jueves, 11 de julio de 2013

Autoridades

En la redacción de un medio de comunicación es habitual que se discuta sobre lenguaje y se intente unificar criterios. Las transcripciones de nombres originalmente escritos en otros alfabetos, la denominación de lugares, las acepciones de un término, los errores, ¡sobre todo los errores!

Un medio puede tener su propio manual de estilo o utilizar el de otro. Puede atenerse a las indicaciones de la Real Academia Española (RAE) y/o de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), instituciones a las que en cuestiones del lenguaje se les ha dado autoridad para determinar cuál es su uso correcto, plasmar sus criterios en normas y discernir, ante la evolución de la lengua, qué se acepta y se incorpora y qué se descarta y se rechaza.

Un medio, decía, puede atenerse a sus indicaciones y hasta creería que debe, si no fuera porque tengo espíritu crítico y cuestiono las decisiones de esos organismos, que en ocasiones se me parecen demasiado a un argumento de autoridad. El argumento de autoridad es una falacia que consiste en considerar válida una afirmación porque quien la sostiene es un experto en la materia.

El carácter de expertos de los integrantes de la RAE y la Fundéu se basa en su profundo conocimiento del lenguaje. Pero deben argumentar sus decisiones o de lo contrario caerían en la falacia antes mencionada. Y no siempre lo hacen bien.

Últimamente hay una tendencia, en mi opinión ridícula, a españolizar nombres propios. Se nos dice que escribamos Bangladés en lugar de Bangladesh, que hablemos de los óscares de Hollywood y no de los Oscar. También se dice que escribamos gais (y pronunciemos gais) en vez de gays (pronunciado gueis).

El topónimo que menciono nos ha llegado escrito en caracteres latinos a través del inglés. En principio soy partidaria de transcribir el nombre original a la grafía que corresponda a su sonido. Me negué a escribir Saddam Hussein porque en español, al contrario que en inglés, no necesitamos duplicar esas consonantes para que las vocales anteriores no diptonguen. Tampoco escribo Abdallah, pues para nosotros la ll suena diferente de la l y la h, aparte de no cumplir tampoco la misma función de evitar el diptongo, en nuestro idioma nunca va al final de palabra. Pero Bangladesh no suena igual que Bangladés, aunque el sonido sh no sea propio del español.

En cuanto a lo de los óscares y los gais, quizá me habría chocado menos si no lleváramos décadas utilizando los términos originales en inglés. ¿Y por qué aceptar bluyín, españolización de blue jean?

Auguro fracasos tan sonados como el de güisqui. Que alguien me diga si en algún sitio ha visto escrito whisky de esa provinciana manera.




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