Estaba recordando algo que se hubiera hecho viral si en los comienzos del siglo XX hubiera existido internet. Una anécdota que escuché cubriendo como periodista un acto en homenaje a Pedro Muñoz Seca en su ciudad natal, El Puerto de Santa María.
Habían fallecido los guardeses de la finca del escritor, un matrimonio al que él guardaba afecto. A instancias de los familiares escribió un epitafio para su tumba común. Decía así:
“Fue tan grande su bondad,
tal su laboriosidad
y la virtud de los dos
que están con seguridad
en el Cielo, junto a Dios.”
El obispo criticó la frase. Le hizo notar a Muñoz Seca que la Iglesia Católica solo daba como seguro que estaban junto a Dios los santos, pero en el caso de los guardeses no se podía decir tal cosa. El escritor reescribió el epitafio:
“Se fueron juntos los dos,
el uno del otro en pos,
donde va siempre el que muere,
pero no están junto a Dios
porque el obispo no quiere.”
La irritación del obispo aumentó. Le aclaró a Muñoz Seca que no era un capricho suyo sino la doctrina católica y le insistió en que tuviera en cuenta que nadie podía saber con seguridad si los difuntos estaban o no ante Dios a menos que hubieran sido declarados santos. Así pues, el portuense redactó la tercera y definitiva versión:
“Flotando sus almas van
por el éter, débilmente,
sin saber qué es lo que harán
porque, desgraciadamente,
ni Dios sabe dónde están.”
No está de más recordar que el ser humano era ingenioso, tenía sentido del humor y se burlaba de la autoridad mucho antes de que nosotros tuviéramos cuenta en Twitter.