miércoles, 24 de junio de 2015

¿Para qué?

No soy muy de preguntarme por el sentido de la vida. Eso encaja más bien con personas religiosas o, como a muchas les gusta definirse, "espirituales". Pero sí me planteo el sentido de lo que hago, de lo que digo, de lo que quiero.

Todavía era una niña cuando pensé por primera vez que me gustaría ser periodista, aunque sin elaborar argumentos siquiera para mí misma. Mucho más tarde, un par de años antes de ir a la universidad, me llevó a razonármelo una profesora de literatura al decir en clase que Azorín no era muy buen novelista porque había sido periodista y eso le había dejado el "vicio" de las frases cortas y la claridad expositiva.

Dejando aparte la opinión que me merece esa crítica, reconozco que entonces me alarmó un poco porque en aquel momento fui consciente de que mi principal motivo para optar por el periodismo era que en esa profesión se escribía y a mí me apasionaba escribir. ¿Me iban a arruinar el estilo, a incapacitarme para redactar otra cosa que noticias?

En cuanto empecé a ejercer la profesión no tardé en descubrir que en realidad mi pasión es narrar lo que sucede, explicar las cosas a quien no las conoce. En otras palabras: informar. La información es esencial para ser persona, para ser ciudadano y para ser útil. Lo he creído desde el principio. Sin información somos más vulnerables, más fáciles de engañar, de manipular, de dirigir; somos menos autónomos, aportamos menos a la sociedad y nuestra opinión es menos valiosa.

Leía esta mañana esta columna de una periodista argentina. Se me quedaron los ojos clavados en la frase "¿Usted hace periodismo para salvar el mundo?". Yo no creo haber salvado nada ni a nadie escribiendo. De hecho, algunas de las cosas que he escrito han producido dolor a alguien, en privado, cierto, pero lo han hecho. Pero en mi faceta pública sé que el periodismo me ha obligado a esforzarme por entender el mundo porque quería hacérselo entender a otros. Y con ciertas noticias, sobre todo las de divulgación científica, he despertado alguna curiosidad, incluso alguna vocación.

Es posible que, de haber nacido en esta época de fácil libertad para expresarse por medio de un blog o de lanzar titulares a través de Twitter, no hubiera sentido la necesidad de hacerme periodista. En resumidas cuentas, ¿para qué lo soy? Para que mi impulso egoísta de contar cosas reciba un calificativo más honroso (por desprestigiado que esté hoy el periodismo) que el de chafardera. Y para que la circunstancia de ganarme la vida con ello me sirva como excusa para seguir haciéndolo.

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