sábado, 6 de septiembre de 2014

Seducir

Uno de los privilegios de usar palabras para comunicarse es la posibilidad de plasmar en ellas la pasión y el deseo, la promesa de placer y su recuerdo, la expectativa y la consumación, para compartirlos a través de la distancia y conservarlos a lo largo del tiempo.

Las palabras que se pronuncian para enamorar suelen ser engañosas en cuanto a lo que dicen pero muy reveladoras de la capacidad de su emisor para seducir. Al principio se camina por ese filo de navaja que es no saber si la otra persona está igualmente interesada en los mismos fines. El lenguaje se vuelve poético e insinuante sin dejar de ser cauto, sutil, ambiguo. Cuando nos atrevemos a materializar una expresión que permite pocas dudas, aguardamos expectantes la reacción del cerebro destinatario, su rechazo o su aceptación.

Si el caso es lo segundo, se nos abre la puerta a otras palabras ya inequívocas. Sin embargo, escogemos entre estas las más elegantes, las menos descarnadas. El vocabulario sensual y sexual es rico y amplio. Podemos permitirnos el lujo de envolver nuestro deseo en términos que para un observador ajeno resultarían cursis o ñoños pero para nosotros son exquisitamente dulces.

La intimidad sexual requiere ya palabras claras. Los cuerpos, los actos, las sensaciones exigen ser llamados por su nombre. No satisfacemos el deseo sin liberarnos a la vez de las reservas del lenguaje. Eso no ha ocurrido ni ocurrirá jamás. Verbalizar después esa satisfacción ya nos devolverá las palabras tiernas y delicadas.

He tenido la fortuna o la desgracia de mantener bastantes relaciones a distancia, con personas que tenía a mi lado de forma intermitente. En cualquier caso, escribirme y hablarme con ellas ha sido... mágico.