lunes, 28 de marzo de 2016

Puntos suspensivos

Creo haber contado ya que la primera vez que fui consciente de que algunas personas utilizaban los puntos suspensivos en funciones incomprensibles fue cuando le di a leer un texto a un compañero. Cuando digo "a leer" me refiero a locutar, a poner la voz para una noticia de televisión. Yo había escrito unos puntos suspensivos precisamente para eso, para dejar en suspenso una enumeración que habría sido muy larga. Pero el hombre no entonó la frase así. Donde estaban los puntos suspensivos se limitó a hacer una bajada de tono y una pausa. Como si fuera un punto y seguido.

Echando un vistazo en el sistema de redacción a ver cómo escribían otros periodistas, me di cuenta de que no pocos usaban los puntos suspensivos en sustitución de puntos, comas, dos puntos y otros signos de puntuación. Ellos ya se entendían. El problema, me pareció, era que no solo recurrían a ello en sus textos sino también en las entradillas que escribían para los presentadores. Pero, vaya, no había tal problema: los presentadores veían normal aquella sobreabundancia de puntos y los interpretaban como quien los había escrito. Y eso sigue ocurriendo, y ya de forma generalizada, lamento decir.

Para montones de personas los signos de puntuación son innecesarios, o eso se deduce viendo cómo escriben. Si uno se pasea por las redes sociales, se encuentra a diario con párrafos que lo testimonian. Paralelamente, en lo que parece ser ya una moda, hay quien se apaña solo con los puntos suspensivos: sustituye con ellos casi todos los demás signos (quizá salvando los de cierre de la interrogación y la exclamación). Pensarán que se les entiende. Pues... seguramente sí se les entiende, pero es gracias a que el receptor suple con su esfuerzo (recurriendo a la lógica, descartando interpretaciones, etc.) el que no ha hecho el emisor.

Esta pereza intelectual sigue avanzando exactamente por ese motivo. Mientras el lector se esfuerce, el mensaje llegará. Los negligentes entienden con ello que los signos de puntuación son innecesarios, como lo es también para ellos el conocimiento de la ortografía. Muchos se han educado en ese desprecio. Hace años, efectuando las prácticas del CAP, me horrorizó que en un amplio grupo de alumnos de último curso de secundaria hubiera varios capaces de escribir un texto de diez líneas sin utilizar ni un solo signo de puntuación, así como otros que se limitaban a poner un punto de vez en cuando y otros más que colocaban alguna que otra coma sin criterio, como al azar. Llevaban estudiando su lengua desde niños y, por lo visto, sin resultado. Pero habían ido aprobando.

Les animé a hacer un ejercicio sencillo: grabar una conversación y transcribirla. Porque, caramba, si existe una variedad de signos de puntuación es porque es necesaria, y nada mejor para comprobarlo que verse en la tesitura de convertir el lenguaje oral en escrito reflejando lo más fielmente posible la entonación, ritmo y sentido de lo dicho. El objetivo es que quien lea la transcripción la comprenda como si hubiera presenciado el diálogo. Se descubre entonces la utilidad del punto y coma, de los dos puntos, los guiones, rayas y paréntesis, de los signos de interrogación y exclamación, de los puntos suspensivos...




lunes, 21 de marzo de 2016

Poesía


Según me han dicho, empecé a cantar cuando empecé a hablar, y eso fue hacia el año de edad. No tiene nada de raro. Mi madre cantaba a todas horas y mi padre lo hacía para dormirnos a mis hermanos y a mí. Tengo el sentido del ritmo de las notas asociado al de las letras con las que encajaban. Cuando empecé a estudiar literatura en el colegio, me sorprendió comprobar que esa facilidad mía para saber si dos versos tenían el mismo número de sílabas sin contarlas no era algo generalizado. La poesía, para mí, siempre tuvo música, aunque fuera silenciosa.

Sí, la poesía tiene mucho de la música: lo primero, el ritmo. Leer o escuchar poemas es como ir de la mano de alguien que te marca el paso. Y engancha. La primera vez que vi una obra de teatro en verso se me quedó la métrica en la cabeza y me salían las frases adaptadas a ella, como si fueran continuación de la obra, como si lo natural fuera hablar así.

También tiene de la música el sentimiento, la pasión. Si bien las palabras de los poetas no son distintas de las de los prosistas, lo que dicen sí lo es. La poesía tiene la capacidad de abrirse paso hasta lo más profundo de ti, hasta zonas recónditas y sentimientos apenas exhibidos...

...aunque existe también la prosa poética: sin rima, sin una estructura marcada, pero con una magia inconfundible. Posee además esa discreción que le permite pasar inadvertida hasta que la lees, no hay líneas cortadas que te avisen. No te esperas, al contrario que cuando estás ante unos versos, que la mente de quien la escribió se abra camino en la tuya hasta tal profundidad, hasta ese lugar donde guardas sentimientos que no exhibes a menudo.

Y ya no os digo nada si esas palabras están escritas para ti exclusivamente. Una carta de amor es el poema más bello y dulce del mundo.

Feliz Día Mundial de la Poesía








lunes, 14 de marzo de 2016

Defensores

El idioma es patrimonio de todos los hablantes, sí. Cada cual lo usa a su manera, sí, pero hasta cierto punto. No vale todo. Hay normas, hay academias que las dictan, hay profesores que las enseñan, hay correctores (humanos) que velan por que se cumplan en los textos que se publican y correctores (automáticos) que a veces llegan a ser más útiles que molestos. Y, a pesar de todo, son incontables los hablantes que cometen errores de bulto.

Siempre he sentido el impulso de corregir a quienes decían o escribían algo mal. Este blog contiene una buena cantidad de entradas que lo demuestran. Tengo amigos y conocidos que sienten la misma necesidad. Sé que es algo impopular. A nadie le gusta que le digan que se equivoca, sobre todo si lo hace a menudo. Quienes sucumbimos a ese impulso tenemos asumida la posibilidad de recibir por ello reproches y críticas. Resultamos soberbios, pedantes, despreciativos, intransigentes, pelmazos...

Nos llaman de todo. Y, con sentido del humor, terminamos llamándonoslo nosotros mismos. Se nos califica de ortonazis, nazis ortográficos, talibanes del diccionario, vigilantes de la palabra, polis de ortografía y guardianes de las esencias lingüísticas. Y en inglés, grammar police, grammar nazis, incluso grammar psychos. Os iba a enlazar un tuit con el que la cuenta de @el_pais publicitaba este reportaje, lleno de correcciones espontáneas de gente como yo, pero lo han borrado. Esta es la captura:



¿Qué somos? Somos amantes de nuestro idioma, defensores de la lengua que nos amuebló el cerebro, admiradores del vehículo que permite a nuestro pensamiento tomar forma y salir de nosotros para llegar hasta los demás. Si incumples las normas gramaticales y ortográficas puedes perder nuestra consideración. Y eso, si no te importa tu lengua, quizá no te importe tampoco. Una pena.