Acabo de rellenar la encuesta de satisfacción de la compañía aérea con la que viajé el pasado fin de semana. Aparte de las valoraciones numéricas (0 muy mal, 10 muy bien), había un espacio por si querías comentarle algo al personal de tierra o a la tripulación.
Yo esta vez sí quería y os diré por qué: como este blog va de palabras, os contaré lo que se habló en los dos trayectos que hice.
En el de ida el comandante, además de informar de a qué altitud y velocidad volaríamos, como hacen muchos, añadió las horas de vuelo que sumaban entre él y el copiloto, la cantidad de combustible que íbamos a consumir y algún dato más. Por el camino nos avisó en un momento dado de que debajo podíamos ver el Lago de Sanabria. Cuando aterrizamos con diez minutos de antelación respecto al horario previsto y nos quedamos parados, el piloto volvió a abrir el micro para explicar que no podía aparcar porque, claro, el avión anterior no había salido aún.
El comandante del vuelo de vuelta no llegó a ese despliegue comunicativo pero fue más desenfadado. Nos informó de que en la ciudad de destino (Madrid) hacía los mismos agradables 18 grados que en la de salida (Coruña) "solo que sin la playa de Riazor". Comentó que la duración prevista del vuelo era una hora y cinco minutos "pero vamos a ver si podemos limar esos cinco minutillos, por aquello del redondeo".
A veces, si el viaje es de día, los pilotos anuncian qué lugares van a sobrevolar (los Alpes, el estrecho de Gibraltar...) o bien indican algo digno de verse cuando están pasando por encima. En ocasiones recuerdan la bajísima temperatura exterior. En cualquier caso, cuando estás a bordo agradeces que conecten la megafonía para algo más que para anunciar el servicio de catering.
La información que he mencionado no es estrictamente necesaria para el pasajero. Pero le hace más cercana la figura del comandante y le recuerda que al mando de la máquina va un ser humano. Por eso he hecho un comentario favorable en la encuesta.
Sin embargo es mucho más frecuente la postura contraria, la de informar lo justito, a veces incluso menos. No pocas veces me he encontrado en el interior del avión todavía en tierra mucho después de la hora prevista de despegue sin que nadie dé una explicación del retraso. Por eso me sorprendió cuando un día en Bruselas el piloto la dio, y detallada. Nos informó de un problema eléctrico -no en el avión, aclaró, sino en la terminal- que impedía separar la nave. Recalcó que no estaba en sus manos acelerar la reparación e insistió en que no había ningún peligro. La comunicación, digo, me sorprendió por lo inhabitual cuando debería ser lo normal. No son pocas las personas que tienen miedo a volar. El desconocimiento, la desinformación, agravan ese temor. Si ocurre algo, explíquenmelo. Y si no, también. Hay muchos datos interesantes que el pasajero medio desconoce. Volar será más agradable si nos los cuentan.
martes, 17 de noviembre de 2015
sábado, 7 de noviembre de 2015
Por así decirlo
La forma de decir las cosas llega a ser tan personal como para identificar por sus expresiones características a aquellos con quienes convives, trabajas o intercambias correos. Metáforas, jerga profesional, frases de películas, palabras mal dichas o mal utilizadas, asociaciones, expresiones escuchadas a un padre o una abuela...
Esta semana me he fijado mucho en algunas frases que relaciono con personas concretas, como esa con la que saluda a menudo por las mañanas un amigo con quien comparto gustos que muchos llamaréis frikis: "Forth Eorlingas!" Si no habéis leído El señor de los anillos no os dirá nada. A mí me levanta el ánimo.
Una compañera de trabajo tiene una forma delicada de decir una grosería muy habitual. La sustituye por sus siglas: ATPC. La suele utilizar para mostrar su hartazgo de algo. Ayer se la oí en otro contexto que me hizo reír. Grabábamos el programa (de televisión) de esta semana y no se hace en el orden en que se emitirá porque luego se edita. Así que, cuando el realizador le indicó el plano para saludo y despedida, ella comentó: "Vale, o sea que ahora hacemos el hola y el ATPC".
Hay películas que han dejado huella en el lenguaje de miles de españoles. A una amiga mía le he oído y leído unas cuantas veces esa frase de la grandiosa Amanece que no es poco: "todos somos contingentes pero tú eres necesario". Y los no menos grandiosos Les Luthiers han dejado centenares de expresiones. En más de una ocasión he visto poner fin a una conversación que había tomado derroteros absurdos con la exclamación: "¡La vaca!". Y en mi familia hemos adoptado el "A mí me es inverosímil" de esa otra, La gran familia de Fernando Palacios.
De una canción que cantaba mi madre, el famoso tanguillo gaditano de los Duros antiguos, aprendí a llamar "patio de las malvas" a los cementerios. Lo de "criar malvas" lo conoce mucha gente pero lo del patio es bastante más local.
Metáforas menos fúnebres y más gastadas se oyen cuando la gente no quiere decir la palabra "cáncer", tan a menudo sustituida por "una larga enfermedad" en los medios de comunicación. Un amigo gallego me sorprendió llamándolo "nécora" y la sorpresa le quitó tristeza a la conversación.
Terminaré con otra metáfora que me arrancó una gran sonrisa hace poco. Hay que ser uno de los dos protagonistas para apreciar que alguien diga que le gustaría compartir los cajones del armario y el gel de baño contigo. Es una de esas frases que asociaré para siempre con quien me la dedicó.
Esta semana me he fijado mucho en algunas frases que relaciono con personas concretas, como esa con la que saluda a menudo por las mañanas un amigo con quien comparto gustos que muchos llamaréis frikis: "Forth Eorlingas!" Si no habéis leído El señor de los anillos no os dirá nada. A mí me levanta el ánimo.
Una compañera de trabajo tiene una forma delicada de decir una grosería muy habitual. La sustituye por sus siglas: ATPC. La suele utilizar para mostrar su hartazgo de algo. Ayer se la oí en otro contexto que me hizo reír. Grabábamos el programa (de televisión) de esta semana y no se hace en el orden en que se emitirá porque luego se edita. Así que, cuando el realizador le indicó el plano para saludo y despedida, ella comentó: "Vale, o sea que ahora hacemos el hola y el ATPC".
Hay películas que han dejado huella en el lenguaje de miles de españoles. A una amiga mía le he oído y leído unas cuantas veces esa frase de la grandiosa Amanece que no es poco: "todos somos contingentes pero tú eres necesario". Y los no menos grandiosos Les Luthiers han dejado centenares de expresiones. En más de una ocasión he visto poner fin a una conversación que había tomado derroteros absurdos con la exclamación: "¡La vaca!". Y en mi familia hemos adoptado el "A mí me es inverosímil" de esa otra, La gran familia de Fernando Palacios.
De una canción que cantaba mi madre, el famoso tanguillo gaditano de los Duros antiguos, aprendí a llamar "patio de las malvas" a los cementerios. Lo de "criar malvas" lo conoce mucha gente pero lo del patio es bastante más local.
Metáforas menos fúnebres y más gastadas se oyen cuando la gente no quiere decir la palabra "cáncer", tan a menudo sustituida por "una larga enfermedad" en los medios de comunicación. Un amigo gallego me sorprendió llamándolo "nécora" y la sorpresa le quitó tristeza a la conversación.
Terminaré con otra metáfora que me arrancó una gran sonrisa hace poco. Hay que ser uno de los dos protagonistas para apreciar que alguien diga que le gustaría compartir los cajones del armario y el gel de baño contigo. Es una de esas frases que asociaré para siempre con quien me la dedicó.
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