La Fundéu acaba de elegir la palabra del año de entre las muchas sobre las cuales ha recibido consultas. Es "escrache", una palabra importada que los medios de comunicación y las redes sociales utilizaron masivamente con el entusiasmo de quien descubre, con el vocablo, una realidad nueva. Otros términos que la Fundéu ha considerado antes de dar éste como ganador han sido "austericidio", "wasapear" y "autofoto".
No sé hasta qué punto "escrache" es necesaria. Denuncia y acoso parecen encajar en el uso que damos a esta advenediza (uso "advenediza" en la primera acepción del DRAE, eh).
"Austericidio" no me gusta. Sí, es muy contundente y sin duda necesitamos una palabra para definir lo que el poder político y el económico están perpetrando contra la ciudadanía. Pero está mal construida. Basta ver otras con el mismo sufijo: homicidio, parricidio, suicidio... Un austericidio sería un crimen cometido contra la austeridad, no usando ésta como arma. Busquemos otra.
"Wasapear" me encanta y me parece tan útil que ha entrado en mi vocabulario cotidiano. No hay alternativa en este caso. Mensajear es otra cosa, chatear es otra cosa. Y "mandar un wasap" es demasiado largo, lo siento.
"Autofoto"... no sé. Ya teníamos "autorretrato" para eso. Lo que pasa es que nos resulta antigua. Los angloparlantes tenían "self-portrait" y de ahí, con su facilidad para abreviar, han pasado a "selfie". Nosotros no podemos hacer un diminutivo con "auto" que no suene ridículo. Ya veremos por dónde sale esto.
¿Qué palabras usáis ahora que no os sonaran hace un año? Las selecciones como la de Fundéu nos sirven, entre otras cosas, para reflexionar sobre la enorme vitalidad del lenguaje. Y a mí me ha hecho reflexionar también sobre cuál es mi grado de apertura a vocablos nuevos y de qué depende. Pero de eso hablaré otro día.
lunes, 30 de diciembre de 2013
domingo, 29 de diciembre de 2013
Propósitos
Esto de proponerse cambios a partir de una fecha en que externamente ya se nos marca uno debe de ser una tendencia psicológica generalizada. Cambiar costumbres arraigadas no es fácil, y menos si nos hemos llegado a sentir cómodos en ellas. Por eso muchos aprovechan la circunstancia a modo de impulso gravitatorio para llegar más lejos con menos esfuerzo.
Voy a contaros unos pocos propósitos que me he planteado, por si alguno os resulta atractivo y queréis aplicároslo.
Primero: poner tildes en mis whatsapps. Tengo un teléfono Samsung cuyo teclado no tiene tilde. Para ponerla se debe apretar un rato la vocal en cuestión y esperar a que se abra una ventanita con diversas opciones. Por ejemplo, en la de la "a" están: A, á, à, ä, â y algunas otras que corresponden, supongo, a idiomas del norte de Europa. Debo aclarar que soy una neurótica de las tildes, no soporto que falte ni una. Pero este teclado me ha hecho descubrir que mi impaciencia gana de calle a mi neurosis, pues un mensaje con treinta palabras puede tener fácilmente diez tildes y eso es añadir no menos de veinte segundos a su redacción. ¿Por qué no utilizo el teclado predictivo?, me preguntaréis. Pues porque es más lento aún. En serio. No sabéis a qué velocidad escribo yo.
Segundo: no corregir a los amigos. Una cosa es corregir textos periodísticos como parte de mi responsabilidad laboral y otra, mucho más fea, hacerle notar a un amigo que, por ejemplo, la frase fetén es "hacer un brindis al sol" y no "un canto al sol". A partir de ahora, cada vez que sienta el impulso de explicarle a alguien que, en mi opinión, ha usado mal una palabra, me imaginaré a mí misma como al insufrible C3PO fardando de su conocimiento de tres millones de formas de comunicación.
Tercero: usar más el lenguaje oral. Este ha sido un año de muchas palabras escritas y pocas habladas. Escribir me encanta, es un vicio, pero la voz es insustituible en las relaciones humanas. Me he arrepentido de muchas cosas que escribí y de muy pocas que dije. Y lamento con todo mi corazón que algunas de las que me expresaron por escrito no me las hayan querido pronunciar. Las palabras que no tienen sonido en que apoyarse podrían ser de cualquiera.
Cuarto: leer más libros. Internet te pone tantas lecturas al alcance de los ojos... ¿cómo no sucumbir? Artículos de prensa, entradas de blogs, comentarios en Twitter y Facebook... Temo coger la costumbre de dedicar ratos cortos a lecturas breves y perder la de sumergirme en historias completas, elaboradas y que requieran más de quince minutos de concentración. Seguro que ya hay descrito algún "síndrome de las mil palabras" o algo así para los que no pueden mantener la atención si el texto es largo.
Y, por supuesto, agradezco cualquier otro propósito que queráis sugerirme.
Nos seguiremos viendo por aquí.
Voy a contaros unos pocos propósitos que me he planteado, por si alguno os resulta atractivo y queréis aplicároslo.
Primero: poner tildes en mis whatsapps. Tengo un teléfono Samsung cuyo teclado no tiene tilde. Para ponerla se debe apretar un rato la vocal en cuestión y esperar a que se abra una ventanita con diversas opciones. Por ejemplo, en la de la "a" están: A, á, à, ä, â y algunas otras que corresponden, supongo, a idiomas del norte de Europa. Debo aclarar que soy una neurótica de las tildes, no soporto que falte ni una. Pero este teclado me ha hecho descubrir que mi impaciencia gana de calle a mi neurosis, pues un mensaje con treinta palabras puede tener fácilmente diez tildes y eso es añadir no menos de veinte segundos a su redacción. ¿Por qué no utilizo el teclado predictivo?, me preguntaréis. Pues porque es más lento aún. En serio. No sabéis a qué velocidad escribo yo.
Segundo: no corregir a los amigos. Una cosa es corregir textos periodísticos como parte de mi responsabilidad laboral y otra, mucho más fea, hacerle notar a un amigo que, por ejemplo, la frase fetén es "hacer un brindis al sol" y no "un canto al sol". A partir de ahora, cada vez que sienta el impulso de explicarle a alguien que, en mi opinión, ha usado mal una palabra, me imaginaré a mí misma como al insufrible C3PO fardando de su conocimiento de tres millones de formas de comunicación.
Tercero: usar más el lenguaje oral. Este ha sido un año de muchas palabras escritas y pocas habladas. Escribir me encanta, es un vicio, pero la voz es insustituible en las relaciones humanas. Me he arrepentido de muchas cosas que escribí y de muy pocas que dije. Y lamento con todo mi corazón que algunas de las que me expresaron por escrito no me las hayan querido pronunciar. Las palabras que no tienen sonido en que apoyarse podrían ser de cualquiera.
Cuarto: leer más libros. Internet te pone tantas lecturas al alcance de los ojos... ¿cómo no sucumbir? Artículos de prensa, entradas de blogs, comentarios en Twitter y Facebook... Temo coger la costumbre de dedicar ratos cortos a lecturas breves y perder la de sumergirme en historias completas, elaboradas y que requieran más de quince minutos de concentración. Seguro que ya hay descrito algún "síndrome de las mil palabras" o algo así para los que no pueden mantener la atención si el texto es largo.
Y, por supuesto, agradezco cualquier otro propósito que queráis sugerirme.
Nos seguiremos viendo por aquí.
jueves, 26 de diciembre de 2013
Nos da igual
El lenguaje, ante todo, tiene que ser útil como medio de comunicación; sin duda, también como armazón del pensamiento y expresión de lo que somos, pero su uso más frecuente es como vehículo de transmisión de información.
Sólo los más puntillosos pretendemos la perfección en el empleo cotidiano de nuestro idioma. Yo busco la corrección sintáctica y semántica hasta en las conversaciones de ascensor y los whatsapps para quedar a tomar café. Y me consta que no soy la única, pues los apasionados de la lengua nos reconocemos (y apreciamos) mutuamente en cuestión de segundos.
Como siempre, el hecho de tener el periodismo como profesión no atenúa sino que incrementa esta pequeña obsesión mía. En los textos que debo corregir detecto -aparte, por supuesto, de cualquier posible falta de ortografía y puntuación- incoherencias sintácticas, ambigüedades, expresiones poco naturales, connotaciones no intencionadas...
Las correcciones están precisamente para advertir todo eso. Cuando uno escribe, se sumerge en su texto y es imprescindible pasarlo luego por el filtro de otros ojos. Lamentablemente a menudo se publican o salen en antena textos no revisados o leídos deprisa y corriendo por alguien demasiado ocupado (o demasiado incapaz, pero ese es un tema que dejaré para otra ocasión).
Un ejemplo: un titular de La Vanguardia de hace dos semanas decía "Continúan los incesantes rumores...". Al primer vistazo se le ocurre a cualquiera que si son incesantes, evidentemente son continuos. Sobra una palabra o la otra. Y, en cualquier caso, ¿es noticia que un rumor incesante no cese? Otro titular, hoy en El Mundo: "Una edil de Alcorcón triplica la tasa de alcohol tras arrollar a una mujer". Ya sé que hay que resumir, pero caray, sin decir tonterías. La edil tenía en sangre una tasa de alcoholemia que es el triple de la máxima permitida y en esas condiciones ha atropellado a alguien. Pero ni ella ha triplicado nada ni mucho menos lo ha hecho después del atropello.
En este artículo del Defensor del Lector de El País del domingo pasado tenéis varias muestras de errores relativamente frecuentes. Lo raro, bueno, lo que antes era raro es que quien los corrija sea un lector y no un jefe de área.
¿Por qué llegan nuestros errores al lector, oyente o espectador? No deberíamos obligarlos a adivinar lo que queríamos decir, deberíamos decirlo claramente y sin lugar a dudas. Tampoco tendríamos que distraerlos con nuestras incorrecciones. "La gente no se da cuenta de eso", me han dicho alguna vez. Esa frase me repatea tanto como la de "eso la gente no lo entiende". Considerar el nivel intelectual del destinatario de nuestro trabajo inferior al nuestro propio es concedernos permiso para hacerlo mal. Una excusa barata.
Sólo los más puntillosos pretendemos la perfección en el empleo cotidiano de nuestro idioma. Yo busco la corrección sintáctica y semántica hasta en las conversaciones de ascensor y los whatsapps para quedar a tomar café. Y me consta que no soy la única, pues los apasionados de la lengua nos reconocemos (y apreciamos) mutuamente en cuestión de segundos.
Como siempre, el hecho de tener el periodismo como profesión no atenúa sino que incrementa esta pequeña obsesión mía. En los textos que debo corregir detecto -aparte, por supuesto, de cualquier posible falta de ortografía y puntuación- incoherencias sintácticas, ambigüedades, expresiones poco naturales, connotaciones no intencionadas...
Las correcciones están precisamente para advertir todo eso. Cuando uno escribe, se sumerge en su texto y es imprescindible pasarlo luego por el filtro de otros ojos. Lamentablemente a menudo se publican o salen en antena textos no revisados o leídos deprisa y corriendo por alguien demasiado ocupado (o demasiado incapaz, pero ese es un tema que dejaré para otra ocasión).
Un ejemplo: un titular de La Vanguardia de hace dos semanas decía "Continúan los incesantes rumores...". Al primer vistazo se le ocurre a cualquiera que si son incesantes, evidentemente son continuos. Sobra una palabra o la otra. Y, en cualquier caso, ¿es noticia que un rumor incesante no cese? Otro titular, hoy en El Mundo: "Una edil de Alcorcón triplica la tasa de alcohol tras arrollar a una mujer". Ya sé que hay que resumir, pero caray, sin decir tonterías. La edil tenía en sangre una tasa de alcoholemia que es el triple de la máxima permitida y en esas condiciones ha atropellado a alguien. Pero ni ella ha triplicado nada ni mucho menos lo ha hecho después del atropello.
En este artículo del Defensor del Lector de El País del domingo pasado tenéis varias muestras de errores relativamente frecuentes. Lo raro, bueno, lo que antes era raro es que quien los corrija sea un lector y no un jefe de área.
¿Por qué llegan nuestros errores al lector, oyente o espectador? No deberíamos obligarlos a adivinar lo que queríamos decir, deberíamos decirlo claramente y sin lugar a dudas. Tampoco tendríamos que distraerlos con nuestras incorrecciones. "La gente no se da cuenta de eso", me han dicho alguna vez. Esa frase me repatea tanto como la de "eso la gente no lo entiende". Considerar el nivel intelectual del destinatario de nuestro trabajo inferior al nuestro propio es concedernos permiso para hacerlo mal. Una excusa barata.
martes, 3 de diciembre de 2013
Infancia intelectual
Cuando la educación en nuestro país no era universal, obligatoria ni gratuita, no solo había una tasa elevada de analfabetismo sino que la proporción de analfabetos funcionales era también altísima.
Analfabetos funcionales, una buena expresión para definir una realidad lamentable: la de quienes oficialmente han aprendido a leer pero no tienen capacidad real de entender textos mínimamente complejos. Cuando se habla de que muchas personas mayores firmaron la contratación de preferentes de bancos sin saber lo que suponía, se refieren a eso. A personas que en su día pasaron por la escuela para aprender "a leer, escribir y las cuatro reglas" y poco más.
Leer es entender lo escrito y es la base de todo aprendizaje posterior. Recuerdo compañeros míos de colegio que no sacaban malas notas en Historia o Literatura pero se atascaban en Biología o en Física y Química o en Filosofía porque los conceptos les resultaban más difíciles de comprender. ¿Y dónde está la diferencia? No solo en los propios conceptos sino en que se explican de forma menos simple y con palabras de uso menos común.
Poner como excusa esa frase idiota de "soy de letras" indica, precisamente, que de letras, poco. Si no se consigue entender un enunciado, sea cual sea su contenido, falla la comprensión lectora. Habría que remontarse a la primera clase de esa asignatura "ininteligible" y ver qué concepto no se entendió, qué palabra no se asentó en el cerebro del alumno, ¿potencia?, ¿enlace?, ¿fotosíntesis?, ¿ética?
Las lecturas que acompañan al aprendizaje durante toda la vida también son determinantes. Leer únicamente novelas policiacas no supone la misma exigencia mental que leer además ensayos sobre política, artículos sobre medio ambiente o relatos de exploraciones espaciales. La realidad es de una complejidad creciente y la terminología es cada vez más amplia. No nos limitemos a lo que nos resulta fácil, a lo que nos resultó fácil de niños. Crecer mentalmente supone esfuerzo, sí, pero quedarse en esa cómoda infancia intelectual es desperdiciar la vida.
Analfabetos funcionales, una buena expresión para definir una realidad lamentable: la de quienes oficialmente han aprendido a leer pero no tienen capacidad real de entender textos mínimamente complejos. Cuando se habla de que muchas personas mayores firmaron la contratación de preferentes de bancos sin saber lo que suponía, se refieren a eso. A personas que en su día pasaron por la escuela para aprender "a leer, escribir y las cuatro reglas" y poco más.
Leer es entender lo escrito y es la base de todo aprendizaje posterior. Recuerdo compañeros míos de colegio que no sacaban malas notas en Historia o Literatura pero se atascaban en Biología o en Física y Química o en Filosofía porque los conceptos les resultaban más difíciles de comprender. ¿Y dónde está la diferencia? No solo en los propios conceptos sino en que se explican de forma menos simple y con palabras de uso menos común.
Poner como excusa esa frase idiota de "soy de letras" indica, precisamente, que de letras, poco. Si no se consigue entender un enunciado, sea cual sea su contenido, falla la comprensión lectora. Habría que remontarse a la primera clase de esa asignatura "ininteligible" y ver qué concepto no se entendió, qué palabra no se asentó en el cerebro del alumno, ¿potencia?, ¿enlace?, ¿fotosíntesis?, ¿ética?
Las lecturas que acompañan al aprendizaje durante toda la vida también son determinantes. Leer únicamente novelas policiacas no supone la misma exigencia mental que leer además ensayos sobre política, artículos sobre medio ambiente o relatos de exploraciones espaciales. La realidad es de una complejidad creciente y la terminología es cada vez más amplia. No nos limitemos a lo que nos resulta fácil, a lo que nos resultó fácil de niños. Crecer mentalmente supone esfuerzo, sí, pero quedarse en esa cómoda infancia intelectual es desperdiciar la vida.
lunes, 18 de noviembre de 2013
Batallas
A menudo elegimos las palabras que usamos para que sirvan a un fin: para que transmitan con claridad nuestro pensamiento o nuestros sentimientos, para que despierten sensaciones, agiten conciencias, impelan a la acción, llamen a la calma...
Estaba leyendo este artículo de anoche en el cual se reflexiona sobre la intencionalidad política y social del lenguaje. Partidos, grupos, colectivos se adueñan de ciertas palabras intentando establecer como único el concepto que tienen de ellas, despreciando otras acepciones, borrando otras connotaciones. En este sentido el idioma es un campo de batalla. Lemas, eslóganes o argumentarios no son sino intentos de imponer y consolidar determinada visión de la realidad.
Como los políticos, como los publicistas, como los líderes religiosos, los periodistas sabemos que el lenguaje no es inocente. Algunos somos conscientes de nuestra responsabilidad como seleccionadores de palabras. Sin embargo, es más frecuente oírnos preguntar por un sinónimo que por un matiz. A muchos les preocupa más no repetir un término que no usar el término perfecto, es decir, les importa más la forma que el fondo.
A muchos otros, en cambio, nos ocurre todo lo contrario. Yo cuando estoy corrigiendo una noticia puedo demorarme un buen rato en la sensación que transmite una palabra, en lo que subyace. Si un dirigente "rechaza" o "no acepta" o "desestima" una propuesta. Si los protagonistas de una negociación "se enrocan" en sus posiciones, "las sostienen" o "las defienden". Si una manifestación es "masiva", "multitudinaria" o ha tenido un "amplio seguimiento".
En nuestra vida privada no solemos tener tanto cuidado. Pero deberíamos. Usamos con demasiada ligereza, por ejemplo, el "siempre" y el "nunca". Demasiada ligereza, sí, para seres de memoria tan frágil y de sentimientos tan volubles.
Estaba leyendo este artículo de anoche en el cual se reflexiona sobre la intencionalidad política y social del lenguaje. Partidos, grupos, colectivos se adueñan de ciertas palabras intentando establecer como único el concepto que tienen de ellas, despreciando otras acepciones, borrando otras connotaciones. En este sentido el idioma es un campo de batalla. Lemas, eslóganes o argumentarios no son sino intentos de imponer y consolidar determinada visión de la realidad.
Como los políticos, como los publicistas, como los líderes religiosos, los periodistas sabemos que el lenguaje no es inocente. Algunos somos conscientes de nuestra responsabilidad como seleccionadores de palabras. Sin embargo, es más frecuente oírnos preguntar por un sinónimo que por un matiz. A muchos les preocupa más no repetir un término que no usar el término perfecto, es decir, les importa más la forma que el fondo.
A muchos otros, en cambio, nos ocurre todo lo contrario. Yo cuando estoy corrigiendo una noticia puedo demorarme un buen rato en la sensación que transmite una palabra, en lo que subyace. Si un dirigente "rechaza" o "no acepta" o "desestima" una propuesta. Si los protagonistas de una negociación "se enrocan" en sus posiciones, "las sostienen" o "las defienden". Si una manifestación es "masiva", "multitudinaria" o ha tenido un "amplio seguimiento".
En nuestra vida privada no solemos tener tanto cuidado. Pero deberíamos. Usamos con demasiada ligereza, por ejemplo, el "siempre" y el "nunca". Demasiada ligereza, sí, para seres de memoria tan frágil y de sentimientos tan volubles.
martes, 29 de octubre de 2013
Vulgarizar
Después de leer ayer esta "guía para escribir mejor", me encontré preguntándome si el autor considera sus consejos adecuados para todo tipo de textos, porque no lo especifica.
Dado que recomienda estrategias como usar palabras cortas, oraciones breves, prescindir de los conectores, restringir los adjetivos y proscribir la erudición, parece que se refiere a textos informativos dirigidos a un público poco o nada especializado, de nivel cultural medio-bajo y con una comprensión lectora tan lamentable como, según el último informe de la OCDE, tenemos en general los españoles.
En resumidas cuentas, lo que proponen estos "trucos para mejorar nuestro estilo" es vulgarizarlo. Baje usted el nivel –parecen aconsejarnos– o se arriesga a aburrir a sus lectores, a resultarles incomprensible, a que le consideren un pedante.
En mi trabajo escribo habitualmente para un público amplio y heterogéneo. Desde luego pretendo que se me entienda, pero para ello no veo necesario simplificar hasta el punto de hablar a ese público como si me dirigiera al menos inteligente y formado de sus componentes.
Y fuera de ese ámbito, en las redes sociales o en este blog, imagino que a la gente de mi entorno y resto de lectores lo que os gusta es encontrar argumentos interesantes expresados con corrección y coherencia. Quiero pensar que no os apetece que os hable como a menores de edad. La inmensa mayoría de los libros que he leído, de los blogs que sigo, de los reportajes y artículos que me han gustado no menosprecian la mente del lector.
Y ya no digamos la poesía.
Dado que recomienda estrategias como usar palabras cortas, oraciones breves, prescindir de los conectores, restringir los adjetivos y proscribir la erudición, parece que se refiere a textos informativos dirigidos a un público poco o nada especializado, de nivel cultural medio-bajo y con una comprensión lectora tan lamentable como, según el último informe de la OCDE, tenemos en general los españoles.
En resumidas cuentas, lo que proponen estos "trucos para mejorar nuestro estilo" es vulgarizarlo. Baje usted el nivel –parecen aconsejarnos– o se arriesga a aburrir a sus lectores, a resultarles incomprensible, a que le consideren un pedante.
En mi trabajo escribo habitualmente para un público amplio y heterogéneo. Desde luego pretendo que se me entienda, pero para ello no veo necesario simplificar hasta el punto de hablar a ese público como si me dirigiera al menos inteligente y formado de sus componentes.
Y fuera de ese ámbito, en las redes sociales o en este blog, imagino que a la gente de mi entorno y resto de lectores lo que os gusta es encontrar argumentos interesantes expresados con corrección y coherencia. Quiero pensar que no os apetece que os hable como a menores de edad. La inmensa mayoría de los libros que he leído, de los blogs que sigo, de los reportajes y artículos que me han gustado no menosprecian la mente del lector.
Y ya no digamos la poesía.
jueves, 24 de octubre de 2013
Modas (3)
El Telediario me acaba de recordar otra de esas expresiones tan, tan de moda que muchos periodistas no dejan de usarla ni siquiera aunque les suponga contradecirse a sí mismos. Y con ella abro una nueva entrega de esta serie.
- Nos hemos colado en...: Siempre resulta evidente que no se han colado en ningún sitio: les han dejado entrar con cámara, iluminación y sonido. Pero lo de hoy del TD es muy grande. Han dicho "Hoy nos han permitido colarnos en..." Vamos, que la definición que da el DRAE de "colarse" ("introducirse a escondidas o sin permiso en alguna parte") no debería importarle a nadie.
- Nada más y nada menos: Otra expresión que se ha desvirtuado. Ahora casi siempre la veo utilizada en frases en que lo suyo sería decir simplemente "nada menos" ("Han pagado por ese violín nada más y nada menos que un millón de euros").
- El día después: Ya he hablado de esto, ¿no?, de que el adverbio no puede ser complemento de un sustantivo. Lo suyo, aunque haga siglos que no lo hayáis oído, es "el día siguiente". La píldora del día siguiente aún tiene una oportunidad. Para todo lo demás, me temo que mientras no desaparezca cierto programa deportivo no hay nada que hacer.
- El queísmo: surgido entre incultos como reacción al dequeísmo. Si no se sabe cuándo hay que poner "que" y cuándo "de que", malo. Pero, caray, frases como "han informado que el ladrón está detenido" o "les han advertido que el tiempo va a empeorar" chirrían tanto como ese ya casi desaparecido "pienso de que..."
- El que fuera...: Estaba deseando hablar de esto. En mis años escolares recuerdo haber estudiado que el pretérito imperfecto del subjuntivo tenía un uso literario que lo hacía equivalente al pluscuamperfecto de indicativo. Más claro: se podía decir "Se encontró frente a quien fuera su amo, ahora convertido en mendigo" porque equivalía a "frente a quien había sido su amo". Pero ¿me queréis decir por qué se ha impuesto el uso literario en las NOTICIAS hasta arrinconar al tiempo verbal fetén? Pues por moda, caramba, que os lo tengo que explicar todo.
- Y, para terminar, algo que no sé si es moda o incapacidad: pronunciar "axfisia" en lugar de "asfixia". Os juro que lo oigo más veces mal pronunciado que bien. Invito a algo a quien me revele los motivos.
Que sepáis que tengo como para mil entregas más.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Redes
Hace años, cuando no existían los blogs ni las redes sociales, publicar un escrito –ya fuera novela, ensayo, noticia o artículo de opinión– implicaba la aprobación y corrección de un editor. Entonces la mayoría limitaba su comunicación escrita al ámbito privado, a esas cartas que únicamente leía el destinatario.
Ahora, sin embargo, se escribe a menudo para un público más o menos amplio. Los blogs permiten ser uno mismo autor y editor. Y redes como Facebook o Twitter recuerdan a las plazas públicas en eso de hablar para todo el que quiera escuchar.
En la red uno escoge a quién leer y yo soy bastante selectiva, no sólo en el nivel de cultura y conocimientos de los autores sino también, quizá especialmente, en su estilo y en su corrección lingüística.
A pesar de todo, constato horrorizada que se considera aceptable un grado de incorrección muy elevado. Para empezar, los signos de puntuación y la acentuación parecen estar generalmente considerados como opcionales. El uso de los puntos y las comas se diría arbitrario, al igual que el de los puntos suspensivos; el de otros signos como el punto y coma, los dos puntos, las rayas o guiones largos y los paréntesis da la sensación de estar pasado de moda, y no digamos el de los signos de apertura de la interrogación y la exclamación.
En un estadio más avanzado de desconocimiento están las faltas de ortografía, algunas tan extendidas que hay quien, ante mis críticas, ha llegado a defenderlas como correctas. Hablo de ese "haber si nos vemos", de ese "podemos darnos una vuelta por hay", de ese "me a pedido que te lo diga"... Errores que hunden mi buen concepto de quienes los cometen.
Hace años hice el CAP en Lengua y Literatura y realicé prácticas en un colegio con alumnos de los dos últimos cursos de secundaria. La experiencia fue deprimente. Me preocupó en particular que varios me entregaran redacciones sin un solo signo de puntuación: eran una sucesión de palabras cuyo sentido estaría muy claro en las mentes de sus autores pero se perdía irremediablemente en su camino a la del lector. Si a un alumno se le ha permitido llegar a los quince o dieciséis años de edad sin un buen conocimiento de su idioma y de las normas que lo rigen, es que la educación está fracasando.
Y la extensión de ese desconocimiento en la marea de internet es como la de una enfermedad infecciosa ante la cual los médicos se sienten, nos sentimos, impotentes.
Ahora, sin embargo, se escribe a menudo para un público más o menos amplio. Los blogs permiten ser uno mismo autor y editor. Y redes como Facebook o Twitter recuerdan a las plazas públicas en eso de hablar para todo el que quiera escuchar.
En la red uno escoge a quién leer y yo soy bastante selectiva, no sólo en el nivel de cultura y conocimientos de los autores sino también, quizá especialmente, en su estilo y en su corrección lingüística.
A pesar de todo, constato horrorizada que se considera aceptable un grado de incorrección muy elevado. Para empezar, los signos de puntuación y la acentuación parecen estar generalmente considerados como opcionales. El uso de los puntos y las comas se diría arbitrario, al igual que el de los puntos suspensivos; el de otros signos como el punto y coma, los dos puntos, las rayas o guiones largos y los paréntesis da la sensación de estar pasado de moda, y no digamos el de los signos de apertura de la interrogación y la exclamación.
En un estadio más avanzado de desconocimiento están las faltas de ortografía, algunas tan extendidas que hay quien, ante mis críticas, ha llegado a defenderlas como correctas. Hablo de ese "haber si nos vemos", de ese "podemos darnos una vuelta por hay", de ese "me a pedido que te lo diga"... Errores que hunden mi buen concepto de quienes los cometen.
Hace años hice el CAP en Lengua y Literatura y realicé prácticas en un colegio con alumnos de los dos últimos cursos de secundaria. La experiencia fue deprimente. Me preocupó en particular que varios me entregaran redacciones sin un solo signo de puntuación: eran una sucesión de palabras cuyo sentido estaría muy claro en las mentes de sus autores pero se perdía irremediablemente en su camino a la del lector. Si a un alumno se le ha permitido llegar a los quince o dieciséis años de edad sin un buen conocimiento de su idioma y de las normas que lo rigen, es que la educación está fracasando.
Y la extensión de ese desconocimiento en la marea de internet es como la de una enfermedad infecciosa ante la cual los médicos se sienten, nos sentimos, impotentes.
miércoles, 9 de octubre de 2013
Comprensión lectora
Ayer nos desayunamos con la noticia de que, según el último informe, los adultos españoles estamos a la cola de una lista de 23 países de la OCDE en comprensión lectora y en matemáticas. Como mínimo consuelo, comprobamos que los jóvenes están más cerca de la media que quienes tienen entre 55 y 65 años, lo cual dice algo de la universalización y la mejora de nuestro sistema educativo en las últimas décadas.
He leído y oído en los medios de comunicación simplificaciones como que con esos resultados éramos poco menos que incapaces de comparar ofertas de precios o de entender el prospecto de un medicamento. Y como todas las simplificaciones que usamos (mal) los periodistas, éstas no dan una idea de lo que se valora en las pruebas en que se basa el informe.
Centrándome en la comprensión de lo leído, veo que hay seis niveles. El más bajo supone entender un texto corto de frases simples y vocabulario limitado. El más alto requiere sintetizar información compleja de varias fuentes, a veces ambigua, y cuya interpretación en ocasiones requiere conocimientos previos. En España, un 7'2% de la población adulta está en el nivel más bajo y sólo un 0'1% en el más alto. Esto sí me da a mí una idea de nuestra capacidad.
Entender un prospecto no depende tanto de la forma en que está redactado como del vocabulario que emplea; si no conocemos el significado médico de la palabra "interacciones" no sabremos valorar el párrafo referido a ellas. Y comprender en toda su complejidad la polémica sobre los transgénicos hasta el punto de poder formarse una opinión informada sobre el tema exige seleccionar las fuentes, leer mucho y tener sentido crítico.
Lo que nos lleva a la clave de todo este asunto: la comprensión lectora es una habilidad que se adquiere durante la infancia y la adolescencia pero que se desarrolla con el uso y se deteriora con la falta de él. Hay que leer toda la vida. Y deben ser lecturas heterogéneas. No busquemos únicamente lo que nos confirma en nuestras ideas previas. Someter el cerebro al reto de la discrepancia es imprescindible para aprender a razonar y argumentar.
Actualización 12:30 A partir de las cifras del INE calculo ese 0'1% en 31.000 personas.
He leído y oído en los medios de comunicación simplificaciones como que con esos resultados éramos poco menos que incapaces de comparar ofertas de precios o de entender el prospecto de un medicamento. Y como todas las simplificaciones que usamos (mal) los periodistas, éstas no dan una idea de lo que se valora en las pruebas en que se basa el informe.
Centrándome en la comprensión de lo leído, veo que hay seis niveles. El más bajo supone entender un texto corto de frases simples y vocabulario limitado. El más alto requiere sintetizar información compleja de varias fuentes, a veces ambigua, y cuya interpretación en ocasiones requiere conocimientos previos. En España, un 7'2% de la población adulta está en el nivel más bajo y sólo un 0'1% en el más alto. Esto sí me da a mí una idea de nuestra capacidad.
Entender un prospecto no depende tanto de la forma en que está redactado como del vocabulario que emplea; si no conocemos el significado médico de la palabra "interacciones" no sabremos valorar el párrafo referido a ellas. Y comprender en toda su complejidad la polémica sobre los transgénicos hasta el punto de poder formarse una opinión informada sobre el tema exige seleccionar las fuentes, leer mucho y tener sentido crítico.
Lo que nos lleva a la clave de todo este asunto: la comprensión lectora es una habilidad que se adquiere durante la infancia y la adolescencia pero que se desarrolla con el uso y se deteriora con la falta de él. Hay que leer toda la vida. Y deben ser lecturas heterogéneas. No busquemos únicamente lo que nos confirma en nuestras ideas previas. Someter el cerebro al reto de la discrepancia es imprescindible para aprender a razonar y argumentar.
Actualización 12:30 A partir de las cifras del INE calculo ese 0'1% en 31.000 personas.
lunes, 7 de octubre de 2013
Traducciones (3)
Leyendo ayer este artículo de Álex Grijelmo le daba mentalmente la razón en muchas de sus quejas, aunque no estoy de acuerdo en todas las expresiones que él propone para sustituir a las malas traducciones del cine. Pero sí: frases como "eso no es una opción" o "no creo que sea una buena idea" no se oían por estos pagos antes de que los traductores de películas nos las metieran dobladas (nunca mejor dicho).
Hay muchas otras expresiones que me desesperan cuando me saltan al oído en una película doblada presuntamente al español de España. Por ejemplo, cuando alguien pregunta "¿de veras?". A ver, ¿alguien utiliza esa frase en su vida cotidiana? Pues no: nuestra duda suele plasmarse en un "¿de verdad?" o "¿en serio?" y nuestra incredulidad en un "¡anda ya!".
Me da la sensación de que algunos traductores no tiene el castellano como lengua materna o llevan años sin vivir en España. Si no, ¿por qué piensan que cuando el actor angloparlante dice "it's all right" al tranquilizar o consolar a alguien, deben convertirlo en un "está bien"? ¿Cómo le vamos a dar ánimos a un amigo diciendo eso, que suena condescendiente? Más bien nos salen frases como "venga, no pasa nada". Tampoco decimos "estarás bien" ("you'll be fine") sino "seguro que todo sale bien".
Los insultos mal traducidos, en cambio, me hacen reír. Afortunadamente ese "bastardo" en lugar de nuestro generalizado "cabrón" se oye cada vez menos en las pantallas. Igual de ridículo me resulta cuando el actor grita "¡maldito!" a secas. Ah, me alegra comprobar que esa literalidad absurda nunca se ha aplicado a palabras como "motherfucker".
En definitiva, por culpa de un mal doblaje un actor puede sonar ridículo en nuestro idioma. Y no me digáis que lo suyo es ver las películas en versión original porque en muchas ciudades es imposible. Os animo a tomar nota de las palabras y frases que os chirríen cuando veáis una película doblada. Puede ser una lista muy larga.
Hay muchas otras expresiones que me desesperan cuando me saltan al oído en una película doblada presuntamente al español de España. Por ejemplo, cuando alguien pregunta "¿de veras?". A ver, ¿alguien utiliza esa frase en su vida cotidiana? Pues no: nuestra duda suele plasmarse en un "¿de verdad?" o "¿en serio?" y nuestra incredulidad en un "¡anda ya!".
Me da la sensación de que algunos traductores no tiene el castellano como lengua materna o llevan años sin vivir en España. Si no, ¿por qué piensan que cuando el actor angloparlante dice "it's all right" al tranquilizar o consolar a alguien, deben convertirlo en un "está bien"? ¿Cómo le vamos a dar ánimos a un amigo diciendo eso, que suena condescendiente? Más bien nos salen frases como "venga, no pasa nada". Tampoco decimos "estarás bien" ("you'll be fine") sino "seguro que todo sale bien".
Los insultos mal traducidos, en cambio, me hacen reír. Afortunadamente ese "bastardo" en lugar de nuestro generalizado "cabrón" se oye cada vez menos en las pantallas. Igual de ridículo me resulta cuando el actor grita "¡maldito!" a secas. Ah, me alegra comprobar que esa literalidad absurda nunca se ha aplicado a palabras como "motherfucker".
En definitiva, por culpa de un mal doblaje un actor puede sonar ridículo en nuestro idioma. Y no me digáis que lo suyo es ver las películas en versión original porque en muchas ciudades es imposible. Os animo a tomar nota de las palabras y frases que os chirríen cuando veáis una película doblada. Puede ser una lista muy larga.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Mis palabras (2)
Retomo una de las series de este blog: la de las palabras que me gustan especialmente, ya sea por cómo suenan, por lo que significan o por el sentido particular que tienen para mí.
- Océano: tan profunda en mi memoria como la realidad a la que alude. La palabra lleva dentro ese respeto, a veces miedo, hacia lo insondable.
- Latido: me gustan mucho más latido y latir que palpitar y sus derivados. Me resultan más sinceras y menos pretenciosas, más físicas y menos literarias. Además, latido se puede aplicar gran diversidad de cosas: a un reloj, a un púlsar, a la información... Vaya, va a resultar que los latidos también tienen su poesía.
- Tiquismiquis: qué palabra más visual, sólo leerla o pronunciarla me dibuja un gesto que describe perfectamente su significado. Y es sutilmente ofensiva, ridiculizadora en su punto justo; de esos nombres con que uno nunca desea definirse.
- Majadero y mamarracho: dos apelativos que adoro. Permiten una pronunciación rotunda que los convierte en armas con las que abofetear a quienes lo merezcan. Pueden estar pasadas de moda, no lo sé, pero me resultan mucho más despectivas que las habituales capullo y gilipollas.
- Nostalgia: es como mi hogar, un lugar que acoge y duele a partes iguales. Si la leo, suena en mi mente hecha un susurro, como un secreto culpable.
- Ánimo: quizá la uso demasiado. En su brevedad esdrújula, me suena a palmada en la espalda, a mirada empática, a empujoncito dado o recibido en un momento de necesidad. Cuando la pronuncio estoy expresando mis mejores deseos al destinatario, que a veces soy yo misma.
- Océano: tan profunda en mi memoria como la realidad a la que alude. La palabra lleva dentro ese respeto, a veces miedo, hacia lo insondable.
- Latido: me gustan mucho más latido y latir que palpitar y sus derivados. Me resultan más sinceras y menos pretenciosas, más físicas y menos literarias. Además, latido se puede aplicar gran diversidad de cosas: a un reloj, a un púlsar, a la información... Vaya, va a resultar que los latidos también tienen su poesía.
- Tiquismiquis: qué palabra más visual, sólo leerla o pronunciarla me dibuja un gesto que describe perfectamente su significado. Y es sutilmente ofensiva, ridiculizadora en su punto justo; de esos nombres con que uno nunca desea definirse.
- Majadero y mamarracho: dos apelativos que adoro. Permiten una pronunciación rotunda que los convierte en armas con las que abofetear a quienes lo merezcan. Pueden estar pasadas de moda, no lo sé, pero me resultan mucho más despectivas que las habituales capullo y gilipollas.
- Nostalgia: es como mi hogar, un lugar que acoge y duele a partes iguales. Si la leo, suena en mi mente hecha un susurro, como un secreto culpable.
- Ánimo: quizá la uso demasiado. En su brevedad esdrújula, me suena a palmada en la espalda, a mirada empática, a empujoncito dado o recibido en un momento de necesidad. Cuando la pronuncio estoy expresando mis mejores deseos al destinatario, que a veces soy yo misma.
jueves, 12 de septiembre de 2013
Líos
Ciertas locuciones tienen hechos un lío a muchos usuarios del español. Lo deduzco de la frecuencia con que se usan mal o se confunden con otras parecidas. Unos pocos ejemplos:
Cuando menos / cuanto menos: La primera se usa con el significado de "al menos"; la segunda establece una correlación semejante a "cuanto más" ("cuanto menos duermas, más cansado estarás"). Pero hay quien utiliza la segunda en lugar de la primera. Esto lo acabo de leer en un periódico digital: "Un informe... que ofrece una imagen cuanto menos distorsionada sobre lo ocurrido".
Mientras / mientras que: La primera significa "durante" o "en tanto" ("oigo música mientras trabajo"); la segunda equivale a "en cambio" ("ella tiene trabajo mientras que su hermano está en paro"). No pensemos que son sinónimas.
Hasta que: Indica el término de una acción. Por algún motivo, mucha gente le añade un "no" sin ningún propósito de negación. Lo correcto es "no podré salir hasta que abras la puerta" y no "no podré salir hasta que no abras la puerta". Dejemos el "no" para cuando sea necesario ("no saldré hasta que ya no llueva").
También nos liamos mucho con las concordancias. Otros pocos ejemplos:
Los miles de: "Los" acompaña a "miles" y va en masculino porque ese sustantivo lo es. El hecho de añadir un complemento femenino al nombre no debe confundirnos. Nada de "las miles de personas", como he oído esta mañana en la radio a una conocida periodista.
Le / les: Frases como "Hay que decirle a los ciudadanos la verdad" indican confusión respecto a qué alude ese pronombre. Ese "-le" no debe concordar con "verdad" sino con "ciudadanos" y, por tanto, debe ir en plural. Invirtamos la frase: "A los ciudadanos hay que decirles la verdad". ¿Se ve más clara la relación?
Por cierto, en las expresiones "ver claro", "estar claro", "tener claro" y similares, ese "claro" es adjetivo, no adverbio, y debe concordar con el sustantivo correspondiente. Nada de "no tengo claro la relación entre las dos cosas".
Como es habitual, esta entrada me la han inspirado los errores que detecto en los medios de comunicación. Así que hago un ruego: ¡que vuelvan los correctores de estilo cuanto antes, por favor!
Cuando menos / cuanto menos: La primera se usa con el significado de "al menos"; la segunda establece una correlación semejante a "cuanto más" ("cuanto menos duermas, más cansado estarás"). Pero hay quien utiliza la segunda en lugar de la primera. Esto lo acabo de leer en un periódico digital: "Un informe... que ofrece una imagen cuanto menos distorsionada sobre lo ocurrido".
Mientras / mientras que: La primera significa "durante" o "en tanto" ("oigo música mientras trabajo"); la segunda equivale a "en cambio" ("ella tiene trabajo mientras que su hermano está en paro"). No pensemos que son sinónimas.
Hasta que: Indica el término de una acción. Por algún motivo, mucha gente le añade un "no" sin ningún propósito de negación. Lo correcto es "no podré salir hasta que abras la puerta" y no "no podré salir hasta que no abras la puerta". Dejemos el "no" para cuando sea necesario ("no saldré hasta que ya no llueva").
También nos liamos mucho con las concordancias. Otros pocos ejemplos:
Los miles de: "Los" acompaña a "miles" y va en masculino porque ese sustantivo lo es. El hecho de añadir un complemento femenino al nombre no debe confundirnos. Nada de "las miles de personas", como he oído esta mañana en la radio a una conocida periodista.
Le / les: Frases como "Hay que decirle a los ciudadanos la verdad" indican confusión respecto a qué alude ese pronombre. Ese "-le" no debe concordar con "verdad" sino con "ciudadanos" y, por tanto, debe ir en plural. Invirtamos la frase: "A los ciudadanos hay que decirles la verdad". ¿Se ve más clara la relación?
Por cierto, en las expresiones "ver claro", "estar claro", "tener claro" y similares, ese "claro" es adjetivo, no adverbio, y debe concordar con el sustantivo correspondiente. Nada de "no tengo claro la relación entre las dos cosas".
Como es habitual, esta entrada me la han inspirado los errores que detecto en los medios de comunicación. Así que hago un ruego: ¡que vuelvan los correctores de estilo cuanto antes, por favor!
lunes, 9 de septiembre de 2013
Modas (2)
Se me acumula el trabajo. Voy anotando palabras y expresiones al vuelo y ya se hace necesaria la segunda tanda de condenas a modas lingüísticas que algunos, periodistas y políticos sobre todo, diseminamos por las desprevenidas mentes de quienes nos leen o escuchan.
Preguntado por: Quizá alguien lo vio en medios extranjeros, en idiomas en que es correcto, y lo adoptó para el español sin pararse a pensar que, de los complementos que acompañan al verbo preguntar, lo que se pregunta es el complemento directo y la persona a quien se pregunta es el complemento indirecto. Por tanto, no se puede convertir la oración a la voz pasiva poniendo éste último como sujeto. Más claro: si digo "Le preguntaron a fulano su opinión" no puedo pasar a decir "Fulano fue preguntado por su opinión" ni, por tanto, "Preguntado por su opinión, fulano dijo...". Hay opciones gramaticalmente correctas como "A la pregunta de... fulano respondió..." o cambiar el verbo preguntar por interrogar, cuyo complemento directo sí es la persona interrogada.
En primera persona: Esta expresión se refiere a cómo está narrado un relato. Si el escritor cuenta lo que le ocurre a un personaje, lo hace en tercera persona, y si habla de lo que le sucede a él mismo, lo hace en primera. Esto también se aplica al relato periodístico. Pero aquí se ha convertido en un latiguillo que sustituye a "en persona" o que se añade innecesariamente. Así, un vecino nos cuenta "en primera persona" cómo los bomberos lo han rescatado. Y digo yo, ¿en qué otra persona lo va a contar?
La climatología y la meteorología: Parece que nos resulta vulgar hablar del "tiempo". Una frase de un compañero periodista: La etapa de la Vuelta Ciclista a España ha estado condicionada por la climatología. Otra frase: La meteorología dificulta la extinción del incendio. O sea que ¿la ciencia que trata de la atmósfera y de los meteoros aviva el fuego?; ¿el conjunto de las condiciones propias de un determinado clima hace que varios ciclistas resbalen en la carretera mojada y se caigan? No usemos como sinónimos de tiempo atmosférico los nombres de ciencias que lo estudian. (Por cierto, "metereología" no existe.)
Hoja de ruta: Cada vez que en una noticia de agencia redactada en inglés veo escrito "road map" me apuesto mentalmente un euro a que el redactor de turno lo traducirá como "hoja de ruta". Y gano. Es una expresión que los periodistas hemos importado de los políticos. El DRAE define "hoja de ruta" como "Documento en el que constan las instrucciones e incidencias de un viaje o transporte de personas o mercancías" pero lo usamos siempre con el sentido de "plan de acción" o "estrategia". El término gusta y ahora parece que "plan" o "estrategia" o "guía" o "mapa" a secas no existen.
Sí o sí: ¿Qué puedo decir? El primero que se expresó así fue original, ingenioso. Ahora se lee y se oye hasta la náusea. Los periodistas deportivos se llevan la palma. Aplaudiré al primero que en vez de decir "hay que ganar sí o si" recupere aquel olvidado "no podemos perder".
Ganar de: También en el ámbito deportivo nació (no sé cómo), arraigó y se hizo fuerte esta moda de sustituir el "por" de siempre por ese "de" que parece identificar a los que saben del tema. Si yo, periodista no especializada en información deportiva, digo que la selección española de baloncesto ganó a la polaca por veinte puntos provocaré una mirada de desdén entre los expertos, quienes dicen, claro, que "ganó de veinte". Es una de las pocas victorias de la preposición "de", actualmente temida u odiada por muchos, como comentaré otro día.
Entrenar: Y ya que estamos, deportistas y periodistas del gremio le robaron en su día al verbo entrenar la posibilidad de ser reflexivo. Antes el entrenador entrenaba y los deportistas se entrenaban. Pero ese "se" ha muerto, aplastado por el desprecio.
En la próxima entrega pienso abordar los tiempos verbales. Os adelanto: el subjuntivo está de moda, el imperativo no.
jueves, 29 de agosto de 2013
Modas
Las modas en el lenguaje no duran mucho hoy en día. Unos años, a lo sumo. En la adolescencia, sobre todo, se descubren o se acuñan expresiones novedosas que durante un tiempo no se nos caen de la boca y cuyo mero recuerdo nos avergüenza años después.
Los adultos también nos dejamos llevar por las modas. Me preocupan las que, no sé si fruto de la soberbia o de la pura ignorancia, igualmente inventan o deforman el lenguaje sólo que lo hacen desde una posición, diríamos, de autoridad que favorece su extensión entre los hablantes.
Periodistas y políticos (los primeros por la esencia de su profesión y los segundos a través de aquellos) tienen los medios para llegar a un amplísimo número de personas. Por eso mismo tienen, tenemos, nuestra parte de responsabilidad en la formación de quienes nos escuchan.
Estamos utilizando por moda y extendiendo demasiados errores. Mencionaré algunos. Hay suficientes como para una docena de entradas pero empezaré con los que más me irritan.
Epicentro: Ya no existe el centro a secas. Tal lugar es el epicentro de las protestas, tal otro es el epicentro de los ataques de un grupo armado, una ciudad es el epicentro de un movimiento cultural... Epicentro, amigos míos, es el punto de la superficie terrestre que está encima del hipocentro, el verdadero centro de un terremoto. Si la Puerta del Sol de Madrid fue el epicentro del 15-M, ¿dónde estaba el centro? ¿en la vía del metro que pasaba por debajo?
Cumplir: Parece que nadie sabe que el verbo cumplir únicamente lleva la preposición "con" cuando es intransitivo. Si es transitivo, no. Se cumple una promesa, un deber, una orden, una ley... y se cumple con la familia, con un amigo, con Hacienda. Pues nada, hace años que no oigo decir la palabra cumplir sin el "con" de marras pegadito a ella.
Escuchar: mucha gente lo considera un sinónimo culto de oír. Pues no. Escuchar significa prestar atención a lo que se oye. Por eso un ruido breve que se produce de repente y nos toma por sorpresa no lo podemos escuchar, caray. Vamos, que estoy harta de eso de "se escuchó una explosión".
Posesivos con adverbios de lugar: Eso de "delante mío" o "detrás tuyo". ¿Qué es lo mío o lo tuyo en esos casos? Sí puedo decir "al lado mío" porque lado es un sustantivo que admite un posesivo. Los adverbios no.
Cesar: Se usa como si no existiera el verbo destituir. Cuando alguien cesa en un cargo o en una responsabilidad, simplemente deja de ejercerla, ya sea por decisión suya (dimisión), de otro (destitución) o porque se ha cumplido el plazo establecido para que los ocupara (cese a secas). Cesar es un verbo intransitivo cuyo uso como transitivo (cesar a alguien) constata la Fundéu con la nariz tapada y dejando claro que no es el uso culto. Ah, "dimitido" no es sustantivo sino participio: el que dimite es "dimisionario".
Incautar: No existe. No. Que no. Existe "incautarse". Y tan incorrecto es decir (como ayer leí en un titular) "Incautan plantas de marihuana en Murcia" como, por ejemplo, "el ladrón apoderó un maletín y salió corriendo". La autoridad SE incauta DE algo, no hay más que hablar. Y claro, como no es transitivo, tampoco se puede decir "los bienes incautados".
Seguiré otro día, no lo dudéis.
Los adultos también nos dejamos llevar por las modas. Me preocupan las que, no sé si fruto de la soberbia o de la pura ignorancia, igualmente inventan o deforman el lenguaje sólo que lo hacen desde una posición, diríamos, de autoridad que favorece su extensión entre los hablantes.
Periodistas y políticos (los primeros por la esencia de su profesión y los segundos a través de aquellos) tienen los medios para llegar a un amplísimo número de personas. Por eso mismo tienen, tenemos, nuestra parte de responsabilidad en la formación de quienes nos escuchan.
Estamos utilizando por moda y extendiendo demasiados errores. Mencionaré algunos. Hay suficientes como para una docena de entradas pero empezaré con los que más me irritan.
Epicentro: Ya no existe el centro a secas. Tal lugar es el epicentro de las protestas, tal otro es el epicentro de los ataques de un grupo armado, una ciudad es el epicentro de un movimiento cultural... Epicentro, amigos míos, es el punto de la superficie terrestre que está encima del hipocentro, el verdadero centro de un terremoto. Si la Puerta del Sol de Madrid fue el epicentro del 15-M, ¿dónde estaba el centro? ¿en la vía del metro que pasaba por debajo?
Cumplir: Parece que nadie sabe que el verbo cumplir únicamente lleva la preposición "con" cuando es intransitivo. Si es transitivo, no. Se cumple una promesa, un deber, una orden, una ley... y se cumple con la familia, con un amigo, con Hacienda. Pues nada, hace años que no oigo decir la palabra cumplir sin el "con" de marras pegadito a ella.
Escuchar: mucha gente lo considera un sinónimo culto de oír. Pues no. Escuchar significa prestar atención a lo que se oye. Por eso un ruido breve que se produce de repente y nos toma por sorpresa no lo podemos escuchar, caray. Vamos, que estoy harta de eso de "se escuchó una explosión".
Posesivos con adverbios de lugar: Eso de "delante mío" o "detrás tuyo". ¿Qué es lo mío o lo tuyo en esos casos? Sí puedo decir "al lado mío" porque lado es un sustantivo que admite un posesivo. Los adverbios no.
Cesar: Se usa como si no existiera el verbo destituir. Cuando alguien cesa en un cargo o en una responsabilidad, simplemente deja de ejercerla, ya sea por decisión suya (dimisión), de otro (destitución) o porque se ha cumplido el plazo establecido para que los ocupara (cese a secas). Cesar es un verbo intransitivo cuyo uso como transitivo (cesar a alguien) constata la Fundéu con la nariz tapada y dejando claro que no es el uso culto. Ah, "dimitido" no es sustantivo sino participio: el que dimite es "dimisionario".
Incautar: No existe. No. Que no. Existe "incautarse". Y tan incorrecto es decir (como ayer leí en un titular) "Incautan plantas de marihuana en Murcia" como, por ejemplo, "el ladrón apoderó un maletín y salió corriendo". La autoridad SE incauta DE algo, no hay más que hablar. Y claro, como no es transitivo, tampoco se puede decir "los bienes incautados".
Seguiré otro día, no lo dudéis.
martes, 27 de agosto de 2013
Traducciones (2)
Con tanto político hablando por el mundo de tomar medidas contra el régimen de Siria, los informativos de radio y televisión se han llenado de malas traducciones. En un momento he recopilado unos pocos ejemplos de esas frases extrañas de que hablaba hace tres semanas.
"No es sobre el régimen sino sobre las armas". Lo ha puesto un periodista de una emisora de radio en boca del presidente francés, Hollande. Es una mala traducción que también se ve muy a menudo cuando el idioma de origen es el inglés. ¿Qué hubiera dicho un presidente de gobierno español? Pues algo así como: "La cuestión no es el régimen sino las armas" o "ahora no hablamos del régimen sino de las armas" (no se oía la frase original en francés así que estoy suponiendo).
"Debemos tratar la necesidad de actuar". Así doblaban en un informativo de televisión al primer ministro británico, Cameron. Por el contexto he deducido que se refería a que la cuestión central que abordará mañana con su consejo de seguridad nacional será si es necesario emprender acciones militares contra Siria. El inglés suele decir las cosas con menos sílabas que el español y elegir una declaración de tres segundos obliga a hacer traducciones forzadas. Yo, de todas formas, habría optado por algo como "Estudiaremos qué acciones son necesarias"
"Todos oímos tambores de guerra alrededor nuestro". Un informativo de radio atribuía estas palabras al ministro de Exteriores sirio. No entiendo el árabe pero he encontrado en una web la traducción al inglés en la que probablemente se ha basado el periodista: "We are hearing war drums around us". Aunque respetemos la expresión "tambores de guerra" (quizá más propia del inglés que del árabe, no lo sé), el resto no es aceptable.
De ese "alrededor nuestro" hablaré mañana entre otras muchas cosas. Era la entrada que estaba preparando, pero se le ha colado esta otra a empellones.
"No es sobre el régimen sino sobre las armas". Lo ha puesto un periodista de una emisora de radio en boca del presidente francés, Hollande. Es una mala traducción que también se ve muy a menudo cuando el idioma de origen es el inglés. ¿Qué hubiera dicho un presidente de gobierno español? Pues algo así como: "La cuestión no es el régimen sino las armas" o "ahora no hablamos del régimen sino de las armas" (no se oía la frase original en francés así que estoy suponiendo).
"Debemos tratar la necesidad de actuar". Así doblaban en un informativo de televisión al primer ministro británico, Cameron. Por el contexto he deducido que se refería a que la cuestión central que abordará mañana con su consejo de seguridad nacional será si es necesario emprender acciones militares contra Siria. El inglés suele decir las cosas con menos sílabas que el español y elegir una declaración de tres segundos obliga a hacer traducciones forzadas. Yo, de todas formas, habría optado por algo como "Estudiaremos qué acciones son necesarias"
"Todos oímos tambores de guerra alrededor nuestro". Un informativo de radio atribuía estas palabras al ministro de Exteriores sirio. No entiendo el árabe pero he encontrado en una web la traducción al inglés en la que probablemente se ha basado el periodista: "We are hearing war drums around us". Aunque respetemos la expresión "tambores de guerra" (quizá más propia del inglés que del árabe, no lo sé), el resto no es aceptable.
De ese "alrededor nuestro" hablaré mañana entre otras muchas cosas. Era la entrada que estaba preparando, pero se le ha colado esta otra a empellones.
domingo, 18 de agosto de 2013
Hablar sin saber (2)
Pretendía buscar ejemplos de lo que comentaba en la entrada anterior sobre traducciones, pero me he encontrado con uno relacionado con la que dediqué al uso de términos sin conocer su significado o confundiéndolos con otros. Ayer mismo se podía leer en el diario Público algo que, al venir entre comillas, no sé si atribuir al periodista o al entrevistado: "La dieta vegetariana ha demostrado [...] que ayuda a prevenir enfermedades de tipo cardiovascular debido a la menor pretensión a tener el colesterol alto."
Sí, parece evidente que debería decir propensión, ¿verdad?. Volvemos a preguntarnos si es una errata o si el responsable realmente desconoce la existencia de esta última palabra. Sea como sea, la lectura de la frase nos hace mirar con más desconfianza el reportaje entero (y digo "más" porque se dicen muchas tonterías en él).
Otra reacción posible, probable incluso, es la hilaridad. A mí, desde luego, estos errores me mueven inevitablemente a la risa. Lo cierto es que muchos humoristas han arrancado carcajadas manipulando el lenguaje. Tip y Coll o Faemino y Cansado están, en mi opinión, entre los más ingeniosos.
Algunas de esas creaciones lingüísticas me parecen verdaderamente geniales. Lo de "romper las hostialidades" me maravilla por el acierto con que une términos, y lo uso de vez en cuando. Otro ejemplo que ahora sería buen momento para popularizar es una de las palabras del Diccionario de Coll: "Administraidor", que él definió como "el que maneja los bienes de un señor o entidad quedándose con una buena parte de ellos". Y para humorada involuntaria, aquel famoso "ostentóreo" de Jesús Gil, que tan adecuado resultaba para describirle a él mismo.
La guasa con el lenguaje es, sin duda, un humor inteligente. Ayer mismo, en El Club de la Comedia, un monologuista lanzaba esta pulla: "¿Se dice iglús o igluses? Se puede decir de las dos formas, según si quieres decirlo bien o mal". Tomo nota mental para fustigar al próximo ignorante con ínfulas que me suelte alguna barbaridad.
Sí, parece evidente que debería decir propensión, ¿verdad?. Volvemos a preguntarnos si es una errata o si el responsable realmente desconoce la existencia de esta última palabra. Sea como sea, la lectura de la frase nos hace mirar con más desconfianza el reportaje entero (y digo "más" porque se dicen muchas tonterías en él).
Otra reacción posible, probable incluso, es la hilaridad. A mí, desde luego, estos errores me mueven inevitablemente a la risa. Lo cierto es que muchos humoristas han arrancado carcajadas manipulando el lenguaje. Tip y Coll o Faemino y Cansado están, en mi opinión, entre los más ingeniosos.
Algunas de esas creaciones lingüísticas me parecen verdaderamente geniales. Lo de "romper las hostialidades" me maravilla por el acierto con que une términos, y lo uso de vez en cuando. Otro ejemplo que ahora sería buen momento para popularizar es una de las palabras del Diccionario de Coll: "Administraidor", que él definió como "el que maneja los bienes de un señor o entidad quedándose con una buena parte de ellos". Y para humorada involuntaria, aquel famoso "ostentóreo" de Jesús Gil, que tan adecuado resultaba para describirle a él mismo.
La guasa con el lenguaje es, sin duda, un humor inteligente. Ayer mismo, en El Club de la Comedia, un monologuista lanzaba esta pulla: "¿Se dice iglús o igluses? Se puede decir de las dos formas, según si quieres decirlo bien o mal". Tomo nota mental para fustigar al próximo ignorante con ínfulas que me suelte alguna barbaridad.
jueves, 8 de agosto de 2013
Traducciones
Estaba leyendo unas reflexiones escritas en un blog sobre traducción y son espejo de las mías en estas vacaciones en que he recuperado el interés por la lectura. Porque todo lo que he leído en estos diez días de descanso estaba originalmente escrito en inglés y las traducciones al español eran mejores o peores pero ninguna todo lo buena que me gustaría.
No soy traductora de profesión aunque es sin duda un trabajo al cual me habría encantado dedicarme. Sí he traducido algunas cosas como aficionada. Además de eso, mi trabajo supone pasar a mi idioma no solo información (que basta con entender bien) sino palabras textuales dichas en otras lenguas por personas muy diversas.
En el periodismo audiovisual es frecuente doblar al español declaraciones de los protagonistas de las noticias dejando oír la voz de éstos en segundo plano. A veces, como en La 2 Noticias, se deja esa voz en primer plano y se subtitula, pero no es lo habitual.
En cualquiera de los dos casos, las frases en español resultan “raras”demasiado a menudo. Los periodistas muchas veces se limitan a sustituir unas palabras, generalmente del inglés, por otras. Siempre me sorprende que den por buenas tales “traducciones”. Porque de lo que se trata es de poner en boca del personaje lo que habría dicho si su lengua materna fuera la española. ¿Alguien se imagina a un político español diciendo “Es bueno estar aquí y quiero agradecer a ustedes por su calurosa bienvenida”? ¿O a un científico español comentando “Expertos confían en que próximos estudios conduzcan a resultados satisfactorios en este campo”? ¿O a un deportista español explicando “Voy a ser operado en mi rodilla derecha”? (bueno, en este caso me cabe la duda).
Estoy exagerando a propósito. Es cierto, no son ejemplos reales: de esos hay a diario en las noticias de cualquier cadena de televisión. Aguzad el oído y os daréis cuenta.
miércoles, 31 de julio de 2013
Hablar sin saber
Quiero llamaros la atención sobre algo más habitual de lo que parece: el uso de palabras y expresiones por inercia, sin saber exactamente qué significan o de dónde proceden.
En conversaciones coloquiales he oído a personas de mi entorno utilizar términos que no encajaban. A veces se trataba de que la acepción a que se referían era propia de su región y no de la mía, pero más a menudo era un error.
¿Cómo llegamos a convencernos de que una palabra tiene un significado distinto del suyo? Quizá porque el contexto en que la oímos por primera vez podía sugerir ese sentido y se lo atribuimos sin comprobarlo en el diccionario. Una amiga me preguntó una vez: "¿Tienes prejuicios?" "Quiero creer que no", le respondí. Entonces cogió mi botella de agua y bebió a morro de ella. "Prejuicios quizá no tenga pero escrúpulos sí", le espeté. No comprendió.
Puede ser también que confundamos dos términos parecidos. O que no conozcamos una palabra e imaginemos otra en su lugar. Recuerdo haber oído en el autobús a dos chicas hablando de una pareja; después de criticar a la mujer, aludieron al marido diciendo "pues fulanito tampoco es un desecho de virtudes". Probablemente desconocían la existencia de "dechado".
En el periodismo la irreflexión lleva al uso de expresiones absurdas. Me llama mucho la atención una en concreto: "todo hace indicar que...", mezcla evidente de "todo indica" y "todo hace pensar". ¿Se para a pensar quien la emplea en lo que está diciendo? No. Y las modas son también nefastas. Analizad eso tan oído últimamente de "como no podía ser de otra manera", una expresión la mayoría de las veces prescindible y sin sentido.
Si queréis hacer un experimento, la próxima vez que alguien diga delante de vosotros "valga la redundancia" preguntadle dónde está la redundancia. Puede que no la haya. Puede que ni siquiera sepan qué quiere decir redundancia.
Os animo a consultar en el diccionario todas aquellas palabras de cuyo significado no tengáis absoluta certeza. Lo mismo lleváis años empleando mal alguna.
En conversaciones coloquiales he oído a personas de mi entorno utilizar términos que no encajaban. A veces se trataba de que la acepción a que se referían era propia de su región y no de la mía, pero más a menudo era un error.
¿Cómo llegamos a convencernos de que una palabra tiene un significado distinto del suyo? Quizá porque el contexto en que la oímos por primera vez podía sugerir ese sentido y se lo atribuimos sin comprobarlo en el diccionario. Una amiga me preguntó una vez: "¿Tienes prejuicios?" "Quiero creer que no", le respondí. Entonces cogió mi botella de agua y bebió a morro de ella. "Prejuicios quizá no tenga pero escrúpulos sí", le espeté. No comprendió.
Puede ser también que confundamos dos términos parecidos. O que no conozcamos una palabra e imaginemos otra en su lugar. Recuerdo haber oído en el autobús a dos chicas hablando de una pareja; después de criticar a la mujer, aludieron al marido diciendo "pues fulanito tampoco es un desecho de virtudes". Probablemente desconocían la existencia de "dechado".
En el periodismo la irreflexión lleva al uso de expresiones absurdas. Me llama mucho la atención una en concreto: "todo hace indicar que...", mezcla evidente de "todo indica" y "todo hace pensar". ¿Se para a pensar quien la emplea en lo que está diciendo? No. Y las modas son también nefastas. Analizad eso tan oído últimamente de "como no podía ser de otra manera", una expresión la mayoría de las veces prescindible y sin sentido.
Si queréis hacer un experimento, la próxima vez que alguien diga delante de vosotros "valga la redundancia" preguntadle dónde está la redundancia. Puede que no la haya. Puede que ni siquiera sepan qué quiere decir redundancia.
Os animo a consultar en el diccionario todas aquellas palabras de cuyo significado no tengáis absoluta certeza. Lo mismo lleváis años empleando mal alguna.
viernes, 19 de julio de 2013
Aprendizaje
El aprendizaje de nuestro propio idioma es una tarea que se inicia en el nacimiento y se prolonga durante toda la vida. Una etapa clave son los años en los que se nos enseñan sus reglas, sus fundamentos, sus orígenes... Si en ese tiempo no surgen en nosotros el respeto y la pasión por el lenguaje, tendremos para siempre un grave déficit.
El lenguaje nos conforma. Es la herramienta imprescindible para conocer y comprender el universo donde vivimos y a nosotros mismos, para pensar, para idear, para prever el futuro y proyectarse hacia él. Y para muchos es nuestro intrumento de trabajo.
Un periodista no puede ser un buen periodista si no domina su idioma. Una palabra mal usada cambia el sentido de una noticia. Un matiz puede determinar cómo se percibe esa noticia. Una coma mal puesta puede alterar el significado de una frase. Un término inadecuado puede suponernos incluso una demanda.
Sin llegar a tanto, un texto mal escrito es una pobre carta de presentación. Si leyendo una noticia encuentro errores lingüísticos, para mí la credibilidad del periodista cae. Porque en ese momento me pregunto: si en sus años de colegio no aprendió bien su idioma, ¿es posible que el resto de su formación haya sido igual de inútil?
El lenguaje nos conforma. Es la herramienta imprescindible para conocer y comprender el universo donde vivimos y a nosotros mismos, para pensar, para idear, para prever el futuro y proyectarse hacia él. Y para muchos es nuestro intrumento de trabajo.
Un periodista no puede ser un buen periodista si no domina su idioma. Una palabra mal usada cambia el sentido de una noticia. Un matiz puede determinar cómo se percibe esa noticia. Una coma mal puesta puede alterar el significado de una frase. Un término inadecuado puede suponernos incluso una demanda.
Sin llegar a tanto, un texto mal escrito es una pobre carta de presentación. Si leyendo una noticia encuentro errores lingüísticos, para mí la credibilidad del periodista cae. Porque en ese momento me pregunto: si en sus años de colegio no aprendió bien su idioma, ¿es posible que el resto de su formación haya sido igual de inútil?
lunes, 15 de julio de 2013
Mis palabras (1)
Todos tenemos palabras favoritas. Leerlas, pronunciarlas o imaginarlas nos da la sensación de estar en casa y nos dibuja un asomo de sonrisa. Es como si fueran de nuestra propiedad y cuando alguien las usa nos parece que nos las hubiera cogido prestadas.
Os revelaré algunas de las mías.
- Estremecerse: se puede decir casi sin separar los labios, un término frío y afilado como debe ser, susurrante por sus eses e hilvanado entre sus es.
- Atardecer: evocadora como pocas, una palabra en la que demorarse, sobre la que recostarse a observar con calma, dulce y triste a la vez, como la nostalgia.
- Campanilla: me resulta tan tintineante como el sonido que produce; me hace pensar en una lluvia de gotas de cristal. Fue un acierto darle ese nombre al hada de Peter Pan.
- Profundo: casi me da vértigo asomarme a ella; a veces, con solo pronunciarla ya me hundo en ella como en un abismo.
- Olvido: me resulta mucho más cálida de lo que podáis imaginar; es ese lugar de descanso de la memoria donde todo deja de tener sentido, sumergido en esas oes de principio a fin.
¿Cuáles son las vuestras?
Os revelaré algunas de las mías.
- Estremecerse: se puede decir casi sin separar los labios, un término frío y afilado como debe ser, susurrante por sus eses e hilvanado entre sus es.
- Atardecer: evocadora como pocas, una palabra en la que demorarse, sobre la que recostarse a observar con calma, dulce y triste a la vez, como la nostalgia.
- Campanilla: me resulta tan tintineante como el sonido que produce; me hace pensar en una lluvia de gotas de cristal. Fue un acierto darle ese nombre al hada de Peter Pan.
- Profundo: casi me da vértigo asomarme a ella; a veces, con solo pronunciarla ya me hundo en ella como en un abismo.
- Olvido: me resulta mucho más cálida de lo que podáis imaginar; es ese lugar de descanso de la memoria donde todo deja de tener sentido, sumergido en esas oes de principio a fin.
¿Cuáles son las vuestras?
domingo, 14 de julio de 2013
Benditas palabras
Qué felicidad dan a veces las palabras.
Hay conversaciones en las que las palabras fluyen como un río claro y fresco. Te enlazan con otra persona, te enredan en ella y te dejan la sensación de haber visitado un lugar adonde volverás una y otra vez.
A veces las palabras te descubren un universo desconocido. Te las hace llegar, verbalmente o por escrito, alguien que sabe más que tú o ha vivido más que tú o entiende ciertas cosas mejor que tú. Vienen cargadas de experiencias ajenas tan fascinantes como enriquecedoras.
Hay palabras que refuerzan vínculos. Reafirman tu pertenencia a un grupo y te ayudan a cimentar tu identidad, tu vida, a hacer planes de futuro.
Algunas palabras trascienden la vida, permanecen después de la muerte, dejándonos algo vivo de quienes ya no están, regalándonos eternidad.
Y están también esas palabras que siempre nos alegraremos de haber dicho. Aquellas con las que hicimos feliz a alguien cuya felicidad, a su vez, nos completó.
Hay conversaciones en las que las palabras fluyen como un río claro y fresco. Te enlazan con otra persona, te enredan en ella y te dejan la sensación de haber visitado un lugar adonde volverás una y otra vez.
A veces las palabras te descubren un universo desconocido. Te las hace llegar, verbalmente o por escrito, alguien que sabe más que tú o ha vivido más que tú o entiende ciertas cosas mejor que tú. Vienen cargadas de experiencias ajenas tan fascinantes como enriquecedoras.
Hay palabras que refuerzan vínculos. Reafirman tu pertenencia a un grupo y te ayudan a cimentar tu identidad, tu vida, a hacer planes de futuro.
Algunas palabras trascienden la vida, permanecen después de la muerte, dejándonos algo vivo de quienes ya no están, regalándonos eternidad.
Y están también esas palabras que siempre nos alegraremos de haber dicho. Aquellas con las que hicimos feliz a alguien cuya felicidad, a su vez, nos completó.
sábado, 13 de julio de 2013
Malditas palabras
Qué daño hacen a veces las palabras.
Hablas con una persona y no te entiende; quizá está pensando que le dices algo distinto, quizá sus ideas preconcebidas son un muro contra el cual se estrellan, inútiles, tus frases por bien expresadas que estén. Son palabras desperdiciadas porque no cumplen su función.
Hay palabras especialmente desazonadoras, como las últimas que se dirigieron a alguien sin saber que eran las últimas. Esas no tienen matización ni rectificación ni desarrollo posibles. Podemos volver sobre ellas una y otra vez pero ya en solitario, sin interlocutor, sin resultado.
Algunas palabras se te quedan para siempre en la cabeza. No llegaron a pronunciarse y son como ramas podadas al brotar. Las que ibas a decirle a esa persona esos días que ibas a pasar con ella y que nunca llegaron. Las que pensaste únicamente para intercambiarlas con ella. Y se quedaron en nada, como tinta sin papel.
Hay otras que sí dijiste y desearías poder borrar. Son quizá las más abundantes. Llenaríamos todos un universo de arrepentimiento con ellas. Pesan, duelen... y a veces, si hay suerte, enseñan.
Hablas con una persona y no te entiende; quizá está pensando que le dices algo distinto, quizá sus ideas preconcebidas son un muro contra el cual se estrellan, inútiles, tus frases por bien expresadas que estén. Son palabras desperdiciadas porque no cumplen su función.
Hay palabras especialmente desazonadoras, como las últimas que se dirigieron a alguien sin saber que eran las últimas. Esas no tienen matización ni rectificación ni desarrollo posibles. Podemos volver sobre ellas una y otra vez pero ya en solitario, sin interlocutor, sin resultado.
Algunas palabras se te quedan para siempre en la cabeza. No llegaron a pronunciarse y son como ramas podadas al brotar. Las que ibas a decirle a esa persona esos días que ibas a pasar con ella y que nunca llegaron. Las que pensaste únicamente para intercambiarlas con ella. Y se quedaron en nada, como tinta sin papel.
Hay otras que sí dijiste y desearías poder borrar. Son quizá las más abundantes. Llenaríamos todos un universo de arrepentimiento con ellas. Pesan, duelen... y a veces, si hay suerte, enseñan.
viernes, 12 de julio de 2013
Barbaridades
Las erratas y los errores de bulto en los medios de comunicación llegan a ser tan demenciales como para arrancar carcajadas. Acabo de ver esta recopilación que da una imagen nefasta de los periodistas: o son un hatajo de ignorantes o alcanzan cotas preocupantes de despiste o se dejan ridiculizar por el corrector automático. Menos mal que tamañas meteduras de pata son excepcionales.
Si bien las barbaridades tan evidentes no abundan, sí son frecuentes otras que pasan inadvertidas para una parte considerable de la población que comparte la ignorancia del autor. Pondré dos ejemplos, dos errores de concepto cometidos por colegas de mi propio medio.
Una dijo que la OMS había incluido los accidentes de tráfico entre las diez enfermedades más mortíferas del mundo. Sin duda lo que hizo la OMS fue incluirlos entre las diez principales causas de muerte. Pero a nadie le chirrió la identificación de accidente y enfermedad: ni a la persona que lo escribió ni a quienes le revisaron el texto.
Otra hablaba del hielo detectado en un planeta por los sensores de una nave desde su órbita. Para dejar claro de qué cantidad hablaba, hizo una comparación: dijo que el volumen de aquel hielo era equivalente a la superficie de España. Esa equiparación de volumen con superficie tampoco hizo saltar ninguna alarma en quienes leyeron la noticia antes de darle el visto bueno.
Los errores se multiplican cuando se manejan números. Hay un libro que no me canso de recomendar, y no solo a periodistas: "Un matemático lee el periódico", de John Allen Paulos. Es útil para toda esa gente que se lía con las cifras, los porcentajes, las correlaciones... Para esos individuos patéticos que justifican sus errores diciendo "es que yo soy de letras". Debería haber una condena para ellos. Propongo cuatro horas semanales de clase de matemáticas básicas durante un semestre. Como mínimo.
Sí, esto es un blog sobre palabras. Y las palabras, mal usadas, confunden en todos los ámbitos de la vida, incluidas las matemáticas.
Si bien las barbaridades tan evidentes no abundan, sí son frecuentes otras que pasan inadvertidas para una parte considerable de la población que comparte la ignorancia del autor. Pondré dos ejemplos, dos errores de concepto cometidos por colegas de mi propio medio.
Una dijo que la OMS había incluido los accidentes de tráfico entre las diez enfermedades más mortíferas del mundo. Sin duda lo que hizo la OMS fue incluirlos entre las diez principales causas de muerte. Pero a nadie le chirrió la identificación de accidente y enfermedad: ni a la persona que lo escribió ni a quienes le revisaron el texto.
Otra hablaba del hielo detectado en un planeta por los sensores de una nave desde su órbita. Para dejar claro de qué cantidad hablaba, hizo una comparación: dijo que el volumen de aquel hielo era equivalente a la superficie de España. Esa equiparación de volumen con superficie tampoco hizo saltar ninguna alarma en quienes leyeron la noticia antes de darle el visto bueno.
Los errores se multiplican cuando se manejan números. Hay un libro que no me canso de recomendar, y no solo a periodistas: "Un matemático lee el periódico", de John Allen Paulos. Es útil para toda esa gente que se lía con las cifras, los porcentajes, las correlaciones... Para esos individuos patéticos que justifican sus errores diciendo "es que yo soy de letras". Debería haber una condena para ellos. Propongo cuatro horas semanales de clase de matemáticas básicas durante un semestre. Como mínimo.
Sí, esto es un blog sobre palabras. Y las palabras, mal usadas, confunden en todos los ámbitos de la vida, incluidas las matemáticas.
jueves, 11 de julio de 2013
Autoridades
En la redacción de un medio de comunicación es habitual que se discuta sobre lenguaje y se intente unificar criterios. Las transcripciones de nombres originalmente escritos en otros alfabetos, la denominación de lugares, las acepciones de un término, los errores, ¡sobre todo los errores!
Un medio puede tener su propio manual de estilo o utilizar el de otro. Puede atenerse a las indicaciones de la Real Academia Española (RAE) y/o de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), instituciones a las que en cuestiones del lenguaje se les ha dado autoridad para determinar cuál es su uso correcto, plasmar sus criterios en normas y discernir, ante la evolución de la lengua, qué se acepta y se incorpora y qué se descarta y se rechaza.
Un medio, decía, puede atenerse a sus indicaciones y hasta creería que debe, si no fuera porque tengo espíritu crítico y cuestiono las decisiones de esos organismos, que en ocasiones se me parecen demasiado a un argumento de autoridad. El argumento de autoridad es una falacia que consiste en considerar válida una afirmación porque quien la sostiene es un experto en la materia.
El carácter de expertos de los integrantes de la RAE y la Fundéu se basa en su profundo conocimiento del lenguaje. Pero deben argumentar sus decisiones o de lo contrario caerían en la falacia antes mencionada. Y no siempre lo hacen bien.
Últimamente hay una tendencia, en mi opinión ridícula, a españolizar nombres propios. Se nos dice que escribamos Bangladés en lugar de Bangladesh, que hablemos de los óscares de Hollywood y no de los Oscar. También se dice que escribamos gais (y pronunciemos gais) en vez de gays (pronunciado gueis).
El topónimo que menciono nos ha llegado escrito en caracteres latinos a través del inglés. En principio soy partidaria de transcribir el nombre original a la grafía que corresponda a su sonido. Me negué a escribir Saddam Hussein porque en español, al contrario que en inglés, no necesitamos duplicar esas consonantes para que las vocales anteriores no diptonguen. Tampoco escribo Abdallah, pues para nosotros la ll suena diferente de la l y la h, aparte de no cumplir tampoco la misma función de evitar el diptongo, en nuestro idioma nunca va al final de palabra. Pero Bangladesh no suena igual que Bangladés, aunque el sonido sh no sea propio del español.
En cuanto a lo de los óscares y los gais, quizá me habría chocado menos si no lleváramos décadas utilizando los términos originales en inglés. ¿Y por qué aceptar bluyín, españolización de blue jean?
Auguro fracasos tan sonados como el de güisqui. Que alguien me diga si en algún sitio ha visto escrito whisky de esa provinciana manera.
Se agradecen comentarios
Un medio puede tener su propio manual de estilo o utilizar el de otro. Puede atenerse a las indicaciones de la Real Academia Española (RAE) y/o de la Fundación del Español Urgente (Fundéu), instituciones a las que en cuestiones del lenguaje se les ha dado autoridad para determinar cuál es su uso correcto, plasmar sus criterios en normas y discernir, ante la evolución de la lengua, qué se acepta y se incorpora y qué se descarta y se rechaza.
Un medio, decía, puede atenerse a sus indicaciones y hasta creería que debe, si no fuera porque tengo espíritu crítico y cuestiono las decisiones de esos organismos, que en ocasiones se me parecen demasiado a un argumento de autoridad. El argumento de autoridad es una falacia que consiste en considerar válida una afirmación porque quien la sostiene es un experto en la materia.
El carácter de expertos de los integrantes de la RAE y la Fundéu se basa en su profundo conocimiento del lenguaje. Pero deben argumentar sus decisiones o de lo contrario caerían en la falacia antes mencionada. Y no siempre lo hacen bien.
Últimamente hay una tendencia, en mi opinión ridícula, a españolizar nombres propios. Se nos dice que escribamos Bangladés en lugar de Bangladesh, que hablemos de los óscares de Hollywood y no de los Oscar. También se dice que escribamos gais (y pronunciemos gais) en vez de gays (pronunciado gueis).
El topónimo que menciono nos ha llegado escrito en caracteres latinos a través del inglés. En principio soy partidaria de transcribir el nombre original a la grafía que corresponda a su sonido. Me negué a escribir Saddam Hussein porque en español, al contrario que en inglés, no necesitamos duplicar esas consonantes para que las vocales anteriores no diptonguen. Tampoco escribo Abdallah, pues para nosotros la ll suena diferente de la l y la h, aparte de no cumplir tampoco la misma función de evitar el diptongo, en nuestro idioma nunca va al final de palabra. Pero Bangladesh no suena igual que Bangladés, aunque el sonido sh no sea propio del español.
En cuanto a lo de los óscares y los gais, quizá me habría chocado menos si no lleváramos décadas utilizando los términos originales en inglés. ¿Y por qué aceptar bluyín, españolización de blue jean?
Auguro fracasos tan sonados como el de güisqui. Que alguien me diga si en algún sitio ha visto escrito whisky de esa provinciana manera.
Se agradecen comentarios
miércoles, 10 de julio de 2013
Tono
El correo electrónico, la mensajería instantánea, las redes sociales, los blogs... todo lo que internet ha puesto al alcance de nuestros teclados ha supuesto un renacimiento de la palabra escrita como medio de comunicación entre particulares. Hablaré una y mil veces del impulso y, por desgracia, también de la agresión que ello ha supuesto para el lenguaje. Pero en este primer día únicamente quería hacer una reflexión sobre algunos inconvenientes de lo escrito.
Quienes estamos acostumbrados a escribir en tono neutro, en mi caso información puesto que soy periodista, naufragamos a menudo a la hora de transmitir emociones. Nuestra redacción se impregna del tono de voz con que oímos esas palabras en nuestra cabeza. Releemos (siempre hay que releer) y damos por supuesto que nuestro interlocutor en la distancia leerá con nuestro mismo tono. Pero los signos de puntuación, aun utilizados de forma correcta, nunca garantizan todos los matices. Algunas veces valdría la pena esperar a cambiar de estado de ánimo y repasar lo escrito. Puede ser toda una sorpresa.
Acabo de tener esa experiencia. Un correo de contenido emotivo ha llegado a su destinatario. Horas después, vuelto a leer por mí, me resulta excesivamente visceral. Lo escribí un poco alterada, pero no enfadada ni resentida. Ahora veo rasgos de agresividad, de reproche, de ruptura... Pretendía que alguien supiera cómo me siento y tal vez le he dibujado sensaciones más extremas de las que tenía.
La primera lección de este blog es para mí: si lo que se escribe no es para uno mismo hay que hacer un esfuerzo para que las palabras se oigan en la otra mente, si no inequívocamente iguales, al menos lo más parecidas posible a como las pronunciamos en la nuestra.
Quienes estamos acostumbrados a escribir en tono neutro, en mi caso información puesto que soy periodista, naufragamos a menudo a la hora de transmitir emociones. Nuestra redacción se impregna del tono de voz con que oímos esas palabras en nuestra cabeza. Releemos (siempre hay que releer) y damos por supuesto que nuestro interlocutor en la distancia leerá con nuestro mismo tono. Pero los signos de puntuación, aun utilizados de forma correcta, nunca garantizan todos los matices. Algunas veces valdría la pena esperar a cambiar de estado de ánimo y repasar lo escrito. Puede ser toda una sorpresa.
Acabo de tener esa experiencia. Un correo de contenido emotivo ha llegado a su destinatario. Horas después, vuelto a leer por mí, me resulta excesivamente visceral. Lo escribí un poco alterada, pero no enfadada ni resentida. Ahora veo rasgos de agresividad, de reproche, de ruptura... Pretendía que alguien supiera cómo me siento y tal vez le he dibujado sensaciones más extremas de las que tenía.
La primera lección de este blog es para mí: si lo que se escribe no es para uno mismo hay que hacer un esfuerzo para que las palabras se oigan en la otra mente, si no inequívocamente iguales, al menos lo más parecidas posible a como las pronunciamos en la nuestra.
Bienvenidos
Dice mi madre que empecé a hablar antes de cumplir un año y que con apenas dieciséis meses cantaba canciones que le había oído a ella. Mi relación con las palabras fue temprana y apasionada. Leer me ha proporcionado satisfacciones que nada puede borrar. Llevo casi toda mi vida escribiendo. Y mi profesión se basa, ante todo, en las palabras.
El uso del lenguaje es mi vara de medir, la herramienta con la cual juzgo a los demás. En este blog hablaré de palabras, de lenguaje, del uso que le damos y de cómo lo maltratamos.
Bienvenidos al que, a partir de hoy, será el hogar de muchas de mis palabras.
El uso del lenguaje es mi vara de medir, la herramienta con la cual juzgo a los demás. En este blog hablaré de palabras, de lenguaje, del uso que le damos y de cómo lo maltratamos.
Bienvenidos al que, a partir de hoy, será el hogar de muchas de mis palabras.
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