La vida está llena de miedos. Y a menudo lo que más nos asusta es lo que desconocemos. Identificar, nombrar y describir las cosas nos las hace menos temibles. Si existe una palabra para definir algo es porque otras personas lo han conocido o experimentado antes. El término puede aportar una explicación -intuitiva o científica- o ser solo una constatación del fenómeno, pero aun en este último caso es algo más sólido que el vacío.
Mucha gente siente alivio cuando le diagnostican una enfermedad. El hecho de que su malestar tenga un nombre implica una descripción, otras personas enfermas de lo mismo, cierta idea de qué les espera... Sí, hay quien prefiere no saber ("si es malo no me lo diga, doctor"). Por contra, son millones las personas que aprovechan la accesibilidad de la información en internet para averiguar lo más posible, a veces sin tener una cultura básica con la cual filtrar y valorar.
Me parece absurdo mantener ciertos pensamientos en estado de nebulosa, sin plasmarlos en palabras, por temor. No comparto esa huida de la realidad que es refugiarse en la ignorancia, ese no querer saber si tu patología es grave, si tu pareja te engaña, si tu hijo se droga... como si cerrando los ojos a la verdad se pudiera sufrir menos.
El lenguaje nos ha ayudado a conocer, comprender y actuar. La información es poder, y no solo sobre los demás, como parecen entender algunos leyendo esta máxima. Es poder sobre uno mismo, su futuro y el proceso intermedio. No evitemos hacer preguntas: no es menos doloroso intuir que saber positivamente.
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