El conocimiento acumulado por el ser humano a lo largo de su historia ha llegado a ser tan amplio y diverso que desde hace mucho tiempo ya no podemos aspirar a un saber enciclopédico, universal. La curiosidad nos llevará a interesarnos por más o menos ámbitos, a especializarnos en algún campo y, en el mejor de los casos, a lograr en él avances que sumen sabiduría nueva y la pongan a disposición de los demás.
Hay personas empeñadas en divulgar el conocimiento. Algunas son capaces de dar en solo diez minutos auténticas clases magistrales comprensibles para cualquier inteligencia media. Un amplio grupo de ellas lo ha hecho estos últimos días en Bilbao (buscad "Naukas 2015" si tenéis curiosidad). Es cierto que en alguna de las decenas de disciplinas allí tratadas conocer la terminología llegaba a ser imprescindible para entender la charla: no se puede vulgarizar el conocimiento puntero hasta hacerlo parecer irrelevante de tan sencillo.
Pero en el tiempo libre llegaba la parte verdaderamente "vulgar", la que se desarrollaba en lenguaje coloquial y tono relajado. Porque tanto los divulgadores como el público asistente (en el que me encontraba) somos personas de intereses afines. Y en esos casos, escuchar y hablar es uno de los mayores placeres.
En mi caso, además, se suma ese defecto del periodista consistente en creerse con derecho a abordar a cualquiera y hacerle preguntas. De modo que no solo conversé con mis conocidos sino con todo el que se me puso a tiro.
Han sido días en que las palabras han dado cohesión a ese sector heterogéneo de la sociedad interesado en conocer la ciencia, aprender sobre ella y transmitirla a los demás. Centenares de miles de palabras entretejiendo el soporte para que un sólido bloque de seres humanos confiemos en que en el futuro el conocimiento nos seguirá haciendo mejores como especie.
Y, como corresponde a personas que se aprecian mutuamente, las miradas, las sonrisas, los abrazos y los besos han dicho lo que el lenguaje oral se ha podido dejar en el tintero.
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