miércoles, 31 de julio de 2013

Hablar sin saber

Quiero llamaros la atención sobre algo más habitual de lo que parece: el uso de palabras y expresiones por inercia, sin saber exactamente qué significan o de dónde proceden.

En conversaciones coloquiales he oído a personas de mi entorno utilizar términos que no encajaban. A veces se trataba de que la acepción a que se referían era propia de su región y no de la mía, pero más a menudo era un error.

¿Cómo llegamos a convencernos de que una palabra tiene un significado distinto del suyo? Quizá porque el contexto en que la oímos por primera vez podía sugerir ese sentido y se lo atribuimos sin comprobarlo en el diccionario. Una amiga me preguntó una vez: "¿Tienes prejuicios?" "Quiero creer que no", le respondí. Entonces cogió mi botella de agua y bebió a morro de ella. "Prejuicios quizá no tenga pero escrúpulos sí", le espeté. No comprendió.

Puede ser también que confundamos dos términos parecidos. O que no conozcamos una palabra e imaginemos otra en su lugar. Recuerdo haber oído en el autobús a dos chicas hablando de una pareja; después de criticar a la mujer, aludieron al marido diciendo "pues fulanito tampoco es un desecho de virtudes". Probablemente desconocían la existencia de "dechado".

En el periodismo la irreflexión lleva al uso de expresiones absurdas. Me llama mucho la atención una en concreto: "todo hace indicar que...", mezcla evidente de "todo indica" y "todo hace pensar". ¿Se para a pensar quien la emplea en lo que está diciendo? No. Y las modas son también nefastas. Analizad eso tan oído últimamente de "como no podía ser de otra manera", una expresión la mayoría de las veces prescindible y sin sentido.

Si queréis hacer un experimento, la próxima vez que alguien diga delante de vosotros "valga la redundancia" preguntadle dónde está la redundancia. Puede que no la haya. Puede que ni siquiera sepan qué quiere decir redundancia.

Os animo a consultar en el diccionario todas aquellas palabras de cuyo significado no tengáis absoluta certeza. Lo mismo lleváis años empleando mal alguna.

viernes, 19 de julio de 2013

Aprendizaje

El aprendizaje de nuestro propio idioma es una tarea que se inicia en el nacimiento y se prolonga durante toda la vida. Una etapa clave son los años en los que se nos enseñan sus reglas, sus fundamentos, sus orígenes... Si en ese tiempo no surgen en nosotros el respeto y la pasión por el lenguaje, tendremos para siempre un grave déficit.

El lenguaje nos conforma. Es la herramienta imprescindible para conocer y comprender el universo donde vivimos y a nosotros mismos, para pensar, para idear, para prever el futuro y proyectarse hacia él. Y para muchos es nuestro intrumento de trabajo.

Un periodista no puede ser un buen periodista si no domina su idioma. Una palabra mal usada cambia el sentido de una noticia. Un matiz puede determinar cómo se percibe esa noticia. Una coma mal puesta puede alterar el significado de una frase. Un término inadecuado puede suponernos incluso una demanda.

Sin llegar a tanto, un texto mal escrito es una pobre carta de presentación. Si leyendo una noticia encuentro errores lingüísticos, para mí la credibilidad del periodista cae. Porque en ese momento me pregunto: si en sus años de colegio no aprendió bien su idioma, ¿es posible que el resto de su formación haya sido igual de inútil?

lunes, 15 de julio de 2013

Mis palabras (1)

Todos tenemos palabras favoritas. Leerlas, pronunciarlas o imaginarlas nos da la sensación de estar en casa y nos dibuja un asomo de sonrisa. Es como si fueran de nuestra propiedad y cuando alguien las usa nos parece que nos las hubiera cogido prestadas.

Os revelaré algunas de las mías.

- Estremecerse: se puede decir casi sin separar los labios, un término frío y afilado como debe ser, susurrante por sus eses e hilvanado entre sus es.

- Atardecer: evocadora como pocas, una palabra en la que demorarse, sobre la que recostarse a observar con calma, dulce y triste a la vez, como la nostalgia.

- Campanilla: me resulta tan tintineante como el sonido que produce; me hace pensar en una lluvia de gotas de cristal. Fue un acierto darle ese nombre al hada de Peter Pan.

- Profundo: casi me da vértigo asomarme a ella; a veces, con solo pronunciarla ya me hundo en ella como en un abismo.

- Olvido: me resulta mucho más cálida de lo que podáis imaginar; es ese lugar de descanso de la memoria donde todo deja de tener sentido, sumergido en esas oes de principio a fin.

¿Cuáles son las vuestras?

domingo, 14 de julio de 2013

Benditas palabras

Qué felicidad dan a veces las palabras.

Hay conversaciones en las que las palabras fluyen como un río claro y fresco. Te enlazan con otra persona, te enredan en ella y te dejan la sensación de haber visitado un lugar adonde volverás una y otra vez.

A veces las palabras te descubren un universo desconocido. Te las hace llegar, verbalmente o por escrito, alguien que sabe más que tú o ha vivido más que tú o entiende ciertas cosas mejor que tú. Vienen cargadas de experiencias ajenas tan fascinantes como enriquecedoras.

Hay palabras que refuerzan vínculos. Reafirman tu pertenencia a un grupo y te ayudan a cimentar tu identidad, tu vida, a hacer planes de futuro.

Algunas palabras trascienden la vida, permanecen después de la muerte, dejándonos algo vivo de quienes ya no están, regalándonos eternidad.

Y están también esas palabras que siempre nos alegraremos de haber dicho. Aquellas con las que hicimos feliz a alguien cuya felicidad, a su vez, nos completó.

sábado, 13 de julio de 2013

Malditas palabras

Qué daño hacen a veces las palabras.

Hablas con una persona y no te entiende; quizá está pensando que le dices algo distinto, quizá sus ideas preconcebidas son un muro contra el cual se estrellan, inútiles, tus frases por bien expresadas que estén. Son palabras desperdiciadas porque no cumplen su función.

Hay palabras especialmente desazonadoras, como las últimas que se dirigieron a alguien sin saber que eran las últimas. Esas no tienen matización ni rectificación ni desarrollo posibles. Podemos volver sobre ellas una y otra vez pero ya en solitario, sin interlocutor, sin resultado.

Algunas palabras se te quedan para siempre en la cabeza. No llegaron a pronunciarse y son como ramas podadas al brotar. Las que ibas a decirle a esa persona esos días que ibas a pasar con ella y que nunca llegaron. Las que pensaste únicamente para intercambiarlas con ella. Y se quedaron en nada, como tinta sin papel.

Hay otras que sí dijiste y desearías poder borrar. Son quizá las más abundantes. Llenaríamos todos un universo de arrepentimiento con ellas. Pesan, duelen... y a veces, si hay suerte, enseñan.

viernes, 12 de julio de 2013

Barbaridades

Las erratas y los errores de bulto en los medios de comunicación llegan a ser tan demenciales como para arrancar carcajadas. Acabo de ver esta recopilación que da una imagen nefasta de los periodistas: o son un hatajo de ignorantes o alcanzan cotas preocupantes de despiste o se dejan ridiculizar por el corrector automático. Menos mal que tamañas meteduras de pata son excepcionales.

Si bien las barbaridades tan evidentes no abundan, sí son frecuentes otras que pasan inadvertidas para una parte considerable de la población que comparte la ignorancia del autor. Pondré dos ejemplos, dos errores de concepto cometidos por colegas de mi propio medio.

Una dijo que la OMS había incluido los accidentes de tráfico entre las diez enfermedades más mortíferas del mundo. Sin duda lo que hizo la OMS fue incluirlos entre las diez principales causas de muerte. Pero a nadie le chirrió la identificación de accidente y enfermedad: ni a la persona que lo escribió ni a quienes le revisaron el texto.

Otra hablaba del hielo detectado en un planeta por los sensores de una nave desde su órbita. Para dejar claro de qué cantidad hablaba, hizo una comparación: dijo que el volumen de aquel hielo era equivalente a la superficie de España. Esa equiparación de volumen con superficie tampoco hizo saltar ninguna alarma en quienes leyeron la noticia antes de darle el visto bueno.

Los errores se multiplican cuando se manejan números. Hay un libro que no me canso de recomendar, y no solo a periodistas: "Un matemático lee el periódico", de John Allen Paulos. Es útil para toda esa gente que se lía con las cifras, los porcentajes, las correlaciones... Para esos individuos patéticos que justifican sus errores diciendo "es que yo soy de letras". Debería haber una condena para ellos. Propongo cuatro horas semanales de clase de matemáticas básicas durante un semestre. Como mínimo.

Sí, esto es un blog sobre palabras. Y las palabras, mal usadas, confunden en todos los ámbitos de la vida, incluidas las matemáticas.

jueves, 11 de julio de 2013

Autoridades

En la redacción de un medio de comunicación es habitual que se discuta sobre lenguaje y se intente unificar criterios. Las transcripciones de nombres originalmente escritos en otros alfabetos, la denominación de lugares, las acepciones de un término, los errores, ¡sobre todo los errores!

Un medio puede tener su propio manual de estilo o utilizar el de otro. Puede atenerse a las indicaciones de la Real Academia Española (RAE) y/o de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), instituciones a las que en cuestiones del lenguaje se les ha dado autoridad para determinar cuál es su uso correcto, plasmar sus criterios en normas y discernir, ante la evolución de la lengua, qué se acepta y se incorpora y qué se descarta y se rechaza.

Un medio, decía, puede atenerse a sus indicaciones y hasta creería que debe, si no fuera porque tengo espíritu crítico y cuestiono las decisiones de esos organismos, que en ocasiones se me parecen demasiado a un argumento de autoridad. El argumento de autoridad es una falacia que consiste en considerar válida una afirmación porque quien la sostiene es un experto en la materia.

El carácter de expertos de los integrantes de la RAE y la Fundéu se basa en su profundo conocimiento del lenguaje. Pero deben argumentar sus decisiones o de lo contrario caerían en la falacia antes mencionada. Y no siempre lo hacen bien.

Últimamente hay una tendencia, en mi opinión ridícula, a españolizar nombres propios. Se nos dice que escribamos Bangladés en lugar de Bangladesh, que hablemos de los óscares de Hollywood y no de los Oscar. También se dice que escribamos gais (y pronunciemos gais) en vez de gays (pronunciado gueis).

El topónimo que menciono nos ha llegado escrito en caracteres latinos a través del inglés. En principio soy partidaria de transcribir el nombre original a la grafía que corresponda a su sonido. Me negué a escribir Saddam Hussein porque en español, al contrario que en inglés, no necesitamos duplicar esas consonantes para que las vocales anteriores no diptonguen. Tampoco escribo Abdallah, pues para nosotros la ll suena diferente de la l y la h, aparte de no cumplir tampoco la misma función de evitar el diptongo, en nuestro idioma nunca va al final de palabra. Pero Bangladesh no suena igual que Bangladés, aunque el sonido sh no sea propio del español.

En cuanto a lo de los óscares y los gais, quizá me habría chocado menos si no lleváramos décadas utilizando los términos originales en inglés. ¿Y por qué aceptar bluyín, españolización de blue jean?

Auguro fracasos tan sonados como el de güisqui. Que alguien me diga si en algún sitio ha visto escrito whisky de esa provinciana manera.




Se agradecen comentarios

miércoles, 10 de julio de 2013

Tono

El correo electrónico, la mensajería instantánea, las redes sociales, los blogs... todo lo que internet ha puesto al alcance de nuestros teclados ha supuesto un renacimiento de la palabra escrita como medio de comunicación entre particulares. Hablaré una y mil veces del impulso y, por desgracia, también de la agresión que ello ha supuesto para el lenguaje. Pero en este primer día únicamente quería hacer una reflexión sobre algunos inconvenientes de lo escrito.

Quienes estamos acostumbrados a escribir en tono neutro, en mi caso información puesto que soy periodista, naufragamos a menudo a la hora de transmitir emociones. Nuestra redacción se impregna del tono de voz con que oímos esas palabras en nuestra cabeza. Releemos (siempre hay que releer) y damos por supuesto que nuestro interlocutor en la distancia leerá con nuestro mismo tono. Pero los signos de puntuación, aun utilizados de forma correcta, nunca garantizan todos los matices. Algunas veces valdría la pena esperar a cambiar de estado de ánimo y repasar lo escrito. Puede ser toda una sorpresa.

Acabo de tener esa experiencia. Un correo de contenido emotivo ha llegado a su destinatario. Horas después, vuelto a leer por mí, me resulta excesivamente visceral. Lo escribí un poco alterada, pero no enfadada ni resentida. Ahora veo rasgos de agresividad, de reproche, de ruptura... Pretendía que alguien supiera cómo me siento y tal vez le he dibujado sensaciones más extremas de las que tenía.

La primera lección de este blog es para mí: si lo que se escribe no es para uno mismo hay que hacer un esfuerzo para que las palabras se oigan en la otra mente, si no inequívocamente iguales, al menos lo más parecidas posible a como las pronunciamos en la nuestra.


Bienvenidos

Dice mi madre que empecé a hablar antes de cumplir un año y que con apenas dieciséis meses cantaba canciones que le había oído a ella. Mi relación con las palabras fue temprana y apasionada. Leer me ha proporcionado satisfacciones que nada puede borrar. Llevo casi toda mi vida escribiendo. Y mi profesión se basa, ante todo, en las palabras.

El uso del lenguaje es mi vara de medir, la herramienta con la cual juzgo a los demás. En este blog hablaré de palabras, de lenguaje, del uso que le damos y de cómo lo maltratamos.

Bienvenidos al que, a partir de hoy, será el hogar de muchas de mis palabras.