sábado, 10 de febrero de 2024

Sobran

 Algunas frases que oigo me hacen pensar que quien las dice tiene dudas de si en su forma normal y correcta se entenderán y por eso le añade palabras innecesarias. En no pocas ocasiones los autores son periodistas. Os pongo unos ejemplos.

- "El PSOE no va a dejar pasar por alto esas declaraciones de Abascal", se decía en un Telediario. Vamos a ver, ¿qué problema hay en decir simplemente "no va a dejar pasar" o "no va a pasar por alto"? Mezclar las dos expresiones confunde más que aclara, me parece a mí.

- "Somos el primer país de Europa con mayor número de madres por encima de los 40 años", oí en un informativo de radio. Hay dos opciones correctas y ninguna es la que se dijo: "somos el primer país de Europa en número de madres por encima de los 40" o "somos el país de Europa con mayor número de madres por encima de los 40". Ya con eso queda claro, no hace falta superponer las dos.

- "Estuvo casado con Xxx, con la que tenía un hijo en común", se dijo en la misma emisora. Habría bastado "con la que tenía un hijo". Si tenía un hijo con ella, es que lo tenían en común, ¿no?

- En ocasiones el meter palabras de más hace que se entienda lo contrario de lo pretendido. Una canción navideña que radió estas pasadas fiestas una emisora pública decía: "¿Quién puede negarme que la realidad no es algo mejor en Navidad?". Imagino que quería preguntar quién niega que la realidad es mejor o quién afirma que no es mejor, pero con esa doble negación viene a decir lo opuesto.

Termino con varias expresiones que leo o escucho tan a menudo como para considerarlas ya imposibles de erradicar.

- Como suele ser habitual (esta me vuelve un poco loca, ¿muchas veces es habitual pero algunas no?)

- Se vuelve a repetir/reanudar/reactivar/retomar...

- Para prevenir que no pase nada (o previenes que pase algo o intentas que no pase nada)

- Todo hace indicar (sería "todo indica", pero parece una mezcla con "todo hace pensar")

- Tampoco no

Un poco más de confianza en la capacidad de comprender del interlocutor, espectador u oyente, compañeros.

domingo, 10 de diciembre de 2023

Confusiones

Según algunas fuentes, un español medio maneja habitualmente unas 10.000 palabras en su idioma. Es lo que se llama vocabulario activo. Además, reconoce y entiende otras 25.000. Eso es el vocabulario pasivo.

Sin embargo, otras fuentes aseguran que el empobrecimiento del lenguaje ha reducido esa cifra y que actualmente no se emplean de forma habitual más de 5.000 palabras en el caso de personas cultas y ¡únicamente 1.000 palabras! quienes leen muy poco y basan su actividad y relaciones especialmente en el lenguaje audiovisual. Los jóvenes, vamos.

Así pues, no me extraña ver cómo alguien utiliza una palabra parecida a la que cree estar usando... pero que desconoce. Oye fonemas y los convierte en un término que no es. Pondré ejemplos.

Ya comenté en una entrada anterior el caso de "huso horario". He visto escrito "uso horario" por alguien que jamás habría leído la palabra "huso".

Y ayer vi en un tuit "mentiras fragantes" escrito por alguien que, por el contexto, indudablemente pretendía decir "mentiras flagrantes", solo que probablemente no tenia ni idea de que esa palabra existe y de que "fragante" no quiere decir "evidente".

Otro tuit me sorprendió mucho más. Decía "palomitas en un microhondas". Me cuesta muchísimo pensar que alguien no conozca la palabra "onda". ¿Qué ha ocurrido en este caso?  ¿Qué puede llevar a pensar en honduras diminutas en vez de en ondas de pequeña longitud? ¿O es alguien que no relaciona el significado con la etimología?

Algunos ejemplos no los tengo por escrito, los he oído, como aquella persona que decía tener a la familia "desperdiciada" por el mundo, cuando sin duda quería decir "desperdigada".

Hay en un programa de radio un espacio donde se plantea si determinada palabra está moribunda, es decir, si ya nadie o casi nadie la usa. Me asusta pensar cuántas van camino de estarlo en las próximas décadas.

sábado, 2 de diciembre de 2023

Palabras de mi infancia

Como cada año, la RAE ha publicado la lista de palabras y acepciones que ha decidido incorporar a su diccionario. Y, como cada año, muchos tenemos nuestra propia opinión favorable o contraria a una o varias de esas inclusiones.

A veces la RAE tarda décadas en incluir palabras de uso habitual y consolidado, (como ocurrió con "autobusero"). Incluso llega a incorporarlas cuando ya están, por así decirlo, pasadas de moda. Y otras veces da la sensación de que se precipita dando entrada a voces que no parecen tener mucho futuro en nuestras conversaciones.

Por el contrario, a veces buscas una palabra oída mil veces en tu infancia y ahora casi olvidada, pensando que estaría recogida desde hace siglos... y no.

Un ejemplo: "mijita" o "mijilla". ¿Quieres más carne/arroz/tarta? Sí, pero una mijilla nada más. ¿Te ha gustado la película? Ni mijita, he estado a punto de salirme del cine.

Y sus derivados "mijurria" y "mijurrilla". Pero hijo, ¡cómo vas a poder con esa caja tan grande, si eres una mijurria! Claro que te cojo en brazos, mijurrilla, estarás cansada de tanto andar.

He buscado en dos libros de mi biblioteca: El habla de Cádiz y El habla de El Puerto, pensando que quizá eran localismos. En el primero, ni una mención. En el segundo venían "migita" y "migitita" con el significado de "un poco". Bueno, algo es algo.

Tras la decepción de no hallar ninguna de estas voces en el diccionario de la RAE, me animó encontrar otra de las palabras de mi entorno familiar: "chuchurrío". Pero me resulta escasa la definición que le da: "marchito o ajado". Mi madre, por ejemplo, la usaba en muchos otros sentidos. Un vestido recién planchado podía quedar chuchurrío si no tenías cuidado al sentarte y lo dejabas deformado y lleno de arrugas. El pelo, vistoso y con volumen nada más salir de la peluquería, terminaba aplastado y chuchurrío después de dormir. Si no montabas bien la nata te quedaba chuchurría. 

Tampoco parece conocer la RAE las acepciones de "escamondar" que se usaban en mi casa. Quitar las hojas secas de los árboles o lo superfluo de algo no es el sentido que yo aprendí de esa palabra. Escamondar era limpiar a fondo. Podías limpiar la casa por encima ("lo que ve la suegra", decía mi madre) o escamondarla, dejarla como una patena. En el libro antes mencionado, El habla de El Puerto, viene "escamondado" como limpio, a secas; en el de El habla de Cádiz ni se menciona. Por supuesto, en mi casa se pronunciaba "escamondao".

La próxima vez que vaya por la tierra de mis padres indagaré su significado y su vigencia.

jueves, 27 de octubre de 2022

Mal ejemplo

 Aprendemos durante toda nuestra vida. En la infancia y la adolescencia, también en muchos casos en la primera juventud, se trata de un aprendizaje dirigido: los profesores en clase y los padres en casa nos explican las cosas, nos dan instrucciones, nos guían y nos corrigen. A partir de ahí, buena parte del aprendizaje es sutil y a menudo inconsciente.

Siempre se ha dicho que se enseña con el ejemplo. También es sabido que leer es la mejor manera de interiorizar la ortografía, la gramática, de aprender palabras nuevas... Pero, ¿qué ocurre si lo que leemos está mal construido, usa términos incorrectamente o tiene faltas de ortografía?

En un par de días me he encontrado varias muestras de esos malos ejemplos. Errores que si pillan desprevenido al lector pueden inducirle a "aprender mal". Y ha sido en crucigramas y otras formas de entretenimiento.

Primer caso: crucigrama en un periódico de amplia difusión. Definición: "En Física nos da a todos sopas con...", cinco letras. Por supuesto, escribí: honda. Dar sopas con honda es mostrar una persona superioridad abrumadora sobre otra. Se puede leer una explicación en este artículo del maravilloso Alfred López. El autor del crucigrama desconocería la expresión y pensó en la palabra "onda" porque quizá no haya visto jamás "honda". Una falta de cultura que habrá terminado convenciendo a otros de que la expresión se escribe... mal.

Segundo caso: otro crucigrama. Esta vez el error está en la definición. Dice "Infrinja daños". Infringir significa quebrantar, incumplir, violar (leyes, normas, órdenes...). El autor lo ha confundido con "infligir", que significa "causar daños". Es un fallo más habitual de lo deseable.

Tercer caso: en las pantallas de los autobuses urbanos de mi ciudad. Para amenizar los trayectos a los viajeros, se emiten imágenes y vídeos de diversos tipos, desde información sobre monumentos o actividades culturales a datos sobre "famosos" y tests de conocimientos. En uno de estos tests se preguntaba: "¿Dónde están las tierras septentrionales?", y las respuestas posibles eran "en el centro de Asia", "en el norte" y "en el séptimo uso horario". Se trataba, evidentemente, de saber lo que significa septentrional (del norte), pero el autor de la pregunta ignora la expresión "huso horario" y su origen. Al ser la Tierra una esfera, dividiéndola en franjas que vayan de norte a sur perpendicularmente al ecuador obtenemos formas redondeadas por los lados y cada vez más estrechas por los extremos hasta acabar en punta. Es decir, la forma de un huso. No tiene, por tanto, nada que ver con usos, utilizaciones o funciones. Y si quien lee esa respuesta no conoce la expresión, pensará que se escribe así, o sea, mal.

Como periodista siempre me ha preocupado que en los medios de comunicación, donde debemos dar ejemplo, se eduque mal: se escriba con faltas de ortografía, se confundan palabras, falle la concordancia... en definitiva, que se use mal el lenguaje. Pensaba en las noticias, pero ahora debo extender esa preocupación a los contenidos lúdicos.

lunes, 27 de junio de 2022

Colarse

Hay palabras o expresiones que un día alguien usó por primera vez en un medio de comunicación, quizá justificadamente, e hicieron fortuna, tanta que se convirtieron en habituales. Algunas prácticamente han barrido las utilizadas hasta entonces, y no siempre con acierto. Por ejemplo, el omnipresente "escuchar", que no, no es una forma más culta de decir "oír" sino, según el DLE de la RAE, "prestar atención a lo que se oye"; pero ahora al parecer nadie oye una explosión o la caída de una bomba, solo la escucha, aunque sean ruidos casi siempre inesperados. O "arrancar", especie invasora que ha arrinconado a "empezar", "comenzar", "iniciar" y tantas otras.

Hoy me referiré a una expresión oída ayer en un telediario: "Nos hemos colado en...". Colarse, según el mencionado diccionario, significa, entre otras cosas, "introducirse a escondidas o sin permiso en alguna parte", única acepción que en principio encajaría con la intención de quien la escribió. Pero os puedo asegurar que las últimas cien veces que la he visto u oído en un medio de comunicación daba paso a una noticia o reportaje presenciados abiertamente y con autorización.

Para hacer la noticia de ayer no solo se metió una cámara profesional (y esas son bien visibles, os lo aseguro) en el lugar donde transcurrían los hechos sino que se entrevistó a algunos de sus protagonistas y se grabaron planos desde puntos donde sin duda se estorbaría algo la acción. En resumen: nadie se coló allí salvo la persona que escribió esa frase (en otra acepción, la de "cometer equivocaciones").

¿Cómo ha llegado a generalizarse esa expresión hasta el punto de que quien la usa se olvida de su significado? ¿Tanto interés cree que despierta en el espectador el que se haya metido una cámara sin permiso en un lugar por lo demás muy normal y relativamente accesible? ¿Se usa la frase para dar a entender que se le está prometiendo una imagen exclusiva? ¿Tiene más mérito periodístico colarse en unas pruebas de baile o en el ensayo de una obra de teatro que simplemente entrar a grabar un reportaje sobre ello?

Y una última pregunta: ¿a los espectadores no les chirría cuando la oyen?

miércoles, 18 de mayo de 2022

Enfermedad

He dado positivo en covid cuando la inmensa mayoría de las personas de mi entorno ya han pasado la enfermedad. No todas han tenido los mismos síntomas ni la misma gravedad. Desde luego, el estar vacunada hace que afronte estos días sin miedo a acabar intubada en una UCI, y eso ya es mucho.

Quienes me han precedido en el contagio han usado al contarme sus sensaciones palabras como dolor, tos, cansancio, fiebre, malestar... Así pues, sabía lo que me esperaba desde el momento en que el test dio positivo, ayer por la mañana. Luego ocurren cosas inesperadas.

Por ejemplo, esos ramalazos de dolor al mover el cuello con los ganglios inflamados desde detrás de las orejas hasta las clavículas. O, cuando me subió más la fiebre, la sensación de que me ardían los ojos y se me querían salir de las órbitas. O el escozor en las fosas nasales.

Y está el aspecto anímico, no tan fácil de describir con palabras. La enfermedad nos hace a todos sentirnos vulnerables y aislados. Lo que estás sufriendo, lo sufres tú solo, independientemente de la empatía de los demás y sus ofrecimientos de ayuda. La fiebre te envuelve el cerebro en una nube de irrealidad. Los pensamientos toman el cariz de las pesadillas y los sentidos transmiten percepciones extrañas. Te preguntas: ¿qué me está pasando exactamente?

Los médicos de atención primaria no te explican eso, no tienen tiempo y seguramente ni siquiera se plantean que necesites saber. Yo me sentiría mejor si alguien se sentara a mi lado y me fuera describiendo el mecanismo fisiológico de cada síntoma. Y, puestos a pedir, me encantaría filosofar con alguien sobre esta sensación de impotencia, este miedo repentino a la vejez y a la incapacidad.

Un abrazo a todos los enfermos del mundo, en especial a los que no tienen un horizonte cercano de mejora.

jueves, 14 de abril de 2022

Mentiras

A todos nos han engañado alguna vez, no lo neguéis. Quizá no hayáis caído en engaños grandes (estafas, por ejemplo) pero sin duda sí en los pequeños. Me refiero a esos en los que las palabras suenan creíbles, refieren situaciones normales y no disparan alertas.

Un compañero puede pedirte que le hagas su turno porque tiene dolor de espalda o al niño con fiebre. Una amiga te anula una cita a última hora porque el coche la ha dejado tirada o el trabajo se le ha complicado. Alguien te da un motivo admisible para no entregar una tarea en el plazo convenido o para no llamarte por teléfono pese a haberlo anunciado.

Y a menudo será cierto, pero tenéis que reconocer que puede no serlo, incluso que vosotros mismos habéis recurrido a alguna mentira de ese tipo: os resultaba más fácil, más conveniente, os daba menos vergüenza o menos problemas que la sinceridad.

Hay quien escoge bien las palabras para no verse pillado en un renuncio. Hay quien, por el contrario, olvida la excusa y, como su actuación posterior es incoherente con ella, se descubre. Y luego está quien cree tener todos los cabos atados pero ha dejado montones de rendijas por las que se cuela la verdad. (Bueno, también están los que optan por el silencio, por no dar explicaciones y hacer como si no pasara nada, pero eso suele ser insostenible en el tiempo.)

¿Qué cara se os queda entonces? Me refiero tanto a si sois autores como víctimas del engaño. Cuando ves, o te ven, en un sitio donde teóricamente no ibas a estar, cuando en una conversación se escapa el relato real y es contradictorio con la explicación dada...

A veces hay consecuencias serias, como una sanción en el trabajo o la ruptura de una relación o una amistad. Otras lo que se genera es una pérdida de confianza. Tal vez el cariño mutuo o la irrelevancia del engaño eviten o al menos diluyan la sensación de tomadura de pelo. Pero incluso en este último caso, si la insinceridad se repite, quien la sufre puede sentirse despreciado y desarrollar un resentimiento y una desconfianza permanente.

Todos decimos alguna mentira alguna vez. No las uséis para hacer daño ni para humillar. Las palabras importan.