Después de leer ayer esta "guía para escribir mejor", me encontré preguntándome si el autor considera sus consejos adecuados para todo tipo de textos, porque no lo especifica.
Dado que recomienda estrategias como usar palabras cortas, oraciones breves, prescindir de los conectores, restringir los adjetivos y proscribir la erudición, parece que se refiere a textos informativos dirigidos a un público poco o nada especializado, de nivel cultural medio-bajo y con una comprensión lectora tan lamentable como, según el último informe de la OCDE, tenemos en general los españoles.
En resumidas cuentas, lo que proponen estos "trucos para mejorar nuestro estilo" es vulgarizarlo. Baje usted el nivel –parecen aconsejarnos– o se arriesga a aburrir a sus lectores, a resultarles incomprensible, a que le consideren un pedante.
En mi trabajo escribo habitualmente para un público amplio y heterogéneo. Desde luego pretendo que se me entienda, pero para ello no veo necesario simplificar hasta el punto de hablar a ese público como si me dirigiera al menos inteligente y formado de sus componentes.
Y fuera de ese ámbito, en las redes sociales o en este blog, imagino que a la gente de mi entorno y resto de lectores lo que os gusta es encontrar argumentos interesantes expresados con corrección y coherencia. Quiero pensar que no os apetece que os hable como a menores de edad. La inmensa mayoría de los libros que he leído, de los blogs que sigo, de los reportajes y artículos que me han gustado no menosprecian la mente del lector.
Y ya no digamos la poesía.
martes, 29 de octubre de 2013
jueves, 24 de octubre de 2013
Modas (3)
El Telediario me acaba de recordar otra de esas expresiones tan, tan de moda que muchos periodistas no dejan de usarla ni siquiera aunque les suponga contradecirse a sí mismos. Y con ella abro una nueva entrega de esta serie.
- Nos hemos colado en...: Siempre resulta evidente que no se han colado en ningún sitio: les han dejado entrar con cámara, iluminación y sonido. Pero lo de hoy del TD es muy grande. Han dicho "Hoy nos han permitido colarnos en..." Vamos, que la definición que da el DRAE de "colarse" ("introducirse a escondidas o sin permiso en alguna parte") no debería importarle a nadie.
- Nada más y nada menos: Otra expresión que se ha desvirtuado. Ahora casi siempre la veo utilizada en frases en que lo suyo sería decir simplemente "nada menos" ("Han pagado por ese violín nada más y nada menos que un millón de euros").
- El día después: Ya he hablado de esto, ¿no?, de que el adverbio no puede ser complemento de un sustantivo. Lo suyo, aunque haga siglos que no lo hayáis oído, es "el día siguiente". La píldora del día siguiente aún tiene una oportunidad. Para todo lo demás, me temo que mientras no desaparezca cierto programa deportivo no hay nada que hacer.
- El queísmo: surgido entre incultos como reacción al dequeísmo. Si no se sabe cuándo hay que poner "que" y cuándo "de que", malo. Pero, caray, frases como "han informado que el ladrón está detenido" o "les han advertido que el tiempo va a empeorar" chirrían tanto como ese ya casi desaparecido "pienso de que..."
- El que fuera...: Estaba deseando hablar de esto. En mis años escolares recuerdo haber estudiado que el pretérito imperfecto del subjuntivo tenía un uso literario que lo hacía equivalente al pluscuamperfecto de indicativo. Más claro: se podía decir "Se encontró frente a quien fuera su amo, ahora convertido en mendigo" porque equivalía a "frente a quien había sido su amo". Pero ¿me queréis decir por qué se ha impuesto el uso literario en las NOTICIAS hasta arrinconar al tiempo verbal fetén? Pues por moda, caramba, que os lo tengo que explicar todo.
- Y, para terminar, algo que no sé si es moda o incapacidad: pronunciar "axfisia" en lugar de "asfixia". Os juro que lo oigo más veces mal pronunciado que bien. Invito a algo a quien me revele los motivos.
Que sepáis que tengo como para mil entregas más.
miércoles, 23 de octubre de 2013
Redes
Hace años, cuando no existían los blogs ni las redes sociales, publicar un escrito –ya fuera novela, ensayo, noticia o artículo de opinión– implicaba la aprobación y corrección de un editor. Entonces la mayoría limitaba su comunicación escrita al ámbito privado, a esas cartas que únicamente leía el destinatario.
Ahora, sin embargo, se escribe a menudo para un público más o menos amplio. Los blogs permiten ser uno mismo autor y editor. Y redes como Facebook o Twitter recuerdan a las plazas públicas en eso de hablar para todo el que quiera escuchar.
En la red uno escoge a quién leer y yo soy bastante selectiva, no sólo en el nivel de cultura y conocimientos de los autores sino también, quizá especialmente, en su estilo y en su corrección lingüística.
A pesar de todo, constato horrorizada que se considera aceptable un grado de incorrección muy elevado. Para empezar, los signos de puntuación y la acentuación parecen estar generalmente considerados como opcionales. El uso de los puntos y las comas se diría arbitrario, al igual que el de los puntos suspensivos; el de otros signos como el punto y coma, los dos puntos, las rayas o guiones largos y los paréntesis da la sensación de estar pasado de moda, y no digamos el de los signos de apertura de la interrogación y la exclamación.
En un estadio más avanzado de desconocimiento están las faltas de ortografía, algunas tan extendidas que hay quien, ante mis críticas, ha llegado a defenderlas como correctas. Hablo de ese "haber si nos vemos", de ese "podemos darnos una vuelta por hay", de ese "me a pedido que te lo diga"... Errores que hunden mi buen concepto de quienes los cometen.
Hace años hice el CAP en Lengua y Literatura y realicé prácticas en un colegio con alumnos de los dos últimos cursos de secundaria. La experiencia fue deprimente. Me preocupó en particular que varios me entregaran redacciones sin un solo signo de puntuación: eran una sucesión de palabras cuyo sentido estaría muy claro en las mentes de sus autores pero se perdía irremediablemente en su camino a la del lector. Si a un alumno se le ha permitido llegar a los quince o dieciséis años de edad sin un buen conocimiento de su idioma y de las normas que lo rigen, es que la educación está fracasando.
Y la extensión de ese desconocimiento en la marea de internet es como la de una enfermedad infecciosa ante la cual los médicos se sienten, nos sentimos, impotentes.
Ahora, sin embargo, se escribe a menudo para un público más o menos amplio. Los blogs permiten ser uno mismo autor y editor. Y redes como Facebook o Twitter recuerdan a las plazas públicas en eso de hablar para todo el que quiera escuchar.
En la red uno escoge a quién leer y yo soy bastante selectiva, no sólo en el nivel de cultura y conocimientos de los autores sino también, quizá especialmente, en su estilo y en su corrección lingüística.
A pesar de todo, constato horrorizada que se considera aceptable un grado de incorrección muy elevado. Para empezar, los signos de puntuación y la acentuación parecen estar generalmente considerados como opcionales. El uso de los puntos y las comas se diría arbitrario, al igual que el de los puntos suspensivos; el de otros signos como el punto y coma, los dos puntos, las rayas o guiones largos y los paréntesis da la sensación de estar pasado de moda, y no digamos el de los signos de apertura de la interrogación y la exclamación.
En un estadio más avanzado de desconocimiento están las faltas de ortografía, algunas tan extendidas que hay quien, ante mis críticas, ha llegado a defenderlas como correctas. Hablo de ese "haber si nos vemos", de ese "podemos darnos una vuelta por hay", de ese "me a pedido que te lo diga"... Errores que hunden mi buen concepto de quienes los cometen.
Hace años hice el CAP en Lengua y Literatura y realicé prácticas en un colegio con alumnos de los dos últimos cursos de secundaria. La experiencia fue deprimente. Me preocupó en particular que varios me entregaran redacciones sin un solo signo de puntuación: eran una sucesión de palabras cuyo sentido estaría muy claro en las mentes de sus autores pero se perdía irremediablemente en su camino a la del lector. Si a un alumno se le ha permitido llegar a los quince o dieciséis años de edad sin un buen conocimiento de su idioma y de las normas que lo rigen, es que la educación está fracasando.
Y la extensión de ese desconocimiento en la marea de internet es como la de una enfermedad infecciosa ante la cual los médicos se sienten, nos sentimos, impotentes.
miércoles, 9 de octubre de 2013
Comprensión lectora
Ayer nos desayunamos con la noticia de que, según el último informe, los adultos españoles estamos a la cola de una lista de 23 países de la OCDE en comprensión lectora y en matemáticas. Como mínimo consuelo, comprobamos que los jóvenes están más cerca de la media que quienes tienen entre 55 y 65 años, lo cual dice algo de la universalización y la mejora de nuestro sistema educativo en las últimas décadas.
He leído y oído en los medios de comunicación simplificaciones como que con esos resultados éramos poco menos que incapaces de comparar ofertas de precios o de entender el prospecto de un medicamento. Y como todas las simplificaciones que usamos (mal) los periodistas, éstas no dan una idea de lo que se valora en las pruebas en que se basa el informe.
Centrándome en la comprensión de lo leído, veo que hay seis niveles. El más bajo supone entender un texto corto de frases simples y vocabulario limitado. El más alto requiere sintetizar información compleja de varias fuentes, a veces ambigua, y cuya interpretación en ocasiones requiere conocimientos previos. En España, un 7'2% de la población adulta está en el nivel más bajo y sólo un 0'1% en el más alto. Esto sí me da a mí una idea de nuestra capacidad.
Entender un prospecto no depende tanto de la forma en que está redactado como del vocabulario que emplea; si no conocemos el significado médico de la palabra "interacciones" no sabremos valorar el párrafo referido a ellas. Y comprender en toda su complejidad la polémica sobre los transgénicos hasta el punto de poder formarse una opinión informada sobre el tema exige seleccionar las fuentes, leer mucho y tener sentido crítico.
Lo que nos lleva a la clave de todo este asunto: la comprensión lectora es una habilidad que se adquiere durante la infancia y la adolescencia pero que se desarrolla con el uso y se deteriora con la falta de él. Hay que leer toda la vida. Y deben ser lecturas heterogéneas. No busquemos únicamente lo que nos confirma en nuestras ideas previas. Someter el cerebro al reto de la discrepancia es imprescindible para aprender a razonar y argumentar.
Actualización 12:30 A partir de las cifras del INE calculo ese 0'1% en 31.000 personas.
He leído y oído en los medios de comunicación simplificaciones como que con esos resultados éramos poco menos que incapaces de comparar ofertas de precios o de entender el prospecto de un medicamento. Y como todas las simplificaciones que usamos (mal) los periodistas, éstas no dan una idea de lo que se valora en las pruebas en que se basa el informe.
Centrándome en la comprensión de lo leído, veo que hay seis niveles. El más bajo supone entender un texto corto de frases simples y vocabulario limitado. El más alto requiere sintetizar información compleja de varias fuentes, a veces ambigua, y cuya interpretación en ocasiones requiere conocimientos previos. En España, un 7'2% de la población adulta está en el nivel más bajo y sólo un 0'1% en el más alto. Esto sí me da a mí una idea de nuestra capacidad.
Entender un prospecto no depende tanto de la forma en que está redactado como del vocabulario que emplea; si no conocemos el significado médico de la palabra "interacciones" no sabremos valorar el párrafo referido a ellas. Y comprender en toda su complejidad la polémica sobre los transgénicos hasta el punto de poder formarse una opinión informada sobre el tema exige seleccionar las fuentes, leer mucho y tener sentido crítico.
Lo que nos lleva a la clave de todo este asunto: la comprensión lectora es una habilidad que se adquiere durante la infancia y la adolescencia pero que se desarrolla con el uso y se deteriora con la falta de él. Hay que leer toda la vida. Y deben ser lecturas heterogéneas. No busquemos únicamente lo que nos confirma en nuestras ideas previas. Someter el cerebro al reto de la discrepancia es imprescindible para aprender a razonar y argumentar.
Actualización 12:30 A partir de las cifras del INE calculo ese 0'1% en 31.000 personas.
lunes, 7 de octubre de 2013
Traducciones (3)
Leyendo ayer este artículo de Álex Grijelmo le daba mentalmente la razón en muchas de sus quejas, aunque no estoy de acuerdo en todas las expresiones que él propone para sustituir a las malas traducciones del cine. Pero sí: frases como "eso no es una opción" o "no creo que sea una buena idea" no se oían por estos pagos antes de que los traductores de películas nos las metieran dobladas (nunca mejor dicho).
Hay muchas otras expresiones que me desesperan cuando me saltan al oído en una película doblada presuntamente al español de España. Por ejemplo, cuando alguien pregunta "¿de veras?". A ver, ¿alguien utiliza esa frase en su vida cotidiana? Pues no: nuestra duda suele plasmarse en un "¿de verdad?" o "¿en serio?" y nuestra incredulidad en un "¡anda ya!".
Me da la sensación de que algunos traductores no tiene el castellano como lengua materna o llevan años sin vivir en España. Si no, ¿por qué piensan que cuando el actor angloparlante dice "it's all right" al tranquilizar o consolar a alguien, deben convertirlo en un "está bien"? ¿Cómo le vamos a dar ánimos a un amigo diciendo eso, que suena condescendiente? Más bien nos salen frases como "venga, no pasa nada". Tampoco decimos "estarás bien" ("you'll be fine") sino "seguro que todo sale bien".
Los insultos mal traducidos, en cambio, me hacen reír. Afortunadamente ese "bastardo" en lugar de nuestro generalizado "cabrón" se oye cada vez menos en las pantallas. Igual de ridículo me resulta cuando el actor grita "¡maldito!" a secas. Ah, me alegra comprobar que esa literalidad absurda nunca se ha aplicado a palabras como "motherfucker".
En definitiva, por culpa de un mal doblaje un actor puede sonar ridículo en nuestro idioma. Y no me digáis que lo suyo es ver las películas en versión original porque en muchas ciudades es imposible. Os animo a tomar nota de las palabras y frases que os chirríen cuando veáis una película doblada. Puede ser una lista muy larga.
Hay muchas otras expresiones que me desesperan cuando me saltan al oído en una película doblada presuntamente al español de España. Por ejemplo, cuando alguien pregunta "¿de veras?". A ver, ¿alguien utiliza esa frase en su vida cotidiana? Pues no: nuestra duda suele plasmarse en un "¿de verdad?" o "¿en serio?" y nuestra incredulidad en un "¡anda ya!".
Me da la sensación de que algunos traductores no tiene el castellano como lengua materna o llevan años sin vivir en España. Si no, ¿por qué piensan que cuando el actor angloparlante dice "it's all right" al tranquilizar o consolar a alguien, deben convertirlo en un "está bien"? ¿Cómo le vamos a dar ánimos a un amigo diciendo eso, que suena condescendiente? Más bien nos salen frases como "venga, no pasa nada". Tampoco decimos "estarás bien" ("you'll be fine") sino "seguro que todo sale bien".
Los insultos mal traducidos, en cambio, me hacen reír. Afortunadamente ese "bastardo" en lugar de nuestro generalizado "cabrón" se oye cada vez menos en las pantallas. Igual de ridículo me resulta cuando el actor grita "¡maldito!" a secas. Ah, me alegra comprobar que esa literalidad absurda nunca se ha aplicado a palabras como "motherfucker".
En definitiva, por culpa de un mal doblaje un actor puede sonar ridículo en nuestro idioma. Y no me digáis que lo suyo es ver las películas en versión original porque en muchas ciudades es imposible. Os animo a tomar nota de las palabras y frases que os chirríen cuando veáis una película doblada. Puede ser una lista muy larga.
miércoles, 2 de octubre de 2013
Mis palabras (2)
Retomo una de las series de este blog: la de las palabras que me gustan especialmente, ya sea por cómo suenan, por lo que significan o por el sentido particular que tienen para mí.
- Océano: tan profunda en mi memoria como la realidad a la que alude. La palabra lleva dentro ese respeto, a veces miedo, hacia lo insondable.
- Latido: me gustan mucho más latido y latir que palpitar y sus derivados. Me resultan más sinceras y menos pretenciosas, más físicas y menos literarias. Además, latido se puede aplicar gran diversidad de cosas: a un reloj, a un púlsar, a la información... Vaya, va a resultar que los latidos también tienen su poesía.
- Tiquismiquis: qué palabra más visual, sólo leerla o pronunciarla me dibuja un gesto que describe perfectamente su significado. Y es sutilmente ofensiva, ridiculizadora en su punto justo; de esos nombres con que uno nunca desea definirse.
- Majadero y mamarracho: dos apelativos que adoro. Permiten una pronunciación rotunda que los convierte en armas con las que abofetear a quienes lo merezcan. Pueden estar pasadas de moda, no lo sé, pero me resultan mucho más despectivas que las habituales capullo y gilipollas.
- Nostalgia: es como mi hogar, un lugar que acoge y duele a partes iguales. Si la leo, suena en mi mente hecha un susurro, como un secreto culpable.
- Ánimo: quizá la uso demasiado. En su brevedad esdrújula, me suena a palmada en la espalda, a mirada empática, a empujoncito dado o recibido en un momento de necesidad. Cuando la pronuncio estoy expresando mis mejores deseos al destinatario, que a veces soy yo misma.
- Océano: tan profunda en mi memoria como la realidad a la que alude. La palabra lleva dentro ese respeto, a veces miedo, hacia lo insondable.
- Latido: me gustan mucho más latido y latir que palpitar y sus derivados. Me resultan más sinceras y menos pretenciosas, más físicas y menos literarias. Además, latido se puede aplicar gran diversidad de cosas: a un reloj, a un púlsar, a la información... Vaya, va a resultar que los latidos también tienen su poesía.
- Tiquismiquis: qué palabra más visual, sólo leerla o pronunciarla me dibuja un gesto que describe perfectamente su significado. Y es sutilmente ofensiva, ridiculizadora en su punto justo; de esos nombres con que uno nunca desea definirse.
- Majadero y mamarracho: dos apelativos que adoro. Permiten una pronunciación rotunda que los convierte en armas con las que abofetear a quienes lo merezcan. Pueden estar pasadas de moda, no lo sé, pero me resultan mucho más despectivas que las habituales capullo y gilipollas.
- Nostalgia: es como mi hogar, un lugar que acoge y duele a partes iguales. Si la leo, suena en mi mente hecha un susurro, como un secreto culpable.
- Ánimo: quizá la uso demasiado. En su brevedad esdrújula, me suena a palmada en la espalda, a mirada empática, a empujoncito dado o recibido en un momento de necesidad. Cuando la pronuncio estoy expresando mis mejores deseos al destinatario, que a veces soy yo misma.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)