Hace años, dando clase a alumnos de Secundaria como práctica docente del CAP, les recomendé que grabaran una conversación, la transcribieran y le dieran a leer ese texto a una tercera persona. Si ésta conseguía captar el tono, las vacilaciones y otras características de la charla además del significado, sería que la habían transcrito bien. Mi intención era mostrarles que todos los signos de puntuación, incluso los de uso menos frecuente, son necesarios en algún momento. La sugerencia fue un fracaso, lamento decir. Los alumnos tenían el recuerdo de la conversación y les pareció que unos puntos y alguna que otra coma bastaban para reflejarla perfectamente. Nada de puntos suspensivos, punto y coma, signos de exclamación o interrogación, guiones o rayas, paréntesis, comillas o cursivas. Y sí, para empeorar las cosas, muchas faltas de ortografía. Recuerdo haber pensado: ninguno de estos podrá ser periodista, traductor ni mucho menos editor.
Los periodistas entrevistamos a personas de diferente formación, nivel cultural, procedencia geográfica... Si la entrevista se difunde en un medio escrito, una vez grabada la transcribe habitualmente el propio periodista, a quien corresponderá reflejar lo mejor posible la personalidad de su interlocutor y todos los aspectos no verbales relevantes que formaran parte de la conversación. Otra posibilidad es que las preguntas se hayan formulado por escrito y se reciban las respuestas del mismo modo. Si es así, lo obligado es respetar la literalidad y el estilo (aunque corrigiendo posibles ambigüedades así como, de haberlas, las faltas ortográficas).
Hace unos días vi en la versión digital de un periódico de prestigio una entrevista con errores de puntuación, faltas de ortografía y erratas, además de alguna palabra mal escrita que revelaba desconocimiento sobre el tema tratado. Lo más grave, en mi opinión, era que esos errores aparecían en las respuestas, es decir, en boca del científico entrevistado. Por las expresiones de él, claramente de un discurso oral, se adivinaba que la entrevista había sido una conversación. Por tanto, los fallos eran achacables a quien la hubiera transcrito (y a quien revisara el resultado final, si es que alguien lo hizo). Pero para el lector era el entrevistado quien decía "derrepente" (en vez de "de repente"), "hay sí que comíamos" ("ahí"), "edulcolorantes" ("edulcorantes") o "mucho agua" (en este caso él decía solo "beber mucho" y lo de "mucho agua" en vez de "mucha" aparecía entrecomillado en un ladillo, una frase suelta que se destaca).
Confío en que la mayoría de los lectores atribuyeran los errores a la periodista. Pero alguno pudo culpar a su interlocutor. Y eso es algo que un medio jamás debería permitir
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