo estaba lejos de mi casa y de mi familia, trabajando por primera vez en otra ciudad. Habría abrazado a aquel chico. Nunca supo que por un segundo me había llevado de vuelta a casa.

Mi padre tenía un mote para mí. Solo lo usó siendo yo chiquitina. Luego de vez en cuando lo desempolvaba. Desde que no está, solo queda en mi memoria. Nadie me volverá a llamar así.

Mi primer amor también eligió un modo personal de llamarme. Los nombres que asocias a una sola persona se convierten en pequeños gatillos que disparan recuerdos cada vez que los oyes o los lees.

He dicho adiós tantas veces... La última todavía me duele. Lo que más echo de menos de las personas es hablar con ellas.

La nostalgia no es una presencia constante. Se esconde en los bolsillos, en las fotos, las páginas de los libros, las canciones, los olores y, sobre todo, en las palabras. Tiene querencia por aquellos que no esperamos mucho del futuro. Se asoma cuando sabe que el ánimo le es propicio. Rara vez aparece desgarrada por el dolor o teñida de arrepentimiento. Lo habitual es que se muestre como un rincón cálido y acogedor donde te reencuentras con los trocitos de ti que fueron quedando atrás mientras avanzabas en la vida.

Se puede echar de menos algo o a alguien y saber que perderlo entra en el transcurso normal de las cosas; saber que la vida sigue, que te puede ir igual de bien o de mal sin ello. No quiero volver atrás, no es cierto que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Avanzar no es incompatible con recordar con cariño ni con echar de menos.

Una brizna de nostalgia se me coló en twitter el otro día. No era la primera vez, pero sí la primera en que algunos nos enredamos hablando de ello.

Y aquí estamos hoy, poniéndolo por escrito.

miércoles, 14 de septiembre de 2016

Despedidas

Siempre me ha llamado la atención el valor simbólico de las despedidas. Constantemente nos separamos de personas, de lugares, ponemos fin a situaciones. Pero la despedida es algo solemne que reservamos para las separaciones importantes. No me refiero al hasta mañana a los compañeros de trabajo o al hasta luego a la familia. Hablo de algo que termina, sobre todo si termina para siempre. Los adioses que son hasta nuncas, los deseos de suerte que no sabremos si se llegan a cumplir.

Con todo, una despedida consciente es tranquilizadora: sabemos la importancia de palabras y gestos y los cuidamos. Lo verdaderamente desgarrador son las despedidas que se nos niegan, y que convierten en adiós miradas, ademanes y frases triviales que jamás habríamos elegido para eso.

Muchas personas que pierden a un ser querido sienten remordimientos por no haberle dicho nunca algo que ahora consideran esencial. De haber sabido que aquella era la última ocasión de hacerlo, le habrían expresado eso de lo que jamás habían considerado necesario hablar. Alguien desaparece y nos angustia preguntarnos si sería consciente de nuestro aprecio, si se lo habríamos dejado lo bastante claro. Recibimos la noticia de una muerte y nos asalta la terrible imagen de esa discusión o esa frialdad cuando estuvimos juntos por última vez. Y no hay consuelo.

Tengo la suerte de haber perdido a pocos seres queridos y la fortuna mayor aún de no haber dejado por decirles nada importante. Pero no siempre será así. Y como no quiero sufrir por las palabras guardadas, empezaré a entregárselas a sus destinatarios sin esperar a esa mejor ocasión que nunca suele llegar.

miércoles, 7 de septiembre de 2016

También existen

Con este afán de precisión que nos caracteriza a los amantes del lenguaje, escuchar ciertas palabras o determinados circunloquios nos hace retorcernos de incomodidad. Y preguntarnos si ahora han dejado de enseñar en los colegios lo que aprendimos nosotros. Ejemplos:

- Cuyo. Estoy harta de oír en los medios de comunicación cosas como "una persona de la que se desconoce la edad". ¿De verdad no se les ocurre que lo directo, fácil y adecuado es decir "una persona cuya edad se desconoce"?

- Dimisionario. Por poco frecuente que sea en España, hay personas que dimiten. De inmediato los medios de comunicación (y la gente de a pie) empiezan a calificarlo como "el ministro dimitido" o "el director dimitido". Dimitido es uno de esos participios que no funcionan como adjetivos. El adjetivo, ya digo, es "dimisionario".

- Destituir. A veces se acuerda algún periodista de que existe ese verbo. Todos los demás usan "cesar". La avalancha es tal que hasta la RAE ha admitido este uso como transitivo y lo ha reflejado en su diccionario. Es una muestra de que, como el idioma lo hacemos los hablantes, siempre acaban imponiendo su fuerza numérica los incultos.

En cuanto a signos de puntuación:

- Los signos de apertura de exclamación e interrogación. Por favor, decidme que lo mío no es una batalla perdida, que la Academia no terminará declarando voluntario su uso, por favoooor.

- Y el punto y coma. Pero de eso ya hablé hace tiempo y no os aburriré repitiéndome.

jueves, 18 de agosto de 2016

Silencios

Ayer el presidente del gobierno dio una rueda de prensa. Una periodista le preguntó por algo que él había dicho en otra una semana antes. Él negó haber dicho nada semejante. Se hizo un silencio. Los periodistas presentes quizá dudaban de sus propios recuerdos o quizá no se atrevían a lanzarse a un "mi palabra contra la suya" en el que la posición dominante tenía las de ganar. Porque a nadie se le había ocurrido llevarse en el móvil la grabación de aquella frase, nadie pensó que se pudiera negar la realidad con tanto descaro. La reacción llegó poco después, en los medios de comunicación y las redes sociales, donde se pudieron ver y escuchar, una detrás de otra, la declaración un día y la negación de haberla hecho apenas una semana más tarde.

Probablemente yo también habría guardado silencio de haber estado presente. Mi locuacidad habitual no es incompatible con la percepción de que para discutir deben darse las circunstancias adecuadas, aunque no siempre acierte: a veces discuto cuando no toca, hablo cuando no debería y espero que me respondan cuando quizá mi interlocutor no lo ve necesario. No siempre es fácil saber cuándo es momento de hablar y cuándo es mejor callar. Dosificar las palabras y los silencios es una muestra de sabiduría que muchas veces supone luchar contra las propias tendencias.

Soy muy habladora (y en esto incluyo el escribir). La mayor parte de las personas con las que tengo relación son igualmente parlanchinas. Pero conozco también gente callada, poco amiga de romper el silencio y menos de llevar la iniciativa en una conversación. En todo caso, ser más o menos hablador no tiene nada que ver con saber cuándo hablar ni qué decir.

Utilizamos las palabras para conseguir fines. Y hay quien usa los silencios para eso mismo. Pocas cosas desconciertan más que el silencio cuando buscas un diálogo. Me cuesta distinguir cuándo alguien no habla por ser de natural callado, cuándo porque cree que no es la ocasión, cuándo por estar enfadado o resentido y cuándo porque utiliza el silencio como arma para poner nervioso al otro o para incitarle a llenar el incómodo vacío hablando más de la cuenta.

También están los que rechazan hablar para evitar que les den explicaciones y se las pidan. Es como si negaran al otro el derecho a justificarse y el derecho a saber. Y están quienes niegan la palabra para mostrar desprecio. Pero para eso hay que valer. Sé de personas que dejaron de hablarse hace muchos años y están orgullosas de ello. Porque retirándole la palabra a alguien le están negando su categoría de miembro aceptable de la sociedad.


domingo, 14 de agosto de 2016

Curiosidades

Todos los idiomas tienen expresiones que en una lengua diferente resultan extrañas, absurdas, chocantes, incluso ridículas. Todas tienen su por qué. Se puede rastrear de dónde vienen, como hace Alfred López, que explica estupendamente sus orígenes.

No voy a imitarle. Prefiero llamar la atención sobre lo que atrae la mía e invitaros a pensar. Hoy lo haré con la curiosa forma que tenemos de decir ciertas cosas.

- Qué dolor de cabeza se me ha puesto. Fijaos, se me ha puesto, como si fuera algo exterior que viene a colocarse encima de nosotros, agarrándose a nuestro cráneo.

- Me ha entrado hambre / sueño. Así que el hambre y el sueño están fuera y entran. De esta forma parece que lo justificamos como algo involuntario.

- Meter miedo. El miedo también es ajeno y no siempre viene él solo, a menudo nos lo meten otros.

- Me ha venido la regla, decimos las chicas. Estaba yo aquí tan tranquila y me encuentro con el tomate. Tal cual.

- Ando liada, ando triste, ando preocupada, ando despistada... Nada de eso implica que estemos andando. La cuarta acepción del verbo andar en el DRAE es: estar o encontrarse en determinado estado o situación. Y las siguientes también son interesantes. Se refieren a expresiones como andarse con contemplaciones, andarse con cuidado, andar a tiros o andar por los cuarenta.

- Vas listo. Si andar es polisémico, ir lo es más. Ir listo es siempre un problema, lo cual, mirado objetivamente, parece una contradicción.

Aquí lo dejo. Seguro que se os ocurren muchas más. Pensadlo, que los idiomas tienen su punto divertido.

viernes, 12 de agosto de 2016

Concordancia

Los medios de comunicación parecen haber dado por buena la desaparición de los correctores y por aceptable una cierta cantidad de errores ortográficos, semánticos y sintácticos. Lo digo porque se encuentran en sus páginas o sus informativos con demasiada facilidad. Hay cuentas de Twitter (esta, o esta, o esta) que los recogen y los afean, sin ningún efecto disuasorio, diría yo.

Unos de los que más me chirrían a mí personalmente pero no parecen molestar a casi nadie son los errores de concordancia. De hecho, hay infinidad de compañeros que ni siquiera reconocen tales errores, es decir, que están convencidos de no cometerlos. Tratar de explicarles las normas gramaticales en esos casos es como darse cabezazos contra un muro.

Por ejemplo, esto que leí hace unos días en un periódico de amplia difusión: "Es una mujer muy poderosa y muy fuerte pero también es una de las personas más amables que existe." Ese verbo no tiene como sujeto "ella" sino "personas", y debería ir en plural, existen. De entre las personas más amables que existen, ella es una. A menudo me han rebatido este razonamiento diciendo que es "ella" la que existe o argumentos similares. Si no somos capaces de identificar el sujeto de cada verbo, mal vamos.

Otro ejemplo, encontrado en la misma página del mismo diario: "Lo mismo le pasa a los atletas." Ese pronombre no se refiere a "mismo" sino a "atletas", que va en plural. Debería ser les.

Una confusión frecuente es concordar un adjetivo o un artículo no con el sustantivo al que acompañan sino con el complemento de éste. Decir "las miles de personas" es incorrecto porque "miles" es masculino; por tanto, debería llevar un artículo masculino (los) independientemente de qué palabra siga a "miles".

Sorprendentemente, cada vez me encuentro más confusiones en una construcción bastante habitual que se usa para explicar datos estadísticos. Dicen, por ejemplo: "cuatro de cada diez españoles está en contra." Resulta evidente que "cuatro" es el sujeto de "estar" y que es plural, por lo que ese verbo debería ir en plural también: están.

Algo más complicada es la concordancia de número en las oraciones impersonales y las pasivas reflejas. Anoche escuché en el Telediario: "Se han detenido a 30 terroristas". La explicación de por qué ese plural es incorrecto la podéis encontrar, por ejemplo, aquí. Os copio una parte:

Si el elemento nominal sobre el que recae la acción verbal expresa cosa, debe emplearse la construcción de pasiva refleja; por tanto, el verbo ha de ir en plural si dicho elemento nominal es plural: Se hacen fotocopias.
Si el elemento nominal expresa persona y no va precedido de la preposición a, se emplea también la construcción de pasiva refleja: Se necesitan especialistas en informática.
Si el elemento nominal expresa persona y va precedido de la preposición a, debe emplearse la construcción impersonal; por tanto, el verbo irá en singular aunque el elemento nominal sea plural: Entre los gitanos se respeta mucho a los ancianos. 

Por tanto, lo correcto en el caso que os he mencionado sería decir "Se ha detenido a 30 terroristas".

Sin duda habréis detectado más errores similares. Podéis comentarlos aquí si os apetece.

martes, 26 de julio de 2016

Neutralizar

Estoy leyendo una noticia de agencia. Se cita, entrecomillada, una frase de la Policía francesa, que dice "Los dos secuestradores neutralizados por la policía." El periodista que ha redactado la noticia prescinde de ese eufemismo en el titular: "La policía mata a los dos secuestradores de la iglesia de Normandía."

El lenguaje militar y policial, como el de cualquier grupo profesional, elige o crea sus términos. Pero mal haríamos los periodistas en limitarnos a transcribirlos. Primero, por las posibles dificultades para su comprensión por parte del público. Y segundo, porque las palabras no son inocentes, y cuando hay culpables, hay cómplices.

Los medios de comunicación han hemos sido cómplices de la sustitución de palabras de uso común por eufemismos culpables y, por tanto, hemos servido más a los interesados en ocultar esas palabras que a la ciudadanía. Hemos convertido en el término habitual y preferente cosas como "crecimiento negativo", "ajustes" y una larga lista de la que este artículo contiene una pequeña muestra.

Pero la gente en sus conversaciones cotidianas sigue diciendo "me han bajado el sueldo", "a mi hermana la han despedido", "con la subida del IVA no llego a fin de mes"... y "la policía ha matado a los secuestradores."

Y sin embargo, parte de esa misma gente buscará un eufemismo para suavizar o no decir a las claras determinadas declaraciones. Dulcificará una ruptura sentimental diciendo "necesito un poco de espacio" en lugar de "ya no te quiero en mi vida". Dirá "no eres tú, soy yo" en lugar de "me has decepcionado". Quizá no llegue a la cursilería de decir "papá está en un lugar mejor" pero sí buscará una manera de evitar el crudo "papá ha muerto".

Los médicos que tienen que dar este último tipo de noticias (fallecimientos, diagnósticos terribles) reciben formación sobre la mejor forma de hacerlo. Igualmente quienes además tienen que pedir a los familiares que se planteen la donación de los órganos de la persona a la que han perdido. No se trata de ocultar la realidad sino de hacerla digerible y evitar una reacción negativa.

No sé hasta qué punto el ser humano necesita eufemismos. Tacto sí, delicadeza sí, diplomacia sí. Pero mentiras o medias verdades no. Cuando la persona a la que se dirigen es capaz de comprender y asimilar la realidad, yo soy más partidaria de la sinceridad que de la ocultación. Las malas noticias no se neutralizan por esconderlas o maquillarlas. El dolor no se neutraliza mintiendo ni callando.Y personalmente prefiero que me digan las cosas claras a que me hagan insinuaciones o me dejen adivinar. Porque adivinar se me da mal y probablemente entienda algo distinto de lo que debería.

lunes, 9 de mayo de 2016

Fe

Legalmente es obligatorio dejar constancia por escrito de muchas, muchísimas cosas.

De lo que originalmente se dijo de viva voz a veces se recoge lo dicho literalmente, como en las sesiones del Congreso. Si para su correcta comprensión hay que añadir elementos no verbales (gestos, por ejemplo), se hace.

En otros casos basta un resumen más o menos detallado, como el que se refleja en las actas de reuniones o de las asambleas de sociedades. El grado de detalle varía.Y lo redactado se somete luego a votación porque, aunque parezca un mero trámite, desde que se apruebe quedará como documento oficial del desarrollo de la reunión. Sin embargo, he visto a mucha gente aprobar un acta sin haberla leído. Sea pereza, desinterés o confianza en quien la redactó, no deja de ser irresponsable.

Antes de ciertos procedimientos médicos te entregan un "consentimiento informado". Debes leerlo y, si estás de acuerdo en asumir los riesgos y afrontarlo, lo firmas. He visto personas que firman sin leerlo. Quizá peor: he visto personas que lo leen, no lo entienden bien o les surgen dudas y, a pesar de todo, lo firman sin pedir más explicaciones.

Los contratos suelen ser largos. Recogen todo lo que los abogados les han dicho a las empresas que tienen que asegurarse de que el cliente acepta, aquello a lo que se compromete, a lo que quedan obligados él y la empresa. Poner determinadas cláusulas en letra ilegible por diminuta ya ha sido declarado ilegal por los tribunales. Pero hay quien no lee nada esté en el tamaño de letra en que esté impreso.

Hay sentencias que niegan la validez legal de determinados ducumentos por la incapacidad de quien los firmó para haberlos entendido (demencia, analfabetismo), porque se rubricaron bajo presiones o amenazas, porque el firmante estaba en una situación especialmente vulnerable... Esa tutela judicial es necesaria para esos casos.

Pero, caramba, los jueces no están para protegernos de nuestra desidia, de nuestra irresponsabilidad, de nuestra inconsciencia. Si preferimos creer lo que nos dicen de palabra y no lo que nos ponen por escrito, o si ni siquiera nos molestamos en comprobar que coinciden, no hay red.

miércoles, 6 de abril de 2016

Definirse

Hace unos días escuché por la radio a un conocido divulgador hablar del disco de oro de las naves Voyager, ese en que se recogieron imágenes y sonidos descriptivos de nuestro planeta y nuestra especie: una referencia para posibles extraterrestres inteligentes que llegaran a encontrarlo. "No es fácil describir para un extraterrestre dónde estamos, quiénes somos y cómo somos", decía. Y terminaba: "El autorretrato de la Tierra para alienígenas está pendiente". Pues sí. Para empezar, casi todos tenemos pendiente nuestro autorretrato individual.

Cuando hago una entrevista nunca le pido a la persona entrevistada que se defina, y menos en pocas palabras. Si alguien puede resumir todo lo que es, su vida, sus intereses, su formación, su actividad... en una o dos frases, sé que algo se está dejando fuera. Nadie es tan simple ni se concentra en una sola faceta. Mirad las descripciones de los perfiles de Twitter. Ni las que son un listado de sustantivos y adjetivos reflejan la complejidad del menos complejo de los humanos. Y, en general, nadie quiere retratarse a base de estereotipos y lugares comunes. Escogemos las palabras.

Hay quien empieza definiéndose por su profesión. Pero con la especialización de hoy en día, presentarse como profesor, ingeniero, transportista, diseñador, agricultor, biólogo, comercial, funcionario o periodista es como mostrar el carnet de identidad. Si tomo como ejemplo mi profesión, no hacen lo mismo un periodista que entrevista a políticos para un programa de televisión y otro experto en temas científicos que trabaja en una revista.

Hablando de políticos, podemos calificarnos también por nuestra ideología. Solo que cada vez menos personas se ven reflejadas en una de las etiquetas tradicionales. ¿Se limita uno a decirse progresista o conservador, de tal partido o de tal otro? ¿o necesitamos matizar, concretar, distinguir, desmarcarnos de alguien?

La referencia a las creencias religiosas o la ausencia de ellas puede no quedar clara sin explicaciones, incluso justificaciones. Lo mismo vale para la identificación con escuelas filosóficas, con posicionamientos sociales, con tendencias racionalistas o con el pensamiento mágico...

El aspecto físico, los intereses, las prioridades, los deseos, los gustos, los compromisos, las aficiones... nada es fijo ni permanente. No somos un instante, somos una trayectoria. Evolucionamos física y mentalmente. Hay hechos o circunstancias que nos refuerzan, mientras que otros nos hacen cambiar. Los arrepentimientos nos mueven tanto como los éxitos. Podemos tratar de definirnos por nuestras certezas, aunque a menudo son menos que nuestras dudas. Y tanto las unas como las otras llegan y se van.

lunes, 28 de marzo de 2016

Puntos suspensivos

Creo haber contado ya que la primera vez que fui consciente de que algunas personas utilizaban los puntos suspensivos en funciones incomprensibles fue cuando le di a leer un texto a un compañero. Cuando digo "a leer" me refiero a locutar, a poner la voz para una noticia de televisión. Yo había escrito unos puntos suspensivos precisamente para eso, para dejar en suspenso una enumeración que habría sido muy larga. Pero el hombre no entonó la frase así. Donde estaban los puntos suspensivos se limitó a hacer una bajada de tono y una pausa. Como si fuera un punto y seguido.

Echando un vistazo en el sistema de redacción a ver cómo escribían otros periodistas, me di cuenta de que no pocos usaban los puntos suspensivos en sustitución de puntos, comas, dos puntos y otros signos de puntuación. Ellos ya se entendían. El problema, me pareció, era que no solo recurrían a ello en sus textos sino también en las entradillas que escribían para los presentadores. Pero, vaya, no había tal problema: los presentadores veían normal aquella sobreabundancia de puntos y los interpretaban como quien los había escrito. Y eso sigue ocurriendo, y ya de forma generalizada, lamento decir.

Para montones de personas los signos de puntuación son innecesarios, o eso se deduce viendo cómo escriben. Si uno se pasea por las redes sociales, se encuentra a diario con párrafos que lo testimonian. Paralelamente, en lo que parece ser ya una moda, hay quien se apaña solo con los puntos suspensivos: sustituye con ellos casi todos los demás signos (quizá salvando los de cierre de la interrogación y la exclamación). Pensarán que se les entiende. Pues... seguramente sí se les entiende, pero es gracias a que el receptor suple con su esfuerzo (recurriendo a la lógica, descartando interpretaciones, etc.) el que no ha hecho el emisor.

Esta pereza intelectual sigue avanzando exactamente por ese motivo. Mientras el lector se esfuerce, el mensaje llegará. Los negligentes entienden con ello que los signos de puntuación son innecesarios, como lo es también para ellos el conocimiento de la ortografía. Muchos se han educado en ese desprecio. Hace años, efectuando las prácticas del CAP, me horrorizó que en un amplio grupo de alumnos de último curso de secundaria hubiera varios capaces de escribir un texto de diez líneas sin utilizar ni un solo signo de puntuación, así como otros que se limitaban a poner un punto de vez en cuando y otros más que colocaban alguna que otra coma sin criterio, como al azar. Llevaban estudiando su lengua desde niños y, por lo visto, sin resultado. Pero habían ido aprobando.

Les animé a hacer un ejercicio sencillo: grabar una conversación y transcribirla. Porque, caramba, si existe una variedad de signos de puntuación es porque es necesaria, y nada mejor para comprobarlo que verse en la tesitura de convertir el lenguaje oral en escrito reflejando lo más fielmente posible la entonación, ritmo y sentido de lo dicho. El objetivo es que quien lea la transcripción la comprenda como si hubiera presenciado el diálogo. Se descubre entonces la utilidad del punto y coma, de los dos puntos, los guiones, rayas y paréntesis, de los signos de interrogación y exclamación, de los puntos suspensivos...




lunes, 21 de marzo de 2016

Poesía


Según me han dicho, empecé a cantar cuando empecé a hablar, y eso fue hacia el año de edad. No tiene nada de raro. Mi madre cantaba a todas horas y mi padre lo hacía para dormirnos a mis hermanos y a mí. Tengo el sentido del ritmo de las notas asociado al de las letras con las que encajaban. Cuando empecé a estudiar literatura en el colegio, me sorprendió comprobar que esa facilidad mía para saber si dos versos tenían el mismo número de sílabas sin contarlas no era algo generalizado. La poesía, para mí, siempre tuvo música, aunque fuera silenciosa.

Sí, la poesía tiene mucho de la música: lo primero, el ritmo. Leer o escuchar poemas es como ir de la mano de alguien que te marca el paso. Y engancha. La primera vez que vi una obra de teatro en verso se me quedó la métrica en la cabeza y me salían las frases adaptadas a ella, como si fueran continuación de la obra, como si lo natural fuera hablar así.

También tiene de la música el sentimiento, la pasión. Si bien las palabras de los poetas no son distintas de las de los prosistas, lo que dicen sí lo es. La poesía tiene la capacidad de abrirse paso hasta lo más profundo de ti, hasta zonas recónditas y sentimientos apenas exhibidos...

...aunque existe también la prosa poética: sin rima, sin una estructura marcada, pero con una magia inconfundible. Posee además esa discreción que le permite pasar inadvertida hasta que la lees, no hay líneas cortadas que te avisen. No te esperas, al contrario que cuando estás ante unos versos, que la mente de quien la escribió se abra camino en la tuya hasta tal profundidad, hasta ese lugar donde guardas sentimientos que no exhibes a menudo.

Y ya no os digo nada si esas palabras están escritas para ti exclusivamente. Una carta de amor es el poema más bello y dulce del mundo.

Feliz Día Mundial de la Poesía








lunes, 14 de marzo de 2016

Defensores

El idioma es patrimonio de todos los hablantes, sí. Cada cual lo usa a su manera, sí, pero hasta cierto punto. No vale todo. Hay normas, hay academias que las dictan, hay profesores que las enseñan, hay correctores (humanos) que velan por que se cumplan en los textos que se publican y correctores (automáticos) que a veces llegan a ser más útiles que molestos. Y, a pesar de todo, son incontables los hablantes que cometen errores de bulto.

Siempre he sentido el impulso de corregir a quienes decían o escribían algo mal. Este blog contiene una buena cantidad de entradas que lo demuestran. Tengo amigos y conocidos que sienten la misma necesidad. Sé que es algo impopular. A nadie le gusta que le digan que se equivoca, sobre todo si lo hace a menudo. Quienes sucumbimos a ese impulso tenemos asumida la posibilidad de recibir por ello reproches y críticas. Resultamos soberbios, pedantes, despreciativos, intransigentes, pelmazos...

Nos llaman de todo. Y, con sentido del humor, terminamos llamándonoslo nosotros mismos. Se nos califica de ortonazis, nazis ortográficos, talibanes del diccionario, vigilantes de la palabra, polis de ortografía y guardianes de las esencias lingüísticas. Y en inglés, grammar police, grammar nazis, incluso grammar psychos. Os iba a enlazar un tuit con el que la cuenta de @el_pais publicitaba este reportaje, lleno de correcciones espontáneas de gente como yo, pero lo han borrado. Esta es la captura:



¿Qué somos? Somos amantes de nuestro idioma, defensores de la lengua que nos amuebló el cerebro, admiradores del vehículo que permite a nuestro pensamiento tomar forma y salir de nosotros para llegar hasta los demás. Si incumples las normas gramaticales y ortográficas puedes perder nuestra consideración. Y eso, si no te importa tu lengua, quizá no te importe tampoco. Una pena.

domingo, 10 de enero de 2016

Ingenio

En este mundo hipercomunicado que genera cada minuto millones de comentarios en las redes sociales, una lee infinidad de frases ingeniosas, análisis inteligentes, respuestas brillantes, críticas incisivas... y se pierde muchos más.

Estaba recordando algo que se hubiera hecho viral si en los comienzos del siglo XX hubiera existido internet. Una anécdota que escuché cubriendo como periodista un acto en homenaje a Pedro Muñoz Seca en su ciudad natal, El Puerto de Santa María.

Habían fallecido los guardeses de la finca del escritor, un matrimonio al que él guardaba afecto. A instancias de los familiares escribió un epitafio para su tumba común. Decía así:

“Fue tan grande su bondad,
tal su laboriosidad
y la virtud de los dos
que están con seguridad
en el Cielo, junto a Dios.”

El obispo criticó la frase. Le hizo notar a Muñoz Seca que la Iglesia Católica solo daba como seguro que estaban junto a Dios los santos, pero en el caso de los guardeses no se podía decir tal cosa. El escritor reescribió el epitafio:

“Se fueron juntos los dos,
el uno del otro en pos,
donde va siempre el que muere,
pero no están junto a Dios
porque el obispo no quiere.”

La irritación del obispo aumentó. Le aclaró a Muñoz Seca que no era un capricho suyo sino la doctrina católica y le insistió en que tuviera en cuenta que nadie podía saber con seguridad si los difuntos estaban o no ante Dios a menos que hubieran sido declarados santos. Así pues, el portuense redactó la tercera y definitiva versión:

“Flotando sus almas van
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán
porque, desgraciadamente,
ni Dios sabe dónde están.”

No está de más recordar que el ser humano era ingenioso, tenía sentido del humor y se burlaba de la autoridad mucho antes de que nosotros tuviéramos cuenta en Twitter.















viernes, 8 de enero de 2016

Propósitos (3)

Los dos últimos años los he iniciado proponiéndome hacer o dejar de hacer determinadas cosas en lo relativo a lenguaje, comunicación, expresión y todo aquello de lo que hablo aquí. El éxito no ha sido completo pero sí ha estado en niveles aceptables. Mantendré en la lista de pendientes lo que no he conseguido cumplir del todo. Y añadiré unos pocos propósitos más.

Pendientes de llevar a la práctica están:

- Hablar menos de mí misma en este blog. Esto ha sido un fracaso absoluto. He sido más personalista este año que ningún otro. Intentaré mirar más allá de mi ombligo, en serio.

- Aprender palabras nuevas. Soy muy de costumbres cuando escribo. Todo el que escribe lo es en cierta medida, pero el estilo no es incompatible con la variación. Me pondré a ello.

Y como nuevos propósitos:

- No usar tanto el blog para desahogarme. Es verdad que esta es una de sus funciones, pero debería ser más didáctica y menos criticona. Seguirán exasperándome la ignorancia y los errores, pero probablemente sea más útil explicar que despotricar.

- Abrir de nuevo el blog personal. Parte de lo que quiero decir no encaja en un blog sobre lenguaje. Antes que este tuve uno personal y sin temática específica, pero lo cerré hace tiempo. Quizá a alguien le interese leerme en otro registro.

Además me reafirmo en tres de mis aspiraciones recurrentes: leer más libros, dialogar más y dejar de corregir a los amigos. En estos casos, la práctica está llevando a la mejora de resultados.

Feliz año. Nos seguiremos viendo por aquí.