jueves, 27 de octubre de 2022

Mal ejemplo

 Aprendemos durante toda nuestra vida. En la infancia y la adolescencia, también en muchos casos en la primera juventud, se trata de un aprendizaje dirigido: los profesores en clase y los padres en casa nos explican las cosas, nos dan instrucciones, nos guían y nos corrigen. A partir de ahí, buena parte del aprendizaje es sutil y a menudo inconsciente.

Siempre se ha dicho que se enseña con el ejemplo. También es sabido que leer es la mejor manera de interiorizar la ortografía, la gramática, de aprender palabras nuevas... Pero, ¿qué ocurre si lo que leemos está mal construido, usa términos incorrectamente o tiene faltas de ortografía?

En un par de días me he encontrado varias muestras de esos malos ejemplos. Errores que si pillan desprevenido al lector pueden inducirle a "aprender mal". Y ha sido en crucigramas y otras formas de entretenimiento.

Primer caso: crucigrama en un periódico de amplia difusión. Definición: "En Física nos da a todos sopas con...", cinco letras. Por supuesto, escribí: honda. Dar sopas con honda es mostrar una persona superioridad abrumadora sobre otra. Se puede leer una explicación en este artículo del maravilloso Alfred López. El autor del crucigrama desconocería la expresión y pensó en la palabra "onda" porque quizá no haya visto jamás "honda". Una falta de cultura que habrá terminado convenciendo a otros de que la expresión se escribe... mal.

Segundo caso: otro crucigrama. Esta vez el error está en la definición. Dice "Infrinja daños". Infringir significa quebrantar, incumplir, violar (leyes, normas, órdenes...). El autor lo ha confundido con "infligir", que significa "causar daños". Es un fallo más habitual de lo deseable.

Tercer caso: en las pantallas de los autobuses urbanos de mi ciudad. Para amenizar los trayectos a los viajeros, se emiten imágenes y vídeos de diversos tipos, desde información sobre monumentos o actividades culturales a datos sobre "famosos" y tests de conocimientos. En uno de estos tests se preguntaba: "¿Dónde están las tierras septentrionales?", y las respuestas posibles eran "en el centro de Asia", "en el norte" y "en el séptimo uso horario". Se trataba, evidentemente, de saber lo que significa septentrional (del norte), pero el autor de la pregunta ignora la expresión "huso horario" y su origen. Al ser la Tierra una esfera, dividiéndola en franjas que vayan de norte a sur perpendicularmente al ecuador obtenemos formas redondeadas por los lados y cada vez más estrechas por los extremos hasta acabar en punta. Es decir, la forma de un huso. No tiene, por tanto, nada que ver con usos, utilizaciones o funciones. Y si quien lee esa respuesta no conoce la expresión, pensará que se escribe así, o sea, mal.

Como periodista siempre me ha preocupado que en los medios de comunicación, donde debemos dar ejemplo, se eduque mal: se escriba con faltas de ortografía, se confundan palabras, falle la concordancia... en definitiva, que se use mal el lenguaje. Pensaba en las noticias, pero ahora debo extender esa preocupación a los contenidos lúdicos.

lunes, 27 de junio de 2022

Colarse

Hay palabras o expresiones que un día alguien usó por primera vez en un medio de comunicación, quizá justificadamente, e hicieron fortuna, tanta que se convirtieron en habituales. Algunas prácticamente han barrido las utilizadas hasta entonces, y no siempre con acierto. Por ejemplo, el omnipresente "escuchar", que no, no es una forma más culta de decir "oír" sino, según el DLE de la RAE, "prestar atención a lo que se oye"; pero ahora al parecer nadie oye una explosión o la caída de una bomba, solo la escucha, aunque sean ruidos casi siempre inesperados. O "arrancar", especie invasora que ha arrinconado a "empezar", "comenzar", "iniciar" y tantas otras.

Hoy me referiré a una expresión oída ayer en un telediario: "Nos hemos colado en...". Colarse, según el mencionado diccionario, significa, entre otras cosas, "introducirse a escondidas o sin permiso en alguna parte", única acepción que en principio encajaría con la intención de quien la escribió. Pero os puedo asegurar que las últimas cien veces que la he visto u oído en un medio de comunicación daba paso a una noticia o reportaje presenciados abiertamente y con autorización.

Para hacer la noticia de ayer no solo se metió una cámara profesional (y esas son bien visibles, os lo aseguro) en el lugar donde transcurrían los hechos sino que se entrevistó a algunos de sus protagonistas y se grabaron planos desde puntos donde sin duda se estorbaría algo la acción. En resumen: nadie se coló allí salvo la persona que escribió esa frase (en otra acepción, la de "cometer equivocaciones").

¿Cómo ha llegado a generalizarse esa expresión hasta el punto de que quien la usa se olvida de su significado? ¿Tanto interés cree que despierta en el espectador el que se haya metido una cámara sin permiso en un lugar por lo demás muy normal y relativamente accesible? ¿Se usa la frase para dar a entender que se le está prometiendo una imagen exclusiva? ¿Tiene más mérito periodístico colarse en unas pruebas de baile o en el ensayo de una obra de teatro que simplemente entrar a grabar un reportaje sobre ello?

Y una última pregunta: ¿a los espectadores no les chirría cuando la oyen?

miércoles, 18 de mayo de 2022

Enfermedad

He dado positivo en covid cuando la inmensa mayoría de las personas de mi entorno ya han pasado la enfermedad. No todas han tenido los mismos síntomas ni la misma gravedad. Desde luego, el estar vacunada hace que afronte estos días sin miedo a acabar intubada en una UCI, y eso ya es mucho.

Quienes me han precedido en el contagio han usado al contarme sus sensaciones palabras como dolor, tos, cansancio, fiebre, malestar... Así pues, sabía lo que me esperaba desde el momento en que el test dio positivo, ayer por la mañana. Luego ocurren cosas inesperadas.

Por ejemplo, esos ramalazos de dolor al mover el cuello con los ganglios inflamados desde detrás de las orejas hasta las clavículas. O, cuando me subió más la fiebre, la sensación de que me ardían los ojos y se me querían salir de las órbitas. O el escozor en las fosas nasales.

Y está el aspecto anímico, no tan fácil de describir con palabras. La enfermedad nos hace a todos sentirnos vulnerables y aislados. Lo que estás sufriendo, lo sufres tú solo, independientemente de la empatía de los demás y sus ofrecimientos de ayuda. La fiebre te envuelve el cerebro en una nube de irrealidad. Los pensamientos toman el cariz de las pesadillas y los sentidos transmiten percepciones extrañas. Te preguntas: ¿qué me está pasando exactamente?

Los médicos de atención primaria no te explican eso, no tienen tiempo y seguramente ni siquiera se plantean que necesites saber. Yo me sentiría mejor si alguien se sentara a mi lado y me fuera describiendo el mecanismo fisiológico de cada síntoma. Y, puestos a pedir, me encantaría filosofar con alguien sobre esta sensación de impotencia, este miedo repentino a la vejez y a la incapacidad.

Un abrazo a todos los enfermos del mundo, en especial a los que no tienen un horizonte cercano de mejora.

jueves, 14 de abril de 2022

Mentiras

A todos nos han engañado alguna vez, no lo neguéis. Quizá no hayáis caído en engaños grandes (estafas, por ejemplo) pero sin duda sí en los pequeños. Me refiero a esos en los que las palabras suenan creíbles, refieren situaciones normales y no disparan alertas.

Un compañero puede pedirte que le hagas su turno porque tiene dolor de espalda o al niño con fiebre. Una amiga te anula una cita a última hora porque el coche la ha dejado tirada o el trabajo se le ha complicado. Alguien te da un motivo admisible para no entregar una tarea en el plazo convenido o para no llamarte por teléfono pese a haberlo anunciado.

Y a menudo será cierto, pero tenéis que reconocer que puede no serlo, incluso que vosotros mismos habéis recurrido a alguna mentira de ese tipo: os resultaba más fácil, más conveniente, os daba menos vergüenza o menos problemas que la sinceridad.

Hay quien escoge bien las palabras para no verse pillado en un renuncio. Hay quien, por el contrario, olvida la excusa y, como su actuación posterior es incoherente con ella, se descubre. Y luego está quien cree tener todos los cabos atados pero ha dejado montones de rendijas por las que se cuela la verdad. (Bueno, también están los que optan por el silencio, por no dar explicaciones y hacer como si no pasara nada, pero eso suele ser insostenible en el tiempo.)

¿Qué cara se os queda entonces? Me refiero tanto a si sois autores como víctimas del engaño. Cuando ves, o te ven, en un sitio donde teóricamente no ibas a estar, cuando en una conversación se escapa el relato real y es contradictorio con la explicación dada...

A veces hay consecuencias serias, como una sanción en el trabajo o la ruptura de una relación o una amistad. Otras lo que se genera es una pérdida de confianza. Tal vez el cariño mutuo o la irrelevancia del engaño eviten o al menos diluyan la sensación de tomadura de pelo. Pero incluso en este último caso, si la insinceridad se repite, quien la sufre puede sentirse despreciado y desarrollar un resentimiento y una desconfianza permanente.

Todos decimos alguna mentira alguna vez. No las uséis para hacer daño ni para humillar. Las palabras importan. 

sábado, 2 de abril de 2022

Multicomunicación

La mayoría de quienes me estéis leyendo tendréis a mano habitualmente un número considerable de formas distintas de comunicación instantánea. Muchas, seguro, concentradas en un teléfono móvil que viene a ser un ordenador con conexiones de distinto tipo: por línea telefónica y de datos, wifi, bluetooth...

Mi trabajo depende de que esas comunicaciones estén activas. Y eso no fue una novedad generada por el inicio de la pandemia y la extensión del teletrabajo. Yo ya trabajaba desde antes con personas localizadas en una docena de países diferentes y con gente que, en mi mismo centro de trabajo, no tenía a la vista; la pandemia solo añadió a esa lista las personas que desarrollaban sus tareas desde casa o desde edificios a los que no podía acceder yo.

Tengo un teléfono móvil con dos tarjetas SIM, unas cuantas aplicaciones de mensajería instantánea desde las que también se puede llamar o videollamar o enviar notas de voz, otras para videochat, y el casi desterrado SMS, un último recurso a veces muy útil. Todo eso está activo siempre. Además, en mi mesa de trabajo hay un teléfono fijo desde donde puedo capturar las llamadas que se reciben en otra media docena de terminales cercanos, y eso se añade a lo anterior desde el primer minuto de mi jornada laboral presencial. En ese momento, activo en la pantalla del ordenador todas las conexiones posibles del móvil, las del sistema de comunicación interno de mi empresa y las cuentas de correo. Eso me abre la posibilidad de establecer comunicación por una docena de vías.

En un día tranquilo puedo hacer o recibir dos docenas de llamadas por teléfono fijo, una decena por el móvil, casi las mismas por llamada de whatsapp, intercambiar mensajes y/o notas de voz a través de entre diez y veinte chats individuales o de grupo y escribir o leer un buen puñado de frases en el programa interno. No es raro que mientras hablo por el móvil me salten notificaciones de mensajes o entre a la vez una llamada de whatsapp, o suenen uno o dos teléfonos fijos.

¿Y sabéis lo más curioso? Que toda esa comunicación con toda esa gente es imprescindible para mi trabajo pero también me obliga a interrumpirlo constantemente. Me digo a mí misma que cada uno de mis interlocutores está en su lugar de trabajo, a cuarenta metros o a cuatro mil kilómetros, y necesita informar, consultar, resolver una duda, pedir una confirmación, comunicar un problema... o simplemente desahogarse. Nadie tiene por qué saber, si no se lo digo yo, cuándo estoy desbordada y no puedo hacerles caso de inmediato. Ante eso opto por pedirle a quien tengo al teléfono que espere un segundo, coger el otro y decir: estoy con otra llamada, te llamo en cuanto pueda; por responder a un whatsapp con un: dame unos minutos que ahora me es imposible leer/escuchar tu mensaje; o por dejar las respuestas para cuando pueda, sin dar explicaciones, que es lo que menos me gusta pero a veces lo único viable.

No concibo cómo sería posible coordinar el trabajo de tanta gente sin tantas vías de comunicación. Sé que se hacia antes de que existieran, pero eran otros tiempos: era cuando la inmediatez no nos parecía necesaria; cuando, si alguien no te localizaba al instante, no se preocupaba ni se molestaba.

Hay personas con las que hablo o me mensajeo a diario pero llevamos sin vernos en persona meses o años. En estos casos, la tecnología te acerca. Y solo cuando me cojo vacaciones y desactivo todo me doy cuenta de que también te esclaviza.

También, aparte del trabajo, hay quien lo desactiva todo de repente. O desactiva la comunicación contigo en particular. Tendrá sus razones, y sería de agradecer que las diera a conocer. Porque hay silencios que rompen lazos y se vuelven definitivos.