miércoles, 15 de febrero de 2017

Factor

Mis abuelos fueron, uno, empleado de Correos, y el otro, de Renfe. Podríais pensar que, dado su trabajo en dos de las principales empresas de la época relacionadas con las comunicaciones, influyeron en que me decidiera a ser periodista, pero ya os digo yo que no porque a uno no lo conocí y con el otro solo tuve algún trato en mi infancia. Sin embargo, recuerdo perfectamente la profesión de este último porque mi madre la mencionaba a menudo: fue factor.

La poca agilidad del Diccionario de la Real Academia hace que esa, la ferroviaria, sea la primera acepción de esta palabra y no cualquiera de las que me esperaba. "Elemento o causa que actúa junto con otros" es la tercera y "Cada una de las cantidades o expresiones que se multiplican para obtener un producto" es la sexta; incluso "Persona que hace algo" es la segunda. Pero la primera, atención, la primera es: "En las estaciones de ferrocarril, empleado que se ocupa de la recepción, expedición y entrega de los equipajes y mercancías". Sí, en la época en que la mayoría de los españoles no ha visto nunca un tren de mercancías, si uno busca "factor" en el DRAE, aprenderá que existe tal ocupación.

Aunque peor es lo mío: si lo que buscas es "periodista", la primera acepción es "Persona legalmente autorizada para ejercer el periodismo". Como en la dictadura. De lo que ha pasado después, se entera uno mirando más abajo.

lunes, 6 de febrero de 2017

Nombres

Una de las primeras palabras que aprendemos a distinguir y reconocer es nuestro nombre. En cuanto comprendemos que ese conjunto de fonemas en boca de nuestros padres y hermanos nos representa, empezamos a identificarnos con él. Diría que llegamos a ser él, porque si alguna palabra somos, es nuestro nombre, ya sea el que nos dieron al nacer, un hipocorístico, un apodo cariñoso que nos aplicaron, el seudónimo o el nombre artístico que elegimos en un momento dado, o todos ellos (o en algunos casos un nombre de pila con el que decidimos sustituir al que percibimos como impuesto y tal vez hemos llegado a odiar).

Elegimos identificarnos con uno o, más bien, varios nombres y nos gustaría escoger también quién puede usarlos y cómo, dar o negar a los demás el derecho a dirigirse a nosotros de usted o de tú, con nuestro nombre o con diminutivos, formas abreviadas, apodos familiares, etc. Y no siempre puede ser, especialmente en el caso de muchos personajes públicos. Por hablar de lo que mejor conozco, los periodistas hemos dejado de llamar "señor" o "señora" a la mayoría de las personas a quienes nos dirigimos (se salvan algunas autoridades con título o tratamiento oficial), y no son pocos quienes tratan a los protagonistas de sus noticias con familiaridad más propia de un amigo íntimo, usando apelativos que quizá a ellos les agradaría limitar al ámbito privado... o quizá no.

En cuanto a nuestro nombre y apellidos tal como constan en el registro, son nuestra identidad oficial como personas, ciudadanos, hijos, padres, estudiantes, trabajadores, sujetos de derechos y obligaciones... y, en consecuencia, cualquiera puede llamarnos así. Por eso para las personas transexuales o transgénero resulta tan importante que, como ya es posible en algunos países, la ley les permita cambiar en el registro su nombre y su sexo.

Siempre me ha hecho gracia que a menudo recordemos el nombre y los dos apellidos de nuestros compañeros de colegio muchos años después de haber terminado los estudios. En las clases se pasaba lista (ignoro si se sigue haciendo) para comprobar la asistencia, en los exámenes orales se nos iba convocando por el nombre completo, lo mismo al dar las notas... Terminabas el curso sabiéndote de memoria la lista en orden alfabético.

Y, claro, sabías también su año de nacimiento, el centro donde habían estudiado, a menudo los nombres de sus hermanos... No es extraño que ahora antiguos compañeros de colegio o de universidad se localicen por medio de las redes sociales, el equivalente moderno del listín telefónico aumentado y mejorado. Y con fotos.