miércoles, 14 de septiembre de 2016

Despedidas

Siempre me ha llamado la atención el valor simbólico de las despedidas. Constantemente nos separamos de personas, de lugares, ponemos fin a situaciones. Pero la despedida es algo solemne que reservamos para las separaciones importantes. No me refiero al hasta mañana a los compañeros de trabajo o al hasta luego a la familia. Hablo de algo que termina, sobre todo si termina para siempre. Los adioses que son hasta nuncas, los deseos de suerte que no sabremos si se llegan a cumplir.

Con todo, una despedida consciente es tranquilizadora: sabemos la importancia de palabras y gestos y los cuidamos. Lo verdaderamente desgarrador son las despedidas que se nos niegan, y que convierten en adiós miradas, ademanes y frases triviales que jamás habríamos elegido para eso.

Muchas personas que pierden a un ser querido sienten remordimientos por no haberle dicho nunca algo que ahora consideran esencial. De haber sabido que aquella era la última ocasión de hacerlo, le habrían expresado eso de lo que jamás habían considerado necesario hablar. Alguien desaparece y nos angustia preguntarnos si sería consciente de nuestro aprecio, si se lo habríamos dejado lo bastante claro. Recibimos la noticia de una muerte y nos asalta la terrible imagen de esa discusión o esa frialdad cuando estuvimos juntos por última vez. Y no hay consuelo.

Tengo la suerte de haber perdido a pocos seres queridos y la fortuna mayor aún de no haber dejado por decirles nada importante. Pero no siempre será así. Y como no quiero sufrir por las palabras guardadas, empezaré a entregárselas a sus destinatarios sin esperar a esa mejor ocasión que nunca suele llegar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario