A todos nos han engañado alguna vez, no lo neguéis. Quizá no hayáis caído en engaños grandes (estafas, por ejemplo) pero sin duda sí en los pequeños. Me refiero a esos en los que las palabras suenan creíbles, refieren situaciones normales y no disparan alertas.
Un compañero puede pedirte que le hagas su turno porque tiene dolor de espalda o al niño con fiebre. Una amiga te anula una cita a última hora porque el coche la ha dejado tirada o el trabajo se le ha complicado. Alguien te da un motivo admisible para no entregar una tarea en el plazo convenido o para no llamarte por teléfono pese a haberlo anunciado.
Y a menudo será cierto, pero tenéis que reconocer que puede no serlo, incluso que vosotros mismos habéis recurrido a alguna mentira de ese tipo: os resultaba más fácil, más conveniente, os daba menos vergüenza o menos problemas que la sinceridad.
Hay quien escoge bien las palabras para no verse pillado en un renuncio. Hay quien, por el contrario, olvida la excusa y, como su actuación posterior es incoherente con ella, se descubre. Y luego está quien cree tener todos los cabos atados pero ha dejado montones de rendijas por las que se cuela la verdad. (Bueno, también están los que optan por el silencio, por no dar explicaciones y hacer como si no pasara nada, pero eso suele ser insostenible en el tiempo.)
¿Qué cara se os queda entonces? Me refiero tanto a si sois autores como víctimas del engaño. Cuando ves, o te ven, en un sitio donde teóricamente no ibas a estar, cuando en una conversación se escapa el relato real y es contradictorio con la explicación dada...
A veces hay consecuencias serias, como una sanción en el trabajo o la ruptura de una relación o una amistad. Otras lo que se genera es una pérdida de confianza. Tal vez el cariño mutuo o la irrelevancia del engaño eviten o al menos diluyan la sensación de tomadura de pelo. Pero incluso en este último caso, si la insinceridad se repite, quien la sufre puede sentirse despreciado y desarrollar un resentimiento y una desconfianza permanente.
Todos decimos alguna mentira alguna vez. No las uséis para hacer daño ni para humillar. Las palabras importan.