domingo, 21 de diciembre de 2014

Con solo escuchar un rato

Hace unos días entrevisté a una abogada de cierta edad. Hablando con ella me gustó su dicción cuidada y lo claramente que exponía sus ideas. Luego, cuando transcribí la entrevista (mi forma habitual de trabajar) y la traduje (era en inglés, la mujer es estadounidense) me fascinó con qué corrección estaban estructuradas sus frases, cómo se preocupaba de no repetir palabras, la concordancia perfecta de todo aquello que debía concordar... Casi no parecía lenguaje oral. Pero lo era.

Hay personas acostumbradas a cuidar su discurso cuando hablan tanto como cuando escriben. Probablemente su prestigio como abogada deba mucho a una exquisita exposición de argumentos ante los jueces y jurados. Ha dado numerosas conferencias y ha concedido entrevistas a medios de todo el mundo que, sin duda, han quedado tan satisfechos como yo. Porque a los periodistas no nos gusta ni presentar a nuestro público un discurso incomprensible, mal hilado o lleno de tópicos, ni tener que cortarlo o apañarlo para darle mejor aspecto.

Ahora estaba transcribiendo otra entrevista, también en inglés, hecha a un ilusionista. Su educación fue, o eso deduzco de lo que contaba él mismo, bastante deficiente. Es muy cordial, entusiasta, cuenta las cosas representándolas, cargándolas de emoción. Pero su lenguaje es pobre y lleno de muletillas. Cuando transcribes te das cuenta de la cantidad de "you know", "I mean", "kind of", "it's like", y de esas palabras comodín tipo "interesting", "beautiful" o "wonderful". Cualquiera de sus frases se podría dejar en la mitad quitándole todo lo innecesario y lo vacío.

En español ocurre lo mismo, claro. Hay entrevistas plagadas de "o sea", de "bueno", "entonces", "por tanto", "en realidad" y toda una ristra de expresiones de las que muchos no saben prescindir. En TVE subtitulamos casi todo, lo cual nos obliga a los periodistas a transcribir las declaraciones (incluso los "canutazos" a gente por la calle). Así me acostumbré yo a hacerlo. Y así descubrí lo penosos que podemos ser al hablar sin guion, sin preparación, improvisando.

Hace unos años, dando clases a adolescentes de instituto como parte de la preparación para obtener mi Certificado de Aptitud Pedagógica, les propuse a los alumnos grabar una conversación y luego transcribirla como forma de practicar los signos de puntuación. Si uno quiere que lo transcrito se entienda en todos sus matices y tonos debe usar muchos, por no decir todos: punto, coma, punto y coma, paréntesis o rayas, signos de interrogación y exclamación, puntos suspensivos...

Podéis probar si queréis. Pero a vosotros voy a poneros otros deberes. Grabad un rato de vuestro discurso: una conversación, una explicación, lo que sea. Dejadlo salir como siempre, no hagáis trampas. Y examinad el resultado. Lo normal es que haya faltas de concordancia, frases que se quedan sin terminar, palabras que repetís demasiado... Sí, eso es lo normal. Poca gente tiene hablando la misma corrección que escribiendo. De hecho, cuando alguien interviene por la radio, por ejemplo llamando por teléfono, y antes se ha escrito lo que iba a decir, nos suena tan poco natural como si se metiera en la cama con traje y corbata.

La cuestión es eliminar nuestras muletillas, ampliar nuestro vocabulario, cuidar nuestro discurso sin quitarle espontaneidad. Si algún día os entrevistan, veréis la sonrisa del periodista al escucharos.

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