Hace un par de días una de mis nuevas compañeras de trabajo me arrancó una carcajada al responder a un comentario mío con la siguiente frase: "Como decía Lola Flores: no lo podemos evitar, lo llevamos en los gérmenes".
Yo tengo una lista de expresiones y palabras mal empleadas que despiertan la hilaridad. Ya mencioné algunas en anteriores entradas. Al hablar de ello el otro día, los compañeros empezaron a proveerme de muchas que no conocía. Y no solo eso: me informaban del responsable del error. "Una amiga de mi madre decía: os voy a contar una cosa aquí, en Pekín comité"; o "El otro día encontré anisakis en la lenguadina que nos pusieron en el comedor, lo comenté y se enteró todo el mundo; luego oí decir a una compañera que el pescado tenía tiquismiquis".
La mejor, para mi gusto, fue esta: "¿Qué me dices?, me dejas putrefacta". La descomposición mental de la estupefacción hasta degenerar en podredumbre, pensé entre risas. Aunque no se queda atrás esta otra: "Tengo que cambiar los pómulos de las puertas".
A cambio les regalé algunas de las mías. Enderezar la ensalada, sufrir un cólico frenético, tomarse una aspirina fluorescente, rascarse las vestiduras, llevar una vida sedimentaria, tener un cuchillo de acero inexorable, llover más que cuando el Danubio universal o esperar a que el médico de Orense firme la defunción y la Guardia Civil levante apestado del accidente. También me gustan las frases que implican no ya confundir una palabra sino liar varias: "no lo sé, ni falta que me importa", "yo sin en cambio preferiría otra cosa"...
Tengo mis dudas de si las burradas que voy recopilando son genuinas o están inventadas por personas ingeniosas. En cualquier caso, todas estas y muchas más hicieron pasar un buen rato a los alumnos del primer curso de lenguaje para periodistas que impartí hace años, muchos años, cuando apenas había programas de televisión dedicados a que se insultaran entre sí unos cuantos indocumentados.
No estaría mal volver a dar ese curso...